Macri pasando la gorra y haciendo el ridículo en China
José Steinsleger
Con un volumen de comercio bilateral cercano a 15 mil millones de dólares (mmd), China ya es el segundo socio comercial de Argentina en América Latina, después de Brasil. Una relación que viene creciendo vertiginosamente desde 2001, y con inversores de empresas estatales del país asiático que operan en negocios petroleros, bancos, energía y otros sectores en todo el territorio nacional.
En 2001, Argentina vendía a los chinos 1.2 mmd (tubos de acero sin costura, maquinaria agrícola, vinos finos embotellados, productos cárnicos, lácteos, caballos, frutas frescas), y compraba a su vez 1.1 mmd de productos de alto y mediano valor tecnológico. En 2003, las ventas ascendieron a 2.6 mil mmd, pero las importaciones cayeron en 703 md. Y en 2008 (con ventas por 6.4 mmd, y compras por 7.1 mmd) empezó el déficit comercial.
Sin embargo, con mirada larga, los chinos ven en Argentina algo más que un socio comercial deficitario. A mediano plazo, su interés radica en la capacidad de este país para abastecer la demanda de 600 millones de personas, tal como está previsto en el Plan Estratégico Agroalimentario 2020.
La fuerte aparición de China en la economía argentina empezó con la visita del primer ministro Wen Jiabao, después de la cumbre del G-20 en Los Cabos (México, junio 2012). Dos años después, en visita oficial y al frente de un centenar de empresarios, el presidente Xi Jinping confirmó en Buenos Aires el financiamiento de un amplio plan de obras públicas diseñados por el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
Básicamente, la multimillonaria inversión en dos represas hidroeléctricas en la provincia patagónica de Santa Cruz, y la modernización del ferrocarril Belgrano-Cargas (la red ferroviaria más extensa de Argentina, con más de 47 mil kilómetros, y 100 mil de rieles) para construir 1.4 miles de kilómetros de vías, 50 locomotoras y 2 mil 550 vagones, por un valor de 2.5 mmd.
China funciona en Argentina como inversor y prestamista, facilitando la presencia del país en el volátil sistema financiero internacional, vía bancos europeos, estadunidenses o japoneses. Cosa que un gobierno económicamente fracasado debería agradecer, ya que sin la anunciada lluvia de inversiones lleva una gestión de 15 meses a la deriva, y totalmente cautivo del endeudamiento agresivo, las inversiones especulativas, y la bicicleta financiera fogoneada por el blanqueo (o repatriación) de capitales.
Los chinos ven a Macri con un ojo cerrado. Durante la campaña de 2015, por ejemplo, el presidente hacía gala de su hostilidad a los proyectos de integración subregional (BRICS, Mercosur), adelantando que de ganar las elecciones apoyaría el ingreso de Argentina al Tratado Transpacífico y la Alianza del Pacífico para “…volver al mundo” (sic), reviviendo el fallido ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) de 2005.
El entonces candidato envió incluso una insólita carta al embajador chino en Buenos Aires, expresando su preocupación por la inconstitucionalidad y falta de transparencia en los acuerdos bilaterales firmados en julio de 2014 por el gobierno de Cristina. Pero en octubre de 2015, a un mes de la victoria de Macri, Donald Trump ganó las elecciones, y los chinos dejaron claro que si el nuevo gobierno intentaba anular las represas patagónicas, debía olvidarse de nuevos proyectos, y hasta las estratégicas exportaciones de soya quedaban en cuestión.
El mes pasado, en China, tuvo lugar el foro Una franja y una ruta para la cooperación internacional, magno evento geoeconómico y geopolítico al que asistieron 28 jefes de Estado, 50 organizaciones internacionales, y numerosos ministros, académicos y empresarios del mundo asiático. Acto en que Estados Unidos, Francia, Japón y Reino Unido estuvieron representados por delegaciones, mientras de América Latina sólo estuvieron los presidentes de Chile y Argentina.
En vísperas del foro, curándose en salud, el ministerio de Finanzas argentino publicó un Plan Quinquenal Integrado China-Argentina para la cooperación en infraestructura (2017-2021), memorando de entendimiento entre los gobiernos de Argentina y China, y remedo del convenio Marco de Cooperación, suscrito en julio de 2014 por el gobierno de Cristina Fernández.
Macri y Xi firmaron un total de 16 acuerdos bilaterales de cooperación, por un total de 17 mmd (de los que 10 acuerdos ya habían sido acordados con Cristina), a más de un par de centrales de energía nuclear, por 12.5 mmd.
Sin dejarse apabullar, los chinos reiteraron que antes de avanzar en cualquier otra iniciativa, esperaban detalles del informe ambiental que la Corte Suprema exige para reactivar las obras hidroeléctricas acordadas por el gobierno de CFK.
En todo caso, el oficialismo tiene paralizado en el Congreso dicho estudio ambiental por un par de causas de Ripley: primero, porque el rabino y ministro de Medio Ambiente, Sergio Bergman, admitió públicamente que nada sabe de los asuntos de su cartera. Y luego, porque la empresa Electroingeniería (contraparte de Gezhouba, la corporación china que ganó la licitación), ha sido calificada de kirchnerista por un gobierno que asegura estar más allá de las ideologías.
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