Un horizonte de muertos
José Cueli
Un horizonte de muertos, desaparecidos, calcinados, violados, asesinados es nuestro paisaje observado desde el hambre de las mayorías. ¡La muerte violenta está presente! Un mundo persecutorio aísla y enloquece. ¿Qué nos sucede?
El grito de los muertos se pierde en el espacio que desaparece en medio de aterrador silencio. Un dolor desatado sale por donde puede dentro de la sangre. Un estremecimiento invade. Puñetazos de sangre bañan los rostros. Fuego en hermanos que se calcinan y surcan el aire, ahogos y gemidos: llanto. ¡Qué espanto!
Nadie sabe. Nadie sabe nada. Las calles están solas, ni sombras quedan tras las cortinas. No hay nadie, sólo sensaciones de muertos y más muertos. ¿Qué nos pasa?
Los muertos se esconden en el espacio. El espacio no es un lugar. ¿Dónde está el espacio? ¿Dónde el tiempo?
Un silencio verde, blanco y rojo es la respuesta. Una lluvia de escalofríos azota al país.
Ya no hay ni desesperación, ¡porque no hay esperanza! Sólo el recuerdo de un México ideal. En el alma resignación, mucha resignación cristiana. En la mente hasta la resignación se perdió en medio de inimaginables torturas bañadas de licor y coca.
El mi México de cada mexicano es un espectro que deambula por las montañas, las interminables montañas rematadas en las interminables ciudades automóvil convertidas en Comala, en busca de un tal Pedro Páramo que desapareció. ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Es que acaso nació?
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