lunes, 9 de julio de 2012

La megamarcha
John M. Ackerman
Todo parece indicar que más mexicanos repudian a Enrique Peña Nieto que los que lo apoyan. Absolutamente nadie festeja en las calles su aparente triunfo. Al contrario, ríos de jóvenes han salido a expresar su rechazo a la imposición de un nuevo presidente que pretende desandar los pocos avances que hemos construido en materia democrática. Más personas participaron en la megamarcha este sábado que en el cierre de campaña de Peña Nieto hace dos semanas en un Estadio Azteca lleno de acarreados. Si el candidato priísta finalmente es avalado como presidente electo por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), su mandato promete ser uno de los más débiles y cuestionados de la historia.
Es falso que los que votaron por Peña Nieto representan un nuevo México que buscaría modernizar la política nacional. Son elocuentes los resultados de la encuesta de salida del periódico Reforma, una de las pocas fuentes en que podemos confiar ya en la materia. Entre los ciudadanos que votaron por un cambio, Andrés Manuel López Obrador ganó a Peña Nieto por 13 puntos porcentuales. Entre aquellos que votaron por el más honesto, López Obrador tuvo una ventaja de más de dos a uno sobre el priísta.
El cada vez más amplio grupo de votantes independientes, sin afiliación partidista, prefirió a López Obrador que a Peña Nieto por nueve puntos. El candidato de la izquierda también fue favorecido por el voto de los ciudadanos que cuentan con educación superior (39 por ciento frente a 29) y media superior (37 frente a 33). Los jóvenes también prefirieron al candidato de la izquierda por pequeño margen.
En contraste, la base electoral de Peña Nieto fue entre los sectores más marginados y vulnerables del país. Recibió 48 por ciento de la votación de los ciudadanos que únicamente cuentan con educación primaria, 44 por ciento en las zonas rurales y 40 por ciento entre los votantes mayores de 50 años. También fue favorecido por 63 por ciento de los votantes cuya razón principal para escoger candidato era que siempre vota por ese partido.
Paradojas de la vida. Resulta que fue la prole, tan vilipendiada por la hija de Peña Nieto, la que a la postre daría el triunfo al PRI. Mientras, los sectores demográficos más dinámicos votaron de manera contundente para la izquierda. Las mujeres, o señoras de la casa de acuerdo con Peña Nieto, también lo apoyaron, por un margen de 12 puntos. Paradójicamente, los sectores que votaron por el PRI son precisamente aquellos que sufrirán más con sus políticas elitistas, machistas y neoliberales.
La buena noticia es que el 1º de julio casi 16 millones de personas expresaron un claro ¡Ya basta! a la manipulación mediática, la corrupción y la compra del voto. Al sufragar por López Obrador, enviaron una clara señal de rechazo a la imposición de Peña Nieto por los poderes fácticos. Asimismo, el perfil de los votantes demuestra que conforme se desarrolla el país y se amplía el alcance de las redes sociales, será cada vez más difícil para el PRI y Televisa mantener su control sobre el electorado.
Recordemos que el porcentaje de votación para el PRI incluso retrocedió entre 2009 y 2012. En la legislatura pasada el PRI junto con el PVEM controlaba la mayoría de la Cámara de Diputados. Ahora no les alcanzarán los votos para aprobar el presupuesto por sí solos. Asimismo, la cantidad de votos para AMLO aumentó en más de 2 millones entre 2006 y 2012, aun después de seis años de constante golpeteo mediático en su contra.
Pero las manifestaciones multitudinarias de este fin de semana también demuestran que la resistencia cívica ya ha rebasado por mucho a López Obrador e incluso al movimiento #YoSoy132. Los que salieron a la calle a protestar este sábado no respondieron a convocatoria alguna ni del candidato de las izquierdas ni de la agrupación de estudiantes, sino únicamente a sus conciencias y a su dignidad rebelde. Ha llegado la hora de deshacerse de una vez por todas de la enfermiza teoría del complot que ve la mano negra de López Obrador atrás de cualquier protesta social.
Felipe Calderón tuvo la ventaja de poder echar la culpa, injustificadamente, a López Obrador por su falta de legitimidad. Pero Peña Nieto ahora no tendrá este lujo, ya que no es un solo hombre, sino la nueva sociedad mexicana en su conjunto quien cuestiona su legitimidad.
El peligro es que Peña Nieto cometa el mismo error que Calderón, de excluir y reprimir a sus adversarios con soberbia, en lugar de aceptar su debilidad con humildad. Una de las áreas más delicadas, por ejemplo, sería la libertad de expresión. Aunque sea difícil de creer, un gobierno de Peña Nieto fácilmente podría llegar a ser mucho peor para los periodistas, tanto respecto de su seguridad personal como de la tolerancia para puntos de vista divergentes. La situación en Veracruz, con nueve periodistas asesinados en apenas 18 meses, donde gobierna otro representante del nuevo PRI, Javier Duarte, podría ser el espejo de la situación a escala nacional.
Las graves irregularidades del proceso electoral, incluyendo el grosero rebase de topes de gasto de campaña, la compra del voto, la manipulación mediática y el fraude de las casas encuestadoras, en su conjunto son más que suficientes para justificar la posible nulidad de la elección presidencial por incumplir con los principios constitucionales de autenticidad y libertad. Pero además de ser legalmente factible, tal desenlace también sería políticamente conveniente dada la situación de repudio social generalizado hacia Peña Nieto y el precedente de impunidad que se generaría si se avala sin más una de las elecciones más sucias en la historia del país.
Twitter: @JohnMAckerman

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