La Carta Magna es el destino, nuestro destino
Noam Chomsky
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, firmó el
viernes pasado la ley HR 4348 en la Casa Blanca. La norma evita que intereses de
préstamos para transporte y estudios se dupliquenFoto
Xinhua
Sucesos recientes marcan una trayectoria amenazadora, en forma
suficientemente clara, que quizá valga la pena ver hacia el futuro unas cuantas
generaciones, hasta el aniversario milenario de uno de los grandes hitos en el
establecimiento de los derechos civiles y humanos: la creación de la Carta
Magna, la cédula de las libertades inglesas que le fue impuesta al rey Juan en
1215.
Lo que hagamos ahora mismo o dejemos de hacer determinará qué tipo de mundo
recibirá al aniversario. No es una perspectiva atractiva –en buena parte porque
la Carta Magna está siendo desgarrada frente a nuestros ojos.
La primera edición académica de la Carta Magna fue publicada en 1759 por el
jurista William Blackstone, cuya obra fue una de las fuentes de la legislación
constitucional de Estados Unidos. Fue intitulada The great charter and the
charter of the forest, siguiendo las prácticas previas. Ambas cartas son
altamente significativas hoy día.
La primera, la Carta de las Libertades, es generalmente reconocida como la
piedra toral de los derechos fundamentales de los pueblos de habla inglesa –o
como expresó Winston Churchill, en forma más amplia,
la carta de cualquier hombre que se respete así mismo en cualquier tiempo y cualquier tierra.
En 1679 la carta se vio enriquecida por la ley de habeas corpus, oficialmente
llamada
una ley para mejor aseguramiento de la libertad del sujeto y para prevenir el encarcelamiento allende los mares. La versión moderna, más severa, es llamada
rendición–encarcelamiento con fines de tortura.
Junto con buena parte de la legislación inglesa, la ley fue incorporada a la
Constitución de Estados Unidos, la cual afirma que
el auto de habeas corpus no será suspendidosalvo en caso de rebelión o invasión. En 1961, la Suprema Corte de Estados Unidos dictaminó que los derechos garantizados por esta ley fueron
considerados por los fundadores como la más importante salvaguarda de la libertad.
Más específicamente, la Constitución garantiza que
ninguna persona (será) privada de vida, libertad o propiedad sin el proceso debido de la ley (y) un juicio rápido y públicopor sus pares.
El Departamento de Justicia explicó recientemente que esas garantías han
quedado satisfechas por deliberaciones internas en la rama ejecutiva, como
informaron Jo Becker y Scott Shane a The New York Times el 20 de mayo.
Barack Obama, el abogado constitucional de la Casa Blanca, estuvo de acuerdo. El
rey Juan hubiera asentido con satisfacción.
El principio subyacente de
presunción de inocenciatambién ha recibido una interpretación original. En el cálculo de la lista de ejecución de terroristas del presidente
todo varón en edad militar en una zona de ataquees contado, de hecho, como
combatiente, a menos que
haya conocimiento póstumo que pruebe su inocencia, explicaron Becker y Shane. Esta determinación de inocencia posterior al asesinato es suficiente, actualmente, para mantener este principio sagrado.
Esto es sólo una muestra del desmantelamiento de
la carta de todo hombre que se respete a sí mismo.
La Carta del Bosque que la acompaña es quizá incluso más pertinente hoy día.
Demandaba protección del pueblo bajo o vulgo por el poder externo. Ese vulgo era
la fuente de mantenimiento para la población en general –su combustible, sus
alimentos, sus materiales de construcción. El Bosque no era la tierra llana. Era
tierra cuidadosamente nutrida, mantenida en común, con riquezas disponibles para
todos, preservada para generaciones futuras. Para el siglo XVII, la Carta del
Bosque había caído víctima de la economía de materias primas, de la práctica del
capitalismo y de la moralidad. Ya no protegida por cooperativas y por su uso,
los comunes estaban restringidos a lo que no podía ser privatizado –una
categoría que sigue reduciéndose ante nuestros ojos. El mes pasado, el Banco
Mundial decretó que la multinacional minera Pacific Rim puede proceder en su
caso contra El Salvador por tratar de preservar tierras y materias primas y
comunidades contra la altamente destructiva minería de oro. La protección
ambiental privaría a la compañía de ganancias futuras, un crimen según las
reglas del régimen de derechos de inversionistas mal llamado
libre comercio.
Éste es sólo un ejemplo de las luchas que se libran hoy en buena parte del
mundo, algunas con violencia extrema, como en Congo, rico en recursos, donde
millones de seres humanos han sido asesinados en años recientes para asegurar
una reserva amplia de minerales para teléfonos celulares y otros usos, y, por
supuesto, amplias utilidades.
El desmantelamiento de la Carta del Bosque trajo consigo una revisión radical
de cómo los comunes son concebidos, capturada en 1968 por la influyente tesis de
Garret Hardin, que asegura
la libertad en los comunes nos causa ruina a todos, la famosa
tragedia de los comunes. Lo que no es de propiedad privada será destruido por la avaricia individualista. La doctrina no carece de ser desafío. Elinor Olstrom ganó el Premio Nobel Memorial en Ciencias Económicas en 2009 por su trabajo para mostrar la superioridad de los comunes administrados por sus usuarios.
Pero la doctrina tiene fuerza si nosotros aceptamos el principio implícito de
que los seres humanos están ciegamente impulsados por lo que los trabajadores
estadunidenses, en la aurora de la revolución industrial, llamaron
el nuevo espíritu de la era, obtener riqueza olvidándose de todo menos de uno mismo–doctrina que ellos condenaron amargamente como destructiva, ataque contra la naturaleza misma del pueblo.
Enormes esfuerzos se han dedicado desde entonces a inculcar
el nuevo espíritu de la era. Grandes industrias dedicadas a lo que el economista político Thorstein Veblem llamó
fabricar deseos–dirigir a la gente a
las cosas superficialesde la vida, como el consumismo de modas” en las palabras de Paul Nystrom, profesor de mercadotecnia de la Universidad de Columbia.
De esa forma la gente puede ser atomizada, dedicada sólo a la búsqueda de
ganancia personal y alejada de esfuerzos peligrosos, como pensar por su cuenta,
unidos y desafiar a la autoridad.
Es innecesario pensar en los peligros extremos planteados por un elemento
central de la destrucción de los comunes: la dependencia de combustibles
fósiles, que plantea un desastre global. Se puede debatir acerca de los
detalles, pero hay escasas dudas serias de que los problemas son demasiado
reales y que en la medida que posterguemos su solución más terrible será el
legado que dejemos a las próximas generaciones. La reciente conferencia de
Río+20 es el esfuerzo más reciente. Sus aspiraciones eran pequeñas y su
resultado irrisorio.
A la cabeza en enfrentarse a esta crisis, a lo largo del mundo, se encuentran
las comunidades indígenas. La posición más firme ha sido tomada por el país que
ellos gobiernan, Bolivia, el país más pobre en Sudamérica y, durante siglos,
víctima de la destrucción de sus ricos recursos por occidente.
Después del ignominioso colapso de la cumbre de cambio climático global en
Copenhague, en 2000, Bolivia organizó una cumbre de pueblos con 35 mil
participantes de 140 países. La cumbre hizo un llamado para la severa reducción
de emisiones y una Declaración de Derechos de la Madre Tierra. Ésa es una
demanda clave de las comunidades indígenas de todo el mundo.
La demanda es ridiculizada por los occidentales sofisticados, pero a menos
que podamos adquirir algo de la sensibilidad de las comunidades indígenas es muy
probable que ellos rían al último –una risa de amarga desesperación.
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