Grecia: política europea mezquina y sucida
La Unión Europea (UE), por medio del Fondo Europeo de Estabilidad
Financiera (FEEF), inyectó ayer préstamos por 18 mil millones de euros a los
cuatro principales bancos de Grecia, todos privados: 7 mil 430 millones para el
Nacional, 4 mil 700 millones para el Piraeus, 3 mil 970 millones para el
Eurobank y mil 900 millones para el Alpha. Se busca, con esta medida, compensar
las pérdidas experimentadas por las empresas bursátiles por el canje de
deuda.
Esta generosidad, que se presenta en el contexto de los planes de
recapitalización de los bancos europeos, contrasta significativamente con el
recelo de Bruselas a otorgar créditos al gobierno griego, el cual, tras una
negociación a la baja, recibió únicamente 4 mil millones de euros, suma que
contrasta con los 19 mil millones destinados a un solo banco español (Bankia),
en riesgo de quiebra por su enorme cartera de préstamos
alegresen el sector inmobiliario.
En términos generales, la inflexibilidad y la dureza mostradas por las
instancias europeas ante las instituciones públicas y la población griegas
resultan insultantes si se les compara con la enorme disposición de esas mismas
instancias a ayudar a corporativos privados. Los datos referidos constituyen una
radiografía nítida de la indiferencia al drama social que se vive en el
territorio griego y en otras naciones mediterráneas –España, de manera notoria–
y el designio neoliberal de rescatar a toda costa los capitales privados,
incluso si éstos tienen una responsabilidad inocultable en la génesis de la
crisis que azota actualmente al viejo continente.
Para colmo de males, Grecia se debate actualmente en una profunda crisis
política a consecuencia de la dispersión del voto en las elecciones legislativas
pasadas, de las cuales no emergió ningún ganador claro, y con cuyos resultados
no ha sido posible conformar una mayoría legislativa estable.
En tal circunstancia, las exigencias europeas –promovidas con particular
energía por el gobierno alemán que preside la canciller Angela Merkel– de
sacrificar a la población de la nación helénica y su renuencia a apoyar
financieramente a la administración pública pueden detonar una nueva espiral de
ingobernabilidad y de pasmo institucional. Por esa vía podría tornarse
inevitable la expulsión de Grecia de la zona euro y, con ella, un agravamiento
de las duras condiciones materiales que enfrenta la mayor parte de la
población.
No es fácil entender, sin embargo, que las autoridades europeas no sean
capaces de prever las consecuencias negativas que un hecho semejante acarrearía
a Europa en su conjunto. La salida de un solo país de la eurozona podría, en
efecto, generar un efecto dominó en el continente y llevarlo a una depresión
económica sin precedente en la historia. En esta perspectiva, la insensibilidad
europea podría revelarse como una estrategia suicida. Cabe esperar, por ello,
que los órganos políticos y económicos supranacionales del viejo continente,
acaso con el contrapeso que representa el nuevo gobierno francés de François
Hollande, sean capaces de ver hacia adelante y de emprender, por el bien de
todos los europeos, un viraje en sus políticas de ajuste.
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