Indisciplinas, vandalismos, desidia... también hieren el alma
Escrito por Leydis Tassé Magaña, ACN
Grafiti vandálico en el monumento al Mayor General José Miguel Gómez, en La Habana, Cuba, el 13 de enero de 2015. AIN FOTO/Roberto MOREJÓN RODRÍGUEZ
No son pocas las escenas: paredes marcadas por suelas de zapatos, jardines y áreas verdes dañados, teléfonos que de públicos parecen convertirse en particulares por el deseo de alguien de arrancarles el manófono, declaraciones de amor perpetuadas en muros y puertas de baños públicos, incluso de desamor, selladas por palabras obscenas.
Quizás, manifestaciones de dolor por la ausencia del ser deseado, no a la usanza de la melancolía poética de las canciones trovadorescas, como aquella que rezaba “Dile que pienso en ella aunque no piense en mí”, sino declaraciones marcadas con lo que se ha erigido como un valor estilístico de este siglo: la chabacanería.
Basura en los lugares más insospechados, en jabitas, pero igual lanzadas desde balcones, todo para limpiar la casa, obviando entonces el cuidado del hogar mayor: el espacio colectivo.
No es por el don desmesurado de la curiosidad, como suele llamarle al chisme la abuela de una amiga, pero no resulta extraño en la parada de la guagua, en el propio vehículo o en cualquier cola, enterarse de la vida personal de desconocidos, en las voces de quienes dialogan como si fueran a soltar una cuerda vocal.
¡Llegaron los huevos!, ¡Acábate de venir a bañar!, ¡Dice quien tú sabes que vengas a recoger el mandado!, son algunos de los recados directos e indirectos, algunos inentendibles por la dosis de tosquedad de la que están impregnados, que circulan en muchos barrios en cualquier horario del día, para consumo de todos.
Sin ánimos de desdeñar el género, pero a María, una vecina anciana, no le gusta el regguetón, mucho menos el rock, sin embargo, todos los fines de semana, tiene que escuchar al Chacal y Yakarta, además de Los Desiguales mientras su vecino de 24 años se deleita entre dos inmensas bocinas desde por la mañana hasta por la tarde, a veces también la noche.
Son solo unos pocos ejemplos de las indisciplinas que laceran el alma social de nuestra nación, matizadas por muestras de falta de educación formal, fenómenos que comprenden desde los más pequeños hasta los adultos, aunque ciertamente las personas de la tercera edad se quejan más de esas conductas cimentadas en las nuevas generaciones.
El tema ha estado en el orden del día de más de una reunión de los Comités de Defensa de la Revolución, Asambleas de Rendición de Cuenta, encuentros de diversas organizaciones políticas y de masas e, incluso, ha sido objeto de análisis en comisiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Sin embargo, el problema está ahí y ríe ante la inercia social que confunde la convivencia en estos tiempos con tolerancia ante lo incorrecto, una indiferencia casi siempre concientizada y alimentada por el miedo a no buscarse problemas con el indisciplinado/a y sus aliados.
La crisis de valores agudizada desde la época de los apagones prolongados y las innovaciones para subsistir ante “lo especial” de un período, la falta de exigencia y fisuras en la formación recibida en el seno familiar y la escuela, son algunas de las causas que muchos asocian a esa situación.
Esto es una tarea de todos, claro que lo es, pero tal discurso, repetido en espacios de los que hemos perdido la cuenta, disocia responsabilidades, casi siempre atribuida a la Policía Nacional Revolucionaria y los órganos encargados de velar por el orden público.
Pueden abundar medidas coercitivas para controlar el fenómeno, pero… ¿quién controla las conciencias y los deseos del corazón?
Contra la indisciplina social, bienvenidos la inserción de buenas costumbres desde la cuna, los consejos de nuestros abuelos y el rechazo sin tapujos hacia toda forma de violentar los espacios privado y público.
Bienvenida, sobre todo, la educación, apelando al axioma martiano de la cultura como fundamento de la libertad.
No la cultura materializada en megacifras de universitarios, porque triste es tener un pueblo ducho en ciencias, pero incapaz de cuidar y velar por la obra que ha construido.
Varias son las escenas que contemplamos día a día, pero con el esfuerzo de todos, pueden ser mucho menos.
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