“Terror en México”
El año de 2015 ha sido uno de los más violentos del escenario mexicano. Diversos y dramáticos acontecimientos han impacto de manera alarmante en el plano nacional como internacional el proceso acumulativo de violencia que viene desarrollándose en la formación social mexicana. En América Latina hay dos países que viven en guerra. Uno es Colombia y el otro es México. En el conflicto colombiano tiene la característica de ser esencialmente de carácter político. De ahí que las partes fundamentales de esa guerra llevan por cerca de dos años un proceso de negociación política. Situación de negociación y acuerdos entre el gobierno colombiano del presidente Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que de avanzarse pueden arribar a la pacificación de un país con más de 50 años de guerra. Pensemos que en Colombia ese conflicto político-militar es el más prolongado de todo el continente, incluso más largo que la llamada Guerra de Castas que se desarrolló en el sureste mexicano en la segunda mitad del siglo XIX por casi medio siglo.
En el caso de la guerra en México, que lleva más de doce años, iniciada en 2002 tiene la característica de ser una guerra social donde el elemento de la negociación política se encuentra ausente. Ahí en ese conflicto militar, inciden muchos actores. Por un lado los gobiernos que han encabezado los presidentes Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, que han militarizado buena parte del territorio nacional con sus distintas fuerzas represivas del Estado (policías federales y locales, ejército, marina, fuerza aérea, etc.) De igual manera figuran las distintos actores emergentes de la economía sumergida como son los principales dirigentes empresariales del narcotráfico, los cuales tienen a su servicio a una enorme cantidad de grupos de sicarios (fuerzas paramilitares a su servicio), así como también cuenta con la complicidad comprada de distintos miembros de las policías, fuerzas armadas y jueces a su servicio. Pero de la misma manera distintos actores políticos de derecha o izquierda se han visto involucrados en actividades criminales, tal como han figurado ex gobernadores, diputados, alcaldes y otros políticos nacionales o locales vinculados al crimen organizado. El caso de Iguala es el más el más reciente ejemplo de esta situación de contubernio entre políticos y crimen organizado. Entre ellos han librado una guerra por controlar sus espacios de poder y de corrupción. Lo más grave que en medio de esa guerra de grupos de la delincuencia organizada y del Estado han quedado en el centro de sus combates la población civil. La cual finalmente es la que más ha sufrido el clima de terror generado por esa misma confrontación.
Las estimaciones apuntan que México en más de una década ha tenido más de cien mil muertos y más de 26 mil desaparecidos. Las alarmas mundiales hablan sobre la ola de terror que priva en la realidad mexicana. Los casos más recientes muestran el espectro de una guerra salvaje (la muerte de estudiantes y de 42 normalistas desaparecidos). O bien, el más reciente homicidio del párroco católico, Gregorio López Gorostieta, ocurrido tras su secuestro en el estado de Guerrero el domingo 21 de diciembre de 2014. Situación que hizo que el papa Francisco a través de su secretario de Estado, manifestara su pesar por la “víctima de una injustificable violencia". Pero el homicidio de ese sacerdote no ha sido el único. En el informe “Riesgo de ser sacerdote en México”, se apunta que “el índice de secuestros de sacerdotes subió un 300 por ciento. Mientras que la tendencia de atentados contra el sector religioso sigue a la alza”. Así, se reporta que “entre 1990 y 2014 han sido asesinados de forma violenta un cardenal, 34 sacerdotes, un diácono y tres religiosos, según el reporte anual 2014”. Incluso se afirma que: “Tan solo durante los primeros dos años del gobierno de Enrique Peña Nieto han sido asesinados ocho sacerdotes y dos continúan desaparecidos”. De ahí que el 30 de abril de 2014, también se conoció del homicidio del sacerdote ugandés, que de manera semejante a la del padre López Gorostieta, también fue secuestrado y asesinado por un grupo paramilitar. Incluso sus restos se confirmo fueron encontrados durante el mes de noviembre de este mismo año, “en una fosa clandestina, junto con otros 12 cadáveres, en la comunidad serrana de Ocotitlán, en el estado Guerrero (sur)”. Hecho que también coincidió con el homicidio del cura Ascención Acuña Osorio que en semejante situación “fue encontrado muerto a orillas del río Balsas, en la cabecera municipal de San Miguel Totolapan, ubicado en la región de Tierra Caliente, dos días después de haber sido secuestrado”.
En buena parte esta gran ola de terror predominente en la realidad mexicana tiene que ver con la imposición del llamado modelo neoliberal (capitalismo salvaje), donde se ha buscado privatizar todas las expresiones y condiciones de la vida económica, social y política del país. Así, en esa dinámica se ha también privatizado la violencia. De tal suerte que el Estado ya no es el monopolizador del ejercicio de la violencia. Por el contrario, ahora la aplicación de la fuerza se encuentra fragmentada. Esa violencia ahora la detentan y ejercen diversos grupos privados, como los grupos de sicarios que están al servicio de los empresarios del narcotráfico; o de la trata de seres humanos (explotación de los migrantes indocumentados); secuestradores; etc. Por ello el paisaje social, político y económico de México, es el de un país violento que tiene la más cruda expresión del llamado modelo neoliberal.
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