Zedillo: inmunidad e impunidad
En los casi 15 años transcurridos desde la matanza de Acteal, el
signo inocultable del poder público de nuestro país en torno al caso ha sido una
lamentable voluntad de encubrimiento. En los días y meses posteriores a la
matanza, un centenar de personas fueron inicialmente encarceladas por su
participación material en los hechos, entre ellas ocho oficiales de seguridad
pública que fueron puestos en libertad tres años más tarde. Luego, en agosto de
2009, la Suprema Corte de Justicia de la Nación ordenó la liberación inmediata
de otros 20 sentenciados, en un fallo que mereció opiniones encontradas y duras
críticas por parte de las víctimas y sus defensores. Mucho más grave, en todo
caso, ha resultado la actuación de las instancias de impartición y procuración
de justicia en el país en lo que toca a determinar la responsabilidad penal –la
política es inocultable– de los altos funcionarios que tenían por entonces el
encargo de salvaguardar la vida de los pobladores de Acteal, empezando por el ex
presidente Ernesto Zedillo; el entonces secretario de Gobernación, Emilio
Chuayffet; el ex gobernador de Chiapas Julio César Ruiz Ferro y el ex procurador
federal Jorge Madrazo Cuéllar, entre otros.
Con tales antecedentes, la demanda civil presentada en una corte de Hartford,
Connecticut, en contra de Ernesto Zedillo por un grupo de víctimas de los
hechos, con todo y sus aspectos criticables, podría haber ayudado a despejar las
dudas y ratificar o desechar los señalamientos por crímenes de lesa humanidad
que desde 1997 persiguen al ex mandatario y a varios de sus colaboradores, sobre
los cuales no ha dejado de fluir información y evidencia documental: baste
citar, como botones de muestra, el informe de la Fiscalía Especializada de
Chiapas para la Investigación del Caso Acteal, difundido en octubre del año
pasado, así como los documentos oficiales desclasificados por la Agencia de
Inteligencia de Defensa de Estados Unidos, y publicados en 2009, en los que se
asienta que el Ejército Mexicano dio apoyo directo a paramilitares en Chiapas
como parte de la estrategia contrainsurgente contra las bases
zapatistas.
En noviembre de 2011, el gobierno mexicano, por conducto de la Secretaría de
Relaciones Exteriores, solicitó al Departamento de Estado de Estados Unidos
otorgar inmunidad al ex presidente Zedillo, y el gobierno de Washington decidió
acceder a esa petición y
sugirióal Poder Judicial de ese país que el hoy académico de Yale no debe ser juzgado por el caso Acteal. Paradójicamente, al recurrir a la inmunidad judicial de Zedillo por su condición de ex mandatario como una vía para desactivar el proceso civil en su contra, la defensa del acusado y el propio gobierno mexicano no hacen sino ratificar la percepción pública de su responsabilidad penal en los hechos del 22 de diciembre de 1997.
Por lo demás, la administración calderonista hace un flaco favor a su propia
imagen con la petición a las autoridades judiciales de Estados Unidos de que
reconozcan una inmunidad presidencial a todas luces improcedente –pues terminó,
en todo caso, el 30 de noviembre de 2000–, y comprueba, con ello, la
persistencia de ese vergonzoso acuerdo histórico de cubrir las espaldas a los
gobiernos anteriores, el cual ha impedido la impartición de justicia en casos
tan añejos como la masacre del 2 de octubre de 1968, la guerra sucia
emprendida por los gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo, los
centenares de asesinatos políticos perpetrados durante el régimen de Carlos
Salinas y la política de contrainsurgencia puesta en práctica en Chiapas y
Guerrero por el último gobierno priísta anterior a la alternancia del año 2000.
Se confirma así que la garantía de impunidad a los antecesores en el cargo sigue
siendo uno de los hilos de continuidad que recorren los sexenios,
independientemente de los colores y de las siglas partidistas de quienes los
encabezan.
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