Con la inauguración del monumento Estela de Luz, el gobierno federal cierra tardíamente un ciclo –el correspondiente a los festejos por el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución– caracterizado por la turbiedad, el desaseo y la falta de escrúpulos en el manejo de los recursos públicos, y lo hace en una forma por demás lamentable: con una ceremonia inconsistente y frívola, adelantada en forma intempestiva, y marcada por los intentos del titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón, por justificar –argumentando inconsistencias técnicas” en el proyecto original y supuestos ajustes en la profundidad de los cimientos– el retraso y el aumento exponencial en el costo de la construcción.
A reserva de esperar a que la Auditoría Superior de la Federación revele irregularidades relacionadas con el monumento conmemorativo –lo que tiene previsto hacer el próximo mes, según informó la diputada Estela Damián–, es importante recordar que la obra ha sido señalada, desde hace meses, como el punto central de una cadena de dispendios y corruptelas de distinta índole. Al aumento en el costo inicial de la obra –que pasó de 393 millones a más de mil millones de pesos– ha de sumarse el hecho de que su construcción fue otorgada a la empresa Gutsa, que previamente había sido inhabilitada por la Secretaría de la Función Pública por malos manejos en la construcción de la Autopista del Sol. Igual de cuestionable resulta el papel desempeñado en este proceso por Juan Alberto Bravo Hernández, coordinador de la construcción del monumento y funcionario de Gutsa hasta agosto de 2009, en lo que constituye un innegable conflicto de intereses.
Si estas y otras consideraciones alimentan fuertemente las sospechas de malos manejos en la licitación y la construcción de la obra, el deslinde que pretendió hacer ayer el titular del Ejecutivo justifica, además, la percepción ciudadana de que se busca obstaculizar, desde el gobierno, el esclarecimiento de tales irregularidades.
Desde una perspectiva más general, la inauguración de la Estela de Luz marca un punto culminante y emblemático en el ejercicio de un poder caracterizado por la desatención de las necesidades del país. En cualquier otro momento habría sido inaceptable el dispendio de más de mil millones de pesos en el monumento erigido en Reforma y Lieja; la erogación de un monto aún indeterminado en el desfile y el espectáculo multimedia conmemorativos de los festejos centenarios; el otorgamiento, en el contexto de esas celebraciones, de diversos contratos a empresas privadas por medio de la agencia de turismo del Issste, e incluso la fabricación de una vajilla con costo de casi 2 millones de pesos para la cena del 15 de septiembre de 2010 en Palacio Nacional. En la circunstancia nacional presente, sin embargo, cuando en el país es extrema la pobreza, la zozobra y la incertidumbre, tales prácticas adquieren, además, tintes de insulto, de burla, en perjuicio de las mayorías depauperadas y de la población en su conjunto.
La Estela de Luz, en suma, difícilmente será un monumento “con el que todos los mexicanos podemos identificarnos”, como aseguró ayer el propio Calderón. En una sociedad que reclama transparencia, pulcritud y eficacia en el empleo de recursos y sensibilidad social de las autoridades, la columna erigida ayer a las afueras del bosque de Chapultepec pasará a la historia como símbolo de una etapa particularmente sombría en la historia nacional, y como un recordatorio de que el agravio, el dispendio y la presumible corrupción adquirieron, en estos años, proporciones monumentales.
Si estas y otras consideraciones alimentan fuertemente las sospechas de malos manejos en la licitación y la construcción de la obra, el deslinde que pretendió hacer ayer el titular del Ejecutivo justifica, además, la percepción ciudadana de que se busca obstaculizar, desde el gobierno, el esclarecimiento de tales irregularidades.
Desde una perspectiva más general, la inauguración de la Estela de Luz marca un punto culminante y emblemático en el ejercicio de un poder caracterizado por la desatención de las necesidades del país. En cualquier otro momento habría sido inaceptable el dispendio de más de mil millones de pesos en el monumento erigido en Reforma y Lieja; la erogación de un monto aún indeterminado en el desfile y el espectáculo multimedia conmemorativos de los festejos centenarios; el otorgamiento, en el contexto de esas celebraciones, de diversos contratos a empresas privadas por medio de la agencia de turismo del Issste, e incluso la fabricación de una vajilla con costo de casi 2 millones de pesos para la cena del 15 de septiembre de 2010 en Palacio Nacional. En la circunstancia nacional presente, sin embargo, cuando en el país es extrema la pobreza, la zozobra y la incertidumbre, tales prácticas adquieren, además, tintes de insulto, de burla, en perjuicio de las mayorías depauperadas y de la población en su conjunto.
La Estela de Luz, en suma, difícilmente será un monumento “con el que todos los mexicanos podemos identificarnos”, como aseguró ayer el propio Calderón. En una sociedad que reclama transparencia, pulcritud y eficacia en el empleo de recursos y sensibilidad social de las autoridades, la columna erigida ayer a las afueras del bosque de Chapultepec pasará a la historia como símbolo de una etapa particularmente sombría en la historia nacional, y como un recordatorio de que el agravio, el dispendio y la presumible corrupción adquirieron, en estos años, proporciones monumentales.
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