Golpes de Estado revolucionarios: Chile y Brasil
Marcos Roitman Rosenmann
No todos los golpes de
Estado son forjadores de un orden revolucionario. Durante el siglo XX
la mayoría de ellos tuvo un doble objetivo: frenar el avance de la
izquierda y restaurar el antiguo régimen. Las fuerzas armadas se auparon
con un rol protagónico. La plutocracia se sentía protegida y sabedora
de contar con militares que cumplirían su deber llegado el momento. Su
tarea no incluía cuestionar el poder de la plutocracia. Así, en América
Latina hubo golpes de Estado que pasaron a constituirse en dictaduras de
larga duración donde la alianza cívico-militar no alteró el modelo de
acumulación de capital. El caso más notable, Brasil (1964-1985). El
Estado militar se articuló bajo los principios del keynesianismo. No
hubo intención de instaurar un nuevo orden económico. La prioridad se
centró en reprimir el movimiento obrero y desarticular la izquierda
social y política. Modernización con autoritarismo, ese fue el debate.
El llamado
Otros golpes de Estado fueron utilizados para corroborar la tesis
emergente de caudillos militares, convertidos en déspotas, cuya ambición
personal frustraría cualquier propuesta de modernización. Entre estos
personajes que hacen fortuna e imponen un régimen de terror destacarían
el paraguayo Alfredo Stroessner, el cubano Fulgencio Batista y la saga
de los Somoza en Nicaragua. Stroessner sería derrocado por su consuegro,
el también general Andrés Rodríguez, en 1989; mientras tanto, en Cuba
(1959) y Nicaragua (1979), la caída de ambos dictadores sería
consecuencia de una revolución popular, nacional, democrática y
antimperialista.milagro brasileñono rompió las dinámicas de crecimiento hacia adentro o
proceso de sustitución de importaciones. El consabido
éxitocuajó una mezcla de represión, ideología de la seguridad nacional e ideas fuerza provenientes del modelo económico rostowniano de guerra fría. Seguridad, desarrollo y anticomunismo. La violación de los derechos humanos se tapó bajo el manto del
milagro económico. Esta amalgama transformó a Brasil en potencia regional, dando pie a dos conceptualizaciones originales: Guillermo O’Donnell propuso la categoría de Estado burocrático-autoritario para caracterizar el modelo de dominación política, y Ruy Mauro Marini, desde la teoría de la dependencia, entendió el milagro como el surgimiento de un subimperialismo regional. Fue el caso más estudiado en los años 60 y 70 del siglo pasado.
Bajo la denominación de tiranos, déspotas y caudillos, dictadores
como Leónidas Trujillo, en República Dominicana; François Duvalier y su
hijo Jean-Claude, en Haití; Hugo Bánzer, en Bolivia, o Manuel Odría, en
Perú, tuvieron en común vaciar la hacienda pública a cambio de amasar
grandes fortunas. En Argentina, tres décadas de dictaduras, desde Juan
Carlos Onganía (1966), Agustín Lanusse (1970) o Roberto Levingston
(1971) y más tarde los integrantes de la junta militar –Jorge Videla,
Emilio Massera, Orlando Agosti (1976-1982), Galtieri, Viola hasta
Reynaldo Bignone (1983)– supuso una evolución de los regímenes
cívico-militares hacia la degeneración ética y el desprecio absoluto por
la vida. La de-saparición física de miles de personas, los vuelos de la
muerte y la violación permanente de los derechos humanos la
identifican. Su rechazo posterior es parte de esa memoria recuperada en
los Informes de la Verdad.
Durante las dictaduras se construyó un relato histórico en el cual
los golpistas aparecían como forjadores de la patria, defensores de la
familia y católicos practicantes. La Iglesia los bendijo. Sus historias
los señalaban como forjadores de la paz. Personajes con una inteligencia
sin parangón. Tras su caída, caen en desgracia y la memoria colectiva
los ubica en el estercolero de la historia.
Pero hay golpes revolucionarios en tanto crean un orden, cambian las
reglas del juego y proyectan una nueva cultura política. En América
Latina, el golpe cívico-militar chileno de 1973 reúne esas condiciones.
El periodo dictatorial se considera forjador de un pacto social que se
mantiene hasta hoy. Así, la violación de los derechos humanos pasa a un
segundo plano: orden y progreso. El neoliberalismo se implanta a sangre y
fuego. Eso lo homologa con el Brasil de hoy, a pesar de las
diferencias. Si el milagro económico fue un colchón que ha facilitado
una historia benigna de sus dictadores entre 1964-1985, hoy Jair
Bolsonaro, presidente y exmilitar, los recuerda y reivindica. Si hubo
modernización todo se justifica. En Chile, Pinochet es considerado por
unos y otros un adelantado a su tiempo, el padre del milagro chileno y
por ende exculpado por los crímenes de lesa humanidad. Así, los golpes
de Estado tienen éxito si son capaces de pervivir a las dictaduras.
Brasil y Chile son dos buenos ejemplos.
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