Cataluña, lo urgente y lo importante
Boaventura de Sousa Santos
Miles de personas marcharon ayer por calles de Barcelona en defensa de
la unidad de España, en víspera de la realización del referendo
independentista de CataluñaFoto Ap
El referendo
de Cataluña de hoy formará parte de la historia de Europa y ciertamente
por las peores razones. No voy a abordar aquí los asuntos de fondo que,
según las diferentes perspectivas, pueden leerse como cuestiones
histórica, territorial, colonialismo interno o como un tema más amplio
de autodeterminación. Son las situaciones más importantes sin las cuales
no se comprenden los problemas actuales. Sobre ellas tengo una modesta
opinión, que muchos considerarán irrelevante porque, siendo portugués,
tengo tendencia a tener una solidaridad especial con Cataluña.
El mismo año en que Portugal se liberó de los Felipes, 1640, Cataluña
fracasó en los mismos intentos. Por supuesto que Portugal era un caso
muy diferente: un país independiente hace más de cuatro siglos y con un
imperio que se extendía por todos los continentes. Pero, a pesar de
ello, había cierta afinidad en los objetivos y, además, la victoria de
esa nación y el fracaso de Cataluña están más relacionados de lo que se
puede pensar. Tal vez sea bueno recordar que la corona española sólo
reconoció la declaración unilateral de independenciade Portugal 26 años después.
Sucede que, siendo estas las cuestiones más importantes, lamentablemente en este momento no son las más urgentes.
Las cuestiones más urgentes son las de la legalidad y la democracia. Me ocupo aquí de ellas por ser del interés de todos los demócratas de Europa y del mundo. Como fue decretado, el referendo es ilegal a la luz de la Constitución vigente del Estado español y, como tal, en una democracia no puede tener ningún efecto jurídico. Por sí mismo no puede decidir si el futuro de Cataluña está dentro o fuera de España. Podemos tiene razón al declarar que no acepta una declaración unilateral de independencia. Pero la complejidad emerge cuando se reduce la relación entre lo jurídico y lo político a esta interpretación.
En las sociedades capitalistas y profundamente asimétricas en que vivimos, siempre hay más de una lectura posible de las relaciones entre lo jurídico y lo político. La oposición entre ellas es lo que distingue una posición de izquierda de una postura de derecha frente a la declaración unilateral de independencia.
Una posición de izquierda sobre las relaciones entre lo jurídico y lo político, entre la ley y la democracia, se basa en los siguientes supuestos:
Primero: la relación entre ley y democracia es dialéctica y no mecánica. Mucho de lo que consideramos legalidad democrática en un determinado momento histórico empezó por ser ilegalidad como aspiración a una mejor y más amplia democracia. Hay que dar mucha atención a los procesos políticos en toda su dinámica y amplitud y nunca reducirlos a su coincidencia con la ley del momento.
Segundo: los gobiernos de derecha, sobre todo de la derecha neoliberal, no tienen ninguna legitimidad democrática para declararse defensores de la ley, dado que sus prácticas se asientan en violaciones sistemáticas de la ley. No hablo de la corrupción endémica, sino por ejemplo, de la Ley de Memoria Histórica, de los Estatutos de Autonomía en lo que se refiere a la financiación e inversión pactada con las comunidades autónomas, del cumplimiento fáctico de derechos reconocidos constitucionalmente, como el de la vivienda, del recurso a políticas de excepción sin previa declaración constitucional. En estas condiciones la apelación del gobierno neoliberal al estado de derecho es siempre una apelación disfrazada a un estado de derechas. La izquierda debe cuidarse de no tener la menor complicidad con esta concepción oportunista de la ley.
Tercero: la desobediencia civil y política es un patrimonio inalienable de la izquierda. Sin ella, por ejemplo, no habría sido posible hace unos años el movimiento de los indignados y las perturbaciones que causó en el orden público. Desde la izquierda, la desobediencia debe ser igualmente juzgada dialécticamente, no por lo que es ahora, sino como una inversión en un futuro mejor. Este juicio sobre el futuro debe ser hecho no solamente por los que desobedecen (normalmente pagan un precio alto por ello), sino también por todos los que podrán beneficiarse de ese futuro mejor. O sea, la pregunta es si del acto de desobediencia se puede deducir con gran probabilidad que su dinámica es conducir a una comunidad política más democrática y más justa en su conjunto y no solamente para los que desobedecen.
Cuarto: el referendo de Cataluña configura un acto de
desobediencia civil y política, y como tal no puede tener directamente
los efectos políticos que se propone. Pero esto no quiere decir que no
pueda tener otros efectos políticos legítimos e incluso que pueda ser la
condición sine qua non para que los efectos políticos
pretendidos se obtengan en el futuro mediante próximas mediaciones
políticas y jurídicas. El movimiento de los indignados no logró realizar
sus propósitos de
¡democracia real ya!, pero no cabe duda de que, gracias a él, España es hoy un país más democrático. La emergencia de Podemos, de otros partidos de izquierda autonómica y de las mareas ciudadanas son, entre otras, prueba de eso mismo.
A partir de estos presupuestos, una posición de izquierda sobre el
referendo de Cataluña podría consistir en lo siguiente. En primer lugar,
declarar inequívocamente que es ilegal y que no puede producir los
efectos que se propone (declaración hecha). En segundo sitio, señalar
que ello no impide que el referendo sea un acto legítimo de
desobediencia y que, aun sin tener efectos jurídicos, el pueblo de
Cataluña tiene todo el derecho a manifestarse libremente en la consulta
(declaración omitida). Y que esta manifestación constituye en sí misma
un acto político democrático de gran transcendencia en las actuales
circunstancias.
La segunda declaración sería la que realmente distingue una posición
de izquierda de una de derecha. Y tendría las siguientes implicaciones.
La izquierda denunciaría al gobierno español en las instancias europeas y
lo demandaría judicialmente ante los tribunales por violar la
Constitución al aplicar medidas de estado de excepción sin pasar por su
declaración legal. La izquierda sabe que la complicidad de Bruselas con
el gobierno español se debe exclusivamente al hecho de que España está
gobernada en estos momentos por una administración de derecha
neoliberal. Y también sabe que defender la ley sin más es moralista y
sin ningún efecto, pues, como afirmé arriba, bien sabemos que la derecha
neoliberal (como la que está ahora en el poder en España) sólo respeta
la ley (y la democracia) cuando sirve a sus intereses. La izquierda
social y política se organizaría para viajar en masa y desde todas las
regiones del Estado español a Cataluña el domingo para apoyar
presencialmente en las calles y plazas a los catalanes en el ejercicio
pacífico de su referendo y ser testigo presencial de la eventual
violencia represiva del gobierno español. Buscaría la solidaridad de
todos los partidos de izquierda de Europa, invitándolos a viajar a
Barcelona y a ser observadores informales del referendo y de la
violencia, en caso de que esta se produjera. Se manifestaría pacífica e
indignadamente (repito, indignadamente) por el derecho de los catalanes a
un acto público pacífico y democrático. Documentaría minuciosamente y
presentaría queja judicial de todos los actos de violencia represiva. Si
el referendo resultara violentamente impedido, quedaría claro que lo
habría sido sin ninguna complicidad de la izquierda.
Al día siguiente del referendo, cualquiera que fuera el resultado, la
izquierda estaría en una posición privilegiada para tener un papel
único en la discusión política que se seguiría. ¿Independencia? ¿Más
autonomía? ¿Estado federal plurinacional? ¿Estado libre asociado
distinto de la caricatura que trágicamente representa Puerto Rico? Todas
las posiciones estarían sobre la mesa y los catalanes sabrían que no
necesitarían las fuerzas de derecha locales, que históricamente siempre
se coludieron con el gobierno central contra las clases populares de
Cataluña para hacer valer la posición que la mayoría entendiera ser
mejor. Es decir, los catalanes, los europeos y los demócratas del mundo
conocerían entonces una nueva posibilidad de ser de izquierda en una
sociedad democrática plurinacional. Sería una contribución de los
pueblos y naciones de España a la democratización de la democracia en
todo el mundo.
Traducción: Antoni Aguiló
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