Las claves de las elecciones en México III: Continuidad o populismo venezolano y norcoreano
Publicado: 31 oct 2017 12:23 GMT
En
1935 la casa encuestadora Gallup comenzó a preguntar sobre la
aprobación del presidente de Estados Unidos. Desde entonces se ha vuelto
una variable para medir el desempeño del ejecutivo y su popularidad. En
México, la mayoría de las encuestadoras señalaban que el presidente Enrique Peña Nieto
comenzó su mandato con una aprobación de 55-60%, pero con un derrumbe
en su imagen a lo largo del tiempo que lo tiene actualmente en un índice
de aceptación de tan solo 15-20%, lo que refleja una caída de más de 40
puntos.
Ese 15-20% coincide con las preferencias
electorales del Partido de la Revolución Institucional (PRI), el partido
de Peña Nieto. Podríamos decir que este es el voto duro del priismo,
que no importa que tanto se hunda el barco, ya que le permanecerá fiel.
El régimen se encuentra actualmente en un tercer lugar de las
preferencias electorales, donde el puntero es López Obrador,
con preferencias de alrededor del 30%, congruentes con las votaciones
que ha obtenido con anterioridad (35.29% en 2006 y 31.57% en 2012). El
voto duro de López Obrador parece ser casi del doble del voto duro del
priismo.
El oficialismo sabe que
es muy difícil que el voto duro cambie en cualquiera de los sentidos.
Ni el PRI puede perder mucho ni López Obrador tampoco. La apelación
discursiva se hará entonces al voto volátil, que es de alrededor del 30% del electorado,
un voto que se define basado en el éxito o fracaso de las campañas
electorales. El PRI, el partido con mayor índice de rechazo, sabe que es
prácticamente imposible convencer sobre sus virtudes, así que hará su
campaña basada en lo que conocen mejor: meter miedo a la población sobre
el candidato opositor.
Este discurso se ha hecho muy
claro desde 2006. Si gana López Obrador -nos dicen los políticos del
régimen- vendrá la debacle económica, la estatización de las empresas,
la pérdida de libertades, el fin de la democracia y el Estado de
derecho. No aportan pruebas, sino sentencias de fe, mientras que los
medios masivos de comunicación nos hablan de la "venezuelización de México".
Incluso, en 2006, un spot de campaña presentaba imágenes distorsionadas
de discursos de Hugo Chávez y protestas en Venezuela con solamente una
referencia final a López Obrador. En el discurso oficial el candidato de
oposición es malo, no por lo que es, sino por lo que podría llegar a
ser: alguien similar a Hugo Chávez.
Hoy en día, la narrativa distorsionada y fuera de lugar ha ido en aumento.
El dirigente nacional del PRI, Enrique Ochoa, ha afirmado que de ganar
López Obrador seguiría la vía norcoreana o venezolana, "un modelo populista autoritario".
José Antonio Meade, secretario de Hacienda y uno de los principales
candidatos para la nominación priista, también afirmó hace un par de
días (sin referirse directamente a López Obrador) que los modelos donde
el Estado tenga una rectoría son similares a regímenes como el de Corea del Norte o Venezuela.
Nada de matices, nada de precisiones, nada de diplomacia. ¿Será que la
siguiente acusación contra la oposición es que tienen armas de
destrucción masiva en sus oficinas de campaña?
Esta narrativa surgió en 2006 de la mano del publicista español Antonio Solá
Reche, quien desde su juventud militó en el Partido Popular, partido
donde se refugiaron la derecha, los conservadores y los franquistas
españoles a la caída de la dictadura. Solá ha dado consultorías
políticas en diferentes países, entre los cuales están México,
Argentina, Perú y Guatemala. La estrategia y narrativa no son solo
nacionales, sino internacionales, ya que se ha aplicado por igual en
Argentina, Perú, Ecuador o México. Incluso, en la actualidad en España,
la creciente fuerza que representa Podemos
es cuestionada por sus "vínculos" con Venezuela, Irán y Rusia, sin que
se llegue a probar nada o como si esto fuera un signo inequívoco de
podredumbre política.
Nada se repara en las
particularidades propias de cada nación y cada régimen político y ni
tampoco en la diplomacia internacional. Este discurso conservador se
encuentra emparentado con la estrategia electoral de Trump en Estados Unidos y el fenómeno de la postverdad o las 'fake news'.
En
México, la "guerra sucia", como se le ha llamado a esta estrategia
electoral basada en trasmitir miedo a través de cuestiones ficticias o
pretendidas potencialidades de los actores políticos, tiene una raíz
tanto psicológica como sociológica. Como lo señalaba en sus escritos
Marcel Mauss, la mitomanía, la locura de juzgar y el fanatismo son
elementos presentes en las psicosis colectivas. Lo irracional se
convierte –aparentemente- en racional gracias a la psicosis y a la histeria colectiva.
El régimen le apuesta al miedo a lo desconocido, a los calamares
gigantes y demás monstruos de altamar para evitar siquiera que zarpemos
del puerto. ¿Cuántas veces ese miedo se ha convertido en el único
argumento del status quo para tratar de evitar los cambios sociales? La
continuidad y el status quo, afirma el gobierno de Peña Nieto, es el
único lugar seguro y apacible. Nos hablan del paternalismo de Estado
pero invocan el miedo para evitar que abandonemos el regazo de la seguridad en el mercado, como si tal cosa existiera.
Además del ridículo y
catastrofista llamado a evitar las vías norcoreanas y venezolanas, el
discurso electoral del régimen estará dirigido a desprestigiar a la
política y a los políticos, algo fácil de hacer ante el desprestigio de
estos últimos. "Todos son iguales" pareciera ser una voz generalizada.
Pero esa voz solo conviene al régimen en el poder. Desincentiva la
participación ciudadana y electoral y desmoviliza socialmente. El PRI no
está interesado en demostrar su rectitud, saben que eso es un caso
perdido. Tratarán por todos los medios de ensuciar a los candidatos
opositores e independientes a veces con elementos justificados y muchas
veces sin ellos. No se trata de demostrar que los candidatos del régimen
sean probos, sino que el resto sean tan corruptos como ellos.
"Calumnia, que algo queda" es un refrán popular y una metodología
electoral del gobierno.
Así como la oposición señala que la elecciones de 2018 son
un referéndum entre la continuidad o el cambio, así también lo aborda el
discurso oficialista. Pero el referéndum del gobierno no es entre
corrupción y cambio, como lo afirma la oposición, sino entre continuidad
o 'venezuelización' y ahora hasta 'norcoreización'. Para el régimen es
mejor votar por un candidato afín a los mercados y a la ortodoxia del neoliberalismo económico
que por un candidato que se mueve en los ejes de lo nacional-popular.
Nos dice el oficialismo que el camino es largo, largo pero seguro.
Llevan diciéndolo 10, 20, 30, 50 y hasta 100 años y todavía no podemos
superar los cimientos de ese proyecto que parece tan longevo como los
mil años del Sacro Imperio Romano Germánico.
Tal vez uno
peque de escepticismo, pero como decía el economista Keynes, lo único
seguro es que "a largo plazo todos estamos muertos".
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