La sangre rusa del último muerto de la dictadura uruguaya
© Foto: Mary Zavalkin
REPORTAJES 02:00 07.12.2016(actualizada a las 23:25 07.12.2016) URL corto52088137 En 1984, pocos meses antes del final de la dictadura uruguaya, la muerte del médico rural Vladimir Roslik conmocionó a todo el país. Por su origen ruso, fue secuestrado por los militares y sometido a una cruel tortura que terminó con su vida. San Javier es un pequeño pueblo en el suroeste de Uruguay, con menos de 2.000 habitantes. A simple vista, no difiere mucho de cualquier otra localidad rural de ese país, pero las 'matrioshkas' gigantes en la plaza principal muestran un vínculo con Rusia.
© FOTO: MARY ZAVALKIN Vladimir Roslik y su familia
Un visitante más detallista notará en la toponimia local otros elementos para confirmar esto. Por ejemplo, el nombre del teatro local —Pobieda—, del centro cultural —Máximo Gorki— o del templo religioso —Sabraña—. Si llegara a consultar el directorio telefónico, notará que predominan los apellidos eslavos. Y aunque no se hable más ruso en las calles del pueblo, en la gastronomía percibirá platos como el shashlik o los varéniki, exóticos a pocos kilómetros del lugar. En 1913, un grupo de familias rusas llegaba a un lote de tierras vírgenes a orillas del río Uruguay. Los inmigrantes pertenecían al culto religioso "Nuevo Israel", perseguido por el zarismo. Encabezados por el líder de este movimiento, Vasili Lubkov, establecieron una próspera colonia rural en la que mantuvieron su religión. Tras la revolución, Lubkov y algunos colonos volvieron a Rusia, pero otros se quedaron en Uruguay.
© FOTO: MARY ZAVALKIN Título de médico de Vladimir Roslik
Vladimir Roslik era hijo de dos de esos pobladores originarios de San Javier, llegados a Uruguay de niños. Nació en 1943 y de pequeño "trabajó en el campo con el padre", dijo a Sputnik María Elena, su hermana. Sin embargo, su deseo era superarse y continuar con su formación. "Siempre le decía a papá y a mamá: '¡Yo quiero estudiar!'", contó la hermana. En aquel entonces solo había escuela primaria y parte de la secundaria en San Javier, por lo que continuar los estudios requería un esfuerzo económico considerable. Aún así, los padres enviaron a su hijo a Montevideo, donde estuvo un año y medio antes de recibir una beca para la Universidad de la Amistad de los Pueblos Patricio Lumumba, en Moscú. Allí partió en 1962, para volver en 1969, con el título de médico bajo el brazo y estetoscopio en mano, para servir a su comunidad. "Le ofrecieron esa beca del Instituto Cultural Uruguayo Soviético y él lo aceptó, porque los padres no podían costear más [los estudios]. Fue, se graduó, vino y trabajó", narró María Elena. 'Valodia', como lo conocían cariñosamente en San Javier, fue un médico comprometido con su comunidad. Desempeñó su profesión en el Hospital de Paysandú —la ciudad más cercana a San Javier— y en la policlínica del pueblo. Se casó con María Cristina 'Mary' Zavalkin, también oriunda de la colonia e hija de rusos, en 1977. En ese entonces, Uruguay atravesaba una sangrienta dictadura, que secuestró y torturó a miles y asesinó a cientos. Financiado y apoyado por los Estados Unidos, el régimen persiguió a militantes de izquierda.
© FOTO: MARY ZAVALKIN Certificado de Escolaridad de Vladimir Roslik
En 1980 la dictadura puso a San Javier bajo la lupa, porque asimilaba rusos con comunistas. La persecución contra algunos habitantes del pueblo se volvió insoportable. En mayo de ese año, acusados falsamente de colaborar con la Unión Soviética y de promover la lucha armada, los militares apresaron a un grupo de 11 personas, entre ellas a 'Valodia': todos ellos de origen ruso. Sin embargo, ninguno de ellos tenía una actividad militante. "En realidad había comunistas en San Javier y todo el mundo sabía quiénes eran. Pero a los comunistas no los llevaron porque eran gente de apellidos criollos", dijo a Sputnik Mary Zavalkin, viuda de Valodia. La estancia en la Unión Soviética de Roslik no fue, para la inteligencia de Uruguay, un viaje de estudios. Los archivos desclasificados indican que, a los ojos del régimen, el médico fue a recibir entrenamiento militar. Los secuestrados fueron sometidos a torturas en el cuartel de Fray Bentos, la capital de Río Negro, el departamento donde se encuentra San Javier. El Ejército clausuró el centro cultural Gorki y quemó todos los libros y revistas en ruso. La escenografía, vestuarios y murales del grupo de danzas folclóricas rusas 'Kalinka' fueron destruidos por completo. "Se ampararon en que eran cuestiones políticas, pero en realidad lo que sufrimos fue una persecución étnica. Toda la gente que llevaron presa en San Javier tenía apellido ruso. Portarlo era considerado un atentado contra el país. No tiene nada que ver. Ni televisión teníamos", comentó Zavalkin. Los militares arguyeron que los hombres secuestrados tenían un plan para ingresar armas desde la Unión Soviética en el Puerto Viejo, el muelle de San Javier sobre el río Uruguay. Con golpes, 'submarinos' —método en el que se ahoga al torturado en un tanque de agua o en una bolsa plástica— y picanas eléctricas, obtuvieron las 'confesiones' de los secuestrados. Fueron trasladados a una cárcel en las afueras de Montevideo, irónicamente emplazada en la localidad de Libertad, a 400 kilómetros del pueblo. Hoy en día, es imposible imaginar que en Puerto Viejo pudiera realizarse una 'invasión comunista'. Las armas que incautaron, supuestamente proporcionadas por la Unión Soviética, eran rifles de caza, algo normal en una zona rural, pero insuficientes para alzarse contra el régimen. Algunas incluso eran de utilería, para las obras del teatro del pueblo. "Decían que pasaban armas y que andaban en submarinos [por el río]. Nunca vi un submarino en mi vida, así que no sé el calado que necesita. Pero en Puerto Viejo ni los barcos grandes pueden andar porque el calado no es muy hondo, así que un submarino… Lo que armaron fueron todas cosas dantescas. Ahora después de tantos años te das cuenta que era una guarangada", narró Mary. Los sanjavierinos permanecieron presos por períodos de hasta 15 meses. Valodia salió en 1981 y volvió a San Javier a retomar su actividad profesional pero seguía permanentemente vigilado, aunque no se hubiera probado la presunta invasión comunista: él nunca había militado políticamente. Renuncia funcionario argentino que negó número de desaparecidos en dictadura Pasaron unos años y siguió su vida en San Javier.
En 1983, junto con Mary decidieron tener un hijo, al que llamaron Valery. A los tres meses de nacido el niño, en circunstancias poco claras, el 15 de abril de 1984, de nuevo con la excusa del ingreso de armas, Roslik fue trasladado junto a otros colonos a Fray Bentos, donde fue torturado violentamente. Esta vez, no resistió a los golpes. En cierto momento, Valodia dejó de reaccionar, de gritar, de suplicar. Había perdido su vida. Llamaron a Mary para que reconociera el cadáver. El médico del cuartel, Eduardo Sáiz, redactó un informe en el que anotó que la muerte se dio por un paro cardíaco "sin violencia". 1 / 7
© FOTO: MARY ZAVALKIN Vladimir Roslik con su hijo Valery en brazos A pocos meses de las primeras elecciones libres en Uruguay, Roslik se había transformado en el último muerto por tortura en la dictadura, a pesar del informe. Mary sacó fuerzas de donde no la tenía para exigir que se hiciera una nueva autopsia en Paysandú. Los médicos concluyeron que se trató de una "violenta muerte multicausal". Los golpes lo hicieron ahogarse con su vómito, le desgarraron el hígado y le provocaron diversos traumatismos. Nunca se procesó a nadie por el crimen de Valodia. Mary hizo denuncias incluso en la ONU, pero que no prosperaron. Ser de origen ruso, hablar el idioma y haber vivido en la Unión Soviética fueron motivos suficientes para que los militares lo asesinaran. Junto a su hijo, Mary dejó San Javier y se afincó en Paysandú. Logró publicar un libro con la historia de su marido y dentro de unos meses se estrenará un documental. Según Zavalkin, la acción de los militares dejó secuelas en los habitantes directamente afectados y en sus familias: "Algunos se han suicidado, otros quedaron locos o bobos. Todos han tenido problemas de salud por todo esto que pasó".
© AFP 2016/ NORBERTO DUARTE Plan Cóndor: una luz al final del túnel para familiares de desaparecidos El pueblo cambió mucho: aunque mantienen las tradiciones culinarias y volvieron a bailar danzas típicas, los sanjavierinos dejaron de hablar ruso en público. Mientras que en una colonia alemana cercana a San Javier, los habitantes mantienen su lengua propia y sus escuelas, en el pueblo ruso "los viejitos hablaban escondidos en las casas", dijo la viuda de Roslik. "El pueblo perdió la alegría", aseveró. Mary creó la Fundación Vladimir Roslik, para mantener viva la memoria de su marido. Tiene una policlínica, un hogar de ancianos —"Valodia"— y un centro de cuidados infantiles. En el terreno donde iban a construir su casa, construyó una plaza para el disfrute de lo que queda del pueblo. Hoy en día, el Gobierno quiere impulsar un corredor náutico a lo largo del río Uruguay y San Javier, con su pasado ruso, es uno de los atractivos para dar a conocer la zona. Por el Puerto Viejo de San Javier, no transitan submarinos ni armas, sino embarcaciones con forasteros. Ahora ser ruso es un atractivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario