domingo, 30 de junio de 2019

El civismo no es materia de relleno sino obligación moral
 
En el tercer año de primaria, en el Colegio Windsor, recuerdo cómo nos inflamaba de fervor patrio la clase de civismo de la seño Velásquez. Marchar tras la bandera en el patio de la escuela me causó una emoción duradera y un mediodía en que la seño Velásquez me pidió devolver la bandera a su estuche (una alta vitrina transparente) lo viví como un honor inmerecido y sentí la misma emoción que el día de la Primera Comunión.
Durante el sexenio de Vicente Fox (2000-2006) el civismo y la ética desaparecieron del plan de estudios del nivel básico. La escuela olvidó enseñarnos qué significa ser ciudadano, por qué tenemos que ayudar al ciego y acompañarlo hasta la esquina, por qué, si conducimos nuestro auto, tenemos la obligación de esperar a que crucen la calle con toda lentitud y parsimonia niños y ancianos que se distraen a medio camino, por qué exigir atención en la fila de la farmacia o en el mercado para que nos despachen antes que a otros resulta un abuso de autoridad, por qué interrumpir la conversación (todos son nuestros mayores) es una falta de educación. Alguna vez se difundió que a la hora de la inspección de las maletas en el aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México una muy reconocida actriz increpó a la inspectora preguntándole: ¿Qué no sabe usted quién soy yo?
La urbanidad nos pide sonreír en vez de enojarnos, sonarnos con discreción, taparnos la boca si tosemos, ceder nuestro lugar en el Metro y en el autobús, dar el paso a los mayores, comportarnos como ciudadanos.
El civismo consiste en cumplir con las reglas indispensables para convivir como sociedad. Se basa en el respeto al prójimo, a nuestro entorno, a la naturaleza y a los objetos y espacios públicos. Recuerdo que la destrucción de las casetas telefónicas vandalizadas en algún sexenio anterior (ahora ya no hay casetas) me causó coraje y tristeza. ¿Qué significado podía tener esa inútil y terrible destrucción de la propiedad pública?
¿La mayoría de los ciudadanos tratamos de ayudar o de beneficiarnos? ¿Protegemos sólo a nuestros más cercanos y sólo cuidamos nuestros intereses? En tiempos de falta de agua recuerdo a un vecino bañando prolijamente a su automóvil cuando una señora mayor le explicó que en su casa no había agua. Cuando el vecino respondió que ese no era su problema supe lo que puede significar la descomposición social que ahora experimentamos.
En un artículo publicado en la revista Nexos, Gilberto Guevara Niebla, ex líder del movimiento estudiantil de 1968 y experto en educación, da un ejemplo cotidiano de la falta de civismo entre los mexicanos: “Basta salir de casa y ver sobre la calle los autos formados en doble fila, las micros desplazándose a toda velocidad por el carril de alta velocidad, los policías absteniéndose de castigar a los transgresores y pidiéndoles, en cambio, mordida”. Su lista de ejemplos se amplía hasta llegar a los más altos funcionarios que se han visto envueltos en actos de corrupción.
No todo depende de la formación que se recibe en las aulas, tiene que ver, en gran medida, con la educación que recibimos en el hogar.
Uno de los peores errores del ex presidente Felipe Calderón fue eliminar civismo que ahora volverá a implementar el gobierno de López Obrador, así como educación física, indispensable a la salud de cualquier niño. Tenemos que regresar a una educación en la que el tronco común tenga que ver con el humanismo y que de ahí se desprenda todo, declaró López Obrador.
Aprender a ser, aprender a hacer, aprender a vivir y aprender a conocer son cuatro pilares de la obligación conjunta de profesores, padres de familia y alumnos (…) La pregunta aquí es: ¿cómo saber si la escuela está ayudando a formar verdaderos ciudadanos?
Anteriormente, los maestros tenían manuales de buenas costumbres. En el gobierno de Luis Echeverría, la educación básica tuvo cuatro ejes: matemáticas, español, ciencias naturales y ciencias sociales; se memorizaban los artículos constitucionales más importantes y cada lunes los niños rendían honores a la bandera. Sin embargo, en su sexenio, el civismo no figura entre las materias escolares.
Finalmente, la formación ética se basa en un principio evangélico que a veces olvidamos: Amémonos los unos a los otros, aunque quisiera hacer constar que no soy ninguna monja a pesar de varios años interna en un convento del Sagrado Corazón.

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