Guerra por el agua en Valle de Guadalupe
En Ensenada, 18 vitivinicultores tienen más de 50% del líquido; comunidades sufren despojos
Luis Hernández Navarro
Enviado
Periódico La Jornada
Lunes 12 de diciembre de 2016,
Ejido El Porvenir, Ensenada, BC.
Hay una guerra en Valle de Guadalupe. Es la guerra por el agua. Oculta tras el boom del glamoroso Napa Valley mexicano, grandes vitivinicultores y ejidatarios disputan, cada vez con más encono, el acceso al líquido vital.
La mesa está dispareja. No más de 18 productores de vino disponen de más de 50 por ciento de los recursos hídricos de la región, mientras las comunidades carecen de agua hasta para beber. Sedientos de justicia, desesperados, los campesinos que han labrado esas tierras por tres generaciones, y unos mil indígenas kuimai, que habitan este territorio desde hace al menos 4 mil años, amenazan con tomar otras medidas.
Aquí en El Porvenir –dice Marco Antonio Orozco, asesor de la Unión de Ejidos de la Zona Norte de Ensenada– no hay una sola gota de agua en las casas. Y los pobladores tienen meses batallando con el problema. Eso, a pesar de que en la ley de aguas nacionales hay una prelación de quienes tienen derecho al líquido, y los primeros son los asentamientos humanos. La primera que tiene derecho es la comunidad y es la que no tiene agua.
La cosa se está poniendo cada vez más grave, asegura Rafael Romo, presidente de la unión ejidal. ‘‘Aquí la gente se está agitando ya mucho. Cada vez me cuesta más trabajo estarlos calmando. Ayer me agarraron a mí y me comenzaron a reclamar furiosos. Tuve que decirles: yo no soy el del problema, yo soy el comisariado ejidal. No soy de la Cespe (Comisión Estatal de Servicios Públicos de Ensenada)”.
Indignado por el avance empresarial sobre sus tierras y el agua, Romo, cuya esposa tiene un pequeño local de degustación de vinos artesanales en los que vende las mermeladas gourmet que ella produce, denuncia: A los que les hacen caso son puros extranjeros, quienes vienen con una palancas yo no sé de dónde. Hay italianos, franceses, españoles, hay de todo. A ellos les hacen más caso que a uno. Uno es nativo de aquí, y el gobierno les entrega los millones de pesos a ellos. La cosa se está poniendo muy desbalanceada hacia un sólo lugar. De un lado está un interés político, del otro el hambre y la necesidad de agua del pueblo.
Graziano Sandoval Gastelum, presidente el ejido Zaragoza, presente en la charla colectiva en la casa ejidal, que lo mismo sirve de recinto para realizar asambleas que de funeraria para velar difuntos, tercia con firmeza: Nosotros estamos primero que ellos. Tenemos toda la vida viviendo aquí. Ellos van llegando. Se quieren adueñar del valle. No nos vamos a dejar. Vamos a pelear. Si hace falta vamos a defender esto hasta con nuestras vidas.
El Napa Valley mexicano
Rodeado de montañas, con el cielo pintado de mil y un azules, sembrado de vid y olivos, el Valle de Guadalupe parece un cuadro vivo de un pintor impresionista. Está ubicado a 30 kilómetros de la ciudad de Ensenada; la brisa marina que arrulla sus huertos se mezcla con aromas de tierra, lavanda y romero. En sus tierras y valles aledaños se produce alrededor de 50 mil cajas de vino, 90 por ciento por ciento de la producción nacional.
La siembra de vid, pera, albaricoque y olivos, y la producción de vino, llegaron a la región de la mano de los dominicos. En 1834, los frailes fundaron la Misión de Nuestra Señora de Guadalupe Norte y emprendieron la evangelización de los indígenas que poblaban el territorio. No duró mucho su presencia allí. En 1840 los pobladores originarios se sublevaron y destruyeron la misión.
Años después, en 1905, cerca del final del porfiriato, unas 104 familias de migrantes rusos que profesaban el culto molokano, perseguidas por el zarismo, compraron tierras en el valle. En 1924 se les sumó un grupo de soldados exiliados de la revolución bolchevique. Dedicados a la agricultura, los molokanos elaboraron vino artesanal para vendérselo a bodegas locales. En 1957, la presión generada por la construcción de una carretera y el reparto agrario los llevaron a deshacerse de sus terrenos.
La última colonización de estas tierras comenzó con el reciente boom del vino nacional y el proyecto de convertir el valle en una especie de Napa Valley mexicano. No arrancaba de cero. En 1888 se había establecido en Ensenada la primera comercializadora de vinos, y en 1928 un inmigrante italiano, Angelo Cetto Carli, había fundado en Tijuana exitosas bodegas. En la década de los sesenta y setenta su hijo dio gran impulso a la vitivinicultura comercial en el valle y sus alrededores.
El surgimiento reciente de decenas de nuevas bodegas en la región, la expansión de algunas casas comerciales establecidas con anterioridad y la compra de ranchos por funcionarios gubernamentales han provocado crecientes conflictos sociales. Los campesinos lo viven como una invasión silenciosa. La disputa por la tierra, el agua y los apoyos gubernamentales entre los grandes vitivinicultores y los campesinos e indígenas se ha intensificado.
“Los propietarios –explica Francisco Ojeda, asesor técnico de la unión y representante de San José de la Zorra– llegaron pidiendo permiso para asentarse y luego, como los sapos, se fueron ensanchando y sacándonos de nuestros territorios.
“Nos quieren hacer como los conquistadores a nuestros antepasados –arguye Rafael Romo–. Pretenden darnos espejitos por nuestras tierras.”
Muchos de los expulsados son indígenas kumiai. Ahora laboran para las grandes empresas productoras de vino como jornaleros y vaqueros. Varias comunidades originarias han denunciado el despojo de sus tierras y el apoyo de policías y militares a grandes propietarios. En septiembre de 2012, los kumiai informaron haber sufrido secuestros, robos, golpes y toda clase de abusos de autoridad por elementos del Ejército (https://goo.gl/eg3v3Z).
Pero la principal contradicción social hoy en ese territorio es por el acceso al agua. El bien escasea. Según el Comité de Aguas Subterráneas (Cotas) del Acuífero del Valle de Guadalupe AC, hay una sobreconcesión de los pozos, inadecuada aplicación de la normativa e insuficiente infraestructura.
Del agua subterránea concesionada anualmente en esa región, 82.36 por ciento se destina a la actividad agrícola, 17 por ciento es utilizada por la Comisión Estatal de Servicios Públicos de Ensenada y 0.53 por ciento se canaliza a otros usos.
La indignación
Los vinos del valle demandan mucha agua. Se elaboran con uvas que crecen no en terrenos de temporal, sino de riego, sobre la práctica de una agricultura del desierto. Pero, a pesar de ello, los grandes productores quieren crecer.
Los vitivinicultores –advierte Rafael Romo– quieren extender sus grandes ranchos con vid. Cada planta gasta 20 litros diarios para producir. Cada hectárea tiene alrededor de 6 mil. Ellos tienen decenas de hectáreas. Acaparan más de la mitad del agua. Y aquí el pueblo no tiene. Mucha gente tiene que comprar una pipa en 600 pesos. Un ejidatario sin agua, pues haga de cuenta que no es ejidatario.
La situación es dramática. Con paciencia explica: En mi rancho, hace cuatro años el agua estaba a 12 pies de profundidad; ahora se encuentra a 56, y se acaba. Antes el pozo podía trabajar 24 horas y yo cultivar cualquier cosa. Ahora ya no porque el líquido no alcanza.
La zona está afectada no sólo por la sobrexplotación de los mantos freáticos o porque no llueve, sino porque saquean la arena. “Se han robado –denuncia Graziano Sandoval– toda la de Tecate, Ensenada, Rosarito. La arena es un filtro y protege los mantos freáticos. Dos o tres empresas han depredado los arroyos. Se han llevado millones de toneladas para venderla al extranjero. Aunque la ley establece que sólo se puede extraer un metro lineal, ahora hay lugares que llevan hasta 10 de profundidad. El agua ya no se filtra, corre”.
Por si fuera poco. Los campesinos de Valle de Guadalupe sufren los efectos de un programa de desarrollo urbano y turístico para la zona, que –según ellos– los condena a la extinción.
“Con ese programa –ilustra Marco Antonio Orozco– le cambian la vocación a tierras que son eminentemente agrícolas y ponen que 70 por ciento de las zonas ejidales son de protección y conservación. El reglamento faculta a la autoridad a demoler casas. Tienen definido que deberán construir bardas de piedra frente a sus viviendas para que no se vean, y que deberán adornarlas con determinada vegetación. Los campesinos no pueden hacer más que un jardín botánico o ver sus tierras. Ya no pueden disponer de ellas. ¡Ni siquiera pueden subdividirlas!”
La mesa no está pareja, lamenta Rafael Romo. “Los vitivinicultores pusieron en ‘protección’ todo, pero sus ranchos los pusieron como ‘condicionados a desarrollo’. Los mejores suelos nomás para ellos. Y como tienen condicionado el desarrollo en sus tierras, pueden dedicarlas a muchas actividades. Hasta les cambian el uso del suelo si quieren. Pero los ejidatarios no. Ahí se ve el desbalance.”
Los campesinos alegan que no hace falta un nuevo ordenamiento. Ya tienen uno y es con el que han vivido y trabajado por años, de acuerdo con la Ley Agraria y desde que el presidente Lázaro Cárdenas les entregó los títulos en 1938.
Indignado, Ismael Orta Arroyo, presidente del comisariado ejidal de San Marcos, describe: “Estos amigos agarraron la Constitución como papel sanitario. Violentan el artículo 27. Todo el valle está bien molesto. El rancho en el que estoy era de mi abuelo, después de mi padre y ahora yo lo tengo. Somos ganaderos de abolengo. En cambio –señala refiriéndose a los vitivinicultores– la mayor parte de esa gente son extranjeros. No son nativos de Baja California. Nosotros nacimos en este valle”.
Y añade: “Todos son panistas, son azules. Se aprovecharon de que tenían a Calderón y a Fox. Se adueñaron de todo y nos quieren hacer a un lado. Tienen mucho dinero. Es una burla para nosotros y para mucha gente”.
Los comentarios de los dirigentes ejidales y sus asesores no son baladronadas. Cada día que pasa, el enojo en la zona crece. En una de sus visitas al valle casi linchan a Wenceslao Martínez, diputado panista, empresario de la construcción y vitivinicultor. Un grupo de unas 20 mujeres con cacerolas –recuerda Rafael Romo– le gritaba: “¡Cabrón! Votamos por ti para que nos defiendas, no para que nos partieras la madre. Te largas a la chingada o te agarramos a cabronazos…” Y entre risas, remata: “Las tuvimos que parar, porque si no, de verdad que le terminan partiendo su madre.
“Sépanlo –sentencia Graziano Sandoval– el campesino no vende su dignidad. No estamos en venta”.
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