Pederastia clerical: condena mundial inédita
En un informe elaborado por el Comité sobre los Derechos del Niño, y difundido ayer, la Organización de Naciones Unidas (ONU) formuló cuestionamientos inusitadamente severos en contra de la Iglesia católica en relación con los casos de abuso sexual infantil cometidos por sacerdotes. El organismo multinacional acusa al Vaticano de no haber reconocido jamás la magnitud de los crímenes sexuales” cometidos por sus religiosos y de “no haber tomado las medidas necesarias para proteger a los menores”; señala que, en consecuencia, los abusos “se siguen cometiendo de forma sistemática, mientras la inmensa mayoría de los culpables disfruta de total impunidad”, y demanda a las autoridades del catolicismo que “destituyan de sus cargos y entreguen a la policía a todos aquellos que sean culpables de abusos sexuales a menores”, para lo cual pide que haga público el contenido de los expedientes relacionados con estos casos.
El llamado de la ONU constituye un hecho sin precedentes en el historial de los episodios de pederastia clerical, en la medida en que representa una condena contundente de la comunidad internacional y plantea un señalamiento inequívoco sobre el carácter estructural y sistemático del encubrimiento y la impunidad para estos crímenes en el seno de la Iglesia católica. La severidad del pronunciamiento, proporcional al tamaño del mal causado a las víctimas, resulta además indicativa del grado de descomposición y descrédito internacional que ha alcanzado el Vaticano en el contexto de los escándalos por pederastia, consecuencia de las vacilaciones y la arrogancia de la propia Iglesia: debe recordarse que, ante la masa de denuncias y señalamientos sobre los abusos sexuales perpetrados por integrantes del clero católico en decenas de países, las jerarquías eclesiásticas y el propio Vaticano, lejos de asumir una actitud de esclarecimiento y cooperación, se empeñaron en negar, minimizar o silenciar sistemáticamente –mediante el pago de indemnizaciones millonarias– tales acusaciones.
Más allá del valor intrínseco del documento, no puede soslayarse que éste se inscribe en el contexto del papado que encabeza Jorge Mario Bergoglio, cuyo primer tramo ha estado manifiestamente orientado a la renovación de la Iglesia católica y ha arrancado con una clara actitud de denuncia de algunos de los lastres y vicios más palpables de la jerarquía vaticana, como ha quedado de manifiesto con las críticas formuladas por Francisco en contra de la curia romana.
En ese sentido, si bien es posible que los señalamientos de la ONU graviten favorablemente en el avance de la renovación y modernización que el catolicismo requiere con urgencia, parece inevitable que, en lo inmediato, contribuyan a intensificar la disputa por el poder entre el pontífice y la mafia clerical que controla la Santa Sede, y por recrudecer las posiciones retardatarias, opacas y medievales de los segundos.
Cabe esperar que esa disputa se resuelva en favor de los ánimos reformadores y que, en el caso específico de la pederastia clerical, el documento de la ONU contribuya al reconocimiento, por las máximas autoridades del catolicismo, de la necesidad de emprender un deslinde histórico y sin precedente de los agresores sexuales que medran en las filas de la Iglesia y entregarlos a las instancias seculares correspondientes. Lo anterior es condición necesaria no sólo para concretar una mínima perspectiva de justicia para la víctimas, sino también para que el catolicismo pueda volver a acercarse a sus fieles y recupere la autoridad moral perdida en las décadas pasadas.
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