Carta abierta al jefe de Gobierno del Distrito Federal
Fernando González Gortázar
Desmontaje de la pista de hielo, en imagen del pasado 21 de enero, instalada por el Gobierno del Distrito Federal en el Zócalo. Durante las vacaciones de invierno del 16 de diciembre de 2013 al 12 de enero de este año fue visitada por 340 mil 260 personasFoto María Luisa Severiano
Respetable señor Jefe de Gobierno, hace algunas semanas usted anunció que la Plaza de la Constitución capitalina, conocida como El Zócalo, será remodelada. Añadió que le parece indispensable darle una nueva cara”, una “imagen moderna que privilegie al peatón”, y que ha pedido “a la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda, así como a la Autoridad del Espacio Público, la elaboración de un proyecto ejecutivo que debe estar concluido este mismo año.”
En lo que a mí respecta, en principio aplaudo la idea. Sin embargo, no podemos olvidar que se trata del ombligo mismo de la ciudad que, a su vez, es el ombligo de México entero; un sitio tan lleno de significados, que cualquier intervención en él debe ser objeto de una amplia, profunda y responsable reflexión y análisis. No está de más hacer un breve recuento de los planes que, en la segunda mitad del siglo XX, se hicieron a este respecto: hacia 1953, al parecer por encargo del regente Uruchurtu (quien le dio al Zócalo su imagen actual), Luis Barragán realizó algunos esbozos que, hasta donde sé, no llegaron a convertirse en un proyecto formal, como sí lo hizo el muy completo que realizó, por 1971 o 72, Enrique de la Mora y Palomar. A finales de 1981, el presidente López Portillo anunció que el piso de la gran plaza sería recubierto por una enorme copia de la página del Códice Mendocino que representa la fundación de Tenochtitlán, hecha con piedras de colores, complementada con una gigantesca asta bandera-escultura de acero y bronce diseñada por José Chávez Morado; este proyecto lo dirigía Pedro Ramírez Vázquez, según se dijo sin hacerse oficial. Estalló entonces una fuerte oposición a la disparatada iniciativa, en la que participamos muchos individuos e instituciones, y que condujo a su cancelación. Pero queda claro que han sido muchos los arquitectos de primer nivel que, en distintos momentos, se han involucrado en el asunto.
El esfuerzo más serio y encomiable al respecto se realizó siendo jefe de gobierno Cuauhtémoc Cárdenas. Allí se convocó a un amplio concurso de proyectos, se instituyó un jurado internacional de alto nivel y, contra lo habitual, todo resultó muy exitoso. Cuando las propuestas ganadoras se expusieron en el Palacio de Bellas Artes, el 20 de abril de 1999 escribí en La Jornada: “El visitar la exposición de los proyectos finalistas me produjo un gran alivio. Alivio y alegría: tanto los concursantes como los miembros del jurado estuvieron a la altura del reto, y éste era muy grande [...] Viendo esta exposición sentí orgullo por nuestra arquitectura; eso es algo que no me sucede con frecuencia”. Es lamentable que la obra no se haya llevado a cabo; por cierto, nunca supimos las causas de su cancelación.
Seis meses antes (La Jornada, 21 de octubre de 1998), a raíz de que el concurso fuera publicitado, yo había hecho algunas observaciones que me siguen pareciendo vigentes. Enumero unas pocas: “El que el Zócalo sea mejorable no significa que ahora carezca de valores...”. “La oportunidad de las obras futuras debe ser aprovechada para efectuar una prospección arqueológica que eventualmente desemboque en exploraciones puntuales y rescates concretos...” “Las calles que rodean el cuadrángulo han sido cerradas y abiertas siempre a capricho [...] La escuadra del frente de la Catedral y el Palacio Nacional debe desaparecer como tránsito público, mientras que en los otros dos lados las calles tienen que ser retrazadas, redimensionadas y rediseñadas...” “...el uso del área: su primera función, intocable, es la de albergar multitudes: nada deberá dificultarla...” “...el Zócalo es uno de los mejores espacios urbanos del mundo. Aquí entramos a una de las consideraciones centralísimas: el carácter simbólico del sitio [...] Parte de ese carácter reside en el diálogo visual entre el Palacio Nacional, la Catedral, los edificios del gobierno de la ciudad, e incluso el de la Suprema Corte. Este diálogo no debe ser alterado en forma alguna...” “... un mérito enorme del estado actual es que transmite una sensación de dignidad, de nobleza, de estabilidad, de solidez y de permanencia, calificativos que todos quisiéramos para el país [...] El nuevo proyecto deberá conservar, con la más alta calidad arquitectónica, esa esencialidad, esa reciedumbre, evitando cualquier trivialidad decorativa o demagógica, y cualquier anacronismo.”
Ahora, respetado licenciado Mancera, me parece que no se está actuando con autoexigencia bastante ni aquilatando la trascendencia de la iniciativa. La arquitectura es una de las bellas artes: ¿por qué, entonces, es inconcebible que se anuncie el encargo de un mural o una escultura urbana, por ejemplo, o la composición de una sinfonía, sin mencionar el nombre del autor o autores, y en cambio parece natural que no se nos informe qué arquitectos y urbanistas harán este proyecto, clave para la ciudad y para el país completo? ¿Cómo podemos saber si su nivel es el óptimo posible, como demanda la obligación que ese sitio conlleva? ¿Algún día se piensa exponer públicamente el proyecto, para recibir la retroalimentación colectiva? Si hace 15 años, por convocatoria expresa del gobierno del Distrito Federal, se obtuvieron no uno, sino tres excelentes proyectos finalistas en el concurso citado, ¿no parecería sensato el que se echara mano de ellos y de sus autores, se les hicieran los ajustes necesarios, y se llevaran a cabo, aprovechando tardíamente los cuantiosos esfuerzos y gastos que realizaron las autoridades de entonces? ¿O por qué no se aprende aquella lección y se convoca a una nueva competencia de proyectos, abriendo espacio para una más justa distribución de las oportunidades de trabajo arquitectónico, en vez de concentrarlo en la desleal competencia de dos oficinas burocráticas? Y el cardinal asunto de la exploración arqueológica, ¿no se va a tomar en cuenta? No tendremos otra oportunidad semejante en muchas generaciones. Además, ¿por qué la obra debe estar concluida “este mismo año”? ¿Cuál es la prisa? Los tiempos de la ciudad, la sociedad, el patrimonio y la cultura no son los de la política, y no pueden regirse por intereses coyunturales de ningún tipo.
Así pues, señor jefe de gobierno, si se quiere tocar un sitio tan sobrecargado de historia, de valores urbanos, de significado simbólico, y del profundo afecto de todos nosotros, sin duda el espacio público más importante de la nación, esto no puede hacerse sin convocar para ello a las mentes más brillantes en las diversas disciplinas que se involucran. No es posible anunciar tan a la ligera que la plaza del Zócalo estará jardinada: ¿cómo se llegó a esa conclusión? No creo que la opción deba desecharse a priori pero, a reserva de conocer los detalles de la solución que se proponga, esto pudiera leerse como una idea encaminada a frenar las concentraciones políticas y la instalación de campamentos de protesta, que allí se ha vuelto tristemente habitual por fallas y omisiones de autoridades diversas, en primer término, más que por incivilidad o vandalismo (que sin duda juegan también algún papel). Repito que la intención de mejorar la plaza central del país me parece loable. Ojalá que la forma de encararla no venga a dar al traste con todo, como bien puede pasar: eso sería imperdonable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario