miércoles, 11 de septiembre de 2013

¿Será que cuarenta años es poco tiempo?

Gonzalo Martínez Corbalá

Efectivamente, como vivencia personal cuarenta años es mucho, muchísimo tiempo, para decirlo pronto y preciso, puede ser toda una vida. Y, desafortunadamente, no he podido en este caso dejar de hablar, y de escribir por supuesto, en primera persona del singular, es decir, de mí mismo, de un tema que para mí, y para algunos de quienes con mucho cariño, pero tratando de ser objetivos, es rigurosamente cierto. Sobre todo si se completa el análisis viendo con una buena dosis de prospectiva lo que falte por recorrer, desde el segundo hasta los años.
¿Cómo fue eso de que un deber o un trabajo, o una misión que al final habría de ser de vida, llenó en la realidad muchísimas más que lo que normalmente se podría esperar? Pues así fue en mi caso, y quizás en muchos otros que a cuatro décadas de distancia tiene una intensidad para bien o para mal, lo cierto es que así es y punto.
En lo que corresponde al área institucional, y al cumplimiento estricto de los deberes y las obligaciones que se derivan de una firma del Presidente de la República, que así transforma radicalmente la vida de una familia, y que al dirigirse a otro jefe de Estado en una carta que tan sólo el papel y el tamaño que se usa anticipa algo de importancia, y que termina diciendo: “Ruego a vuestra excelencia dar la entera fe y crédito, a cuanto le comunique en mi nombre, especialmente cuando le exprese los votos que formulo por la prosperidad del pueblo chileno y por la ventura personal de vuestra excelencia de quien soy, leal y buen amigo”, y cierra el documento con la firma del presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Luis Echeverria,
La tarea que acepta cumplir el embajador nombrado en la carta, si se toma en serio, y me parece que la gran mayoría de ellos en la historia diplomática de México lo ha hecho con gran honestidad y con lealtad, aunque, claro está con sus diferencias y con el énfasis del caso, según la relación entre los dos jefes de Estado y el contexto internacional del momento lo exijan, lo impidan o terminen, en ciertos casos, con uns ruptura de relaciones, la cual, en su tiempo me incliné hasta donde la prudencia aconsejaba.
El embajador aquí descrito es muy difícil que evite el trabajar por consolidar la legitimidad de origen del régimen adonde va a servir a México, no a otra cosa, y tampoco es, por supuesto, que mantenga la mejor de las relaciones posibles con el suyo propio. Esto es que tenga la credibilidad y la confianza de los dos jefes de Estado, pues solamente de esta manera podrá cumplir con las tareas trascendentes, que acepta en el momento mismo de aceptar el nombramiento.
En el caso de Chile, efectivamente mi familia y yo guardamos un gran respeto y un cariño muy especial a Salvador Allende, y tenemos un recuerdo imborrable, para lo que nos quede de vida. Lo mismo para el pueblo chileno, herederos en la historia del pueblo que desde muchos años atrás, hizo presente su respeto y su cariño por los mexicanos, cuando Benito Juárez luchaba contra poderosas fuerzas militares que invadían el país, cuando un puñado de mineros desde Copiapó, en el norte chico chileno, trajeron hasta estas terras mexicanas y lo entregaron a Juárez, un gran tesoro para contribuir a su lucha, no sabemos, y no interesa, el peso o el tamaño de tesoro, que bien pudo haber sido más bien chico. Considerando las condiciones que se daban entonces en nuestro territorio, en cuanto a vías terrestres se refiere, y también de los valles y las montañas, ¡nada menos que los Andes!
Sí, cuarenta años es poco. Seremos, como he dicho, pueblos hermanos y amigos queridos personales, con todo lo que esto implica, por lo poco o lo mucho que nos quede de vida!



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