miércoles, 20 de marzo de 2013

El pecado original del liberalismo

politica, religión 16 de marzo de 2013



Masaccio

La expulsión de Adán y Eva del Paraíso Masaccio 1427

Aunque sepa que la pura palabra “liberalismo” para la mayoría de la gente es casi blasfemia intentaré presentarles mis reflexiones sobre el asunto y sobre el porqué de esta “leyenda negra”.
Tengo que añadir que quiero hablar del liberalismo como concepto filosófico, no de los movimientos políticos que tienen este nombre y que siempre son una alteración, una corrupción del sentido primario.
Este artículo es una actualización, de un breve ensayo que escribí en mi otra vida, cuando me gustaban problemas más filosóficos y profundos. Afortunadamente, para los que me leen, abandoné esta postura para dedicarme a la cocina, al gustó de la comida y a los recuerdos.
De vez en cuando, pero, los viejos hábitos vuelven a salir y por eso les pido disculpa.
En el siglo XIX en Italia, decir de una persona “liberal” era como decir un comecuras, un masón, un ateo anticlerical y además un capitalista explotador de los pobres.
Quizá en el tiempo era así -siempre hubo gente de este perfil- pero en este caso, la palabra, el concepto usurpado, era el propio “liberal”.
No eran liberales los que se ponían este nombre; en la mayoría de los casos ni sabían que quería decir ser “liberal”. Habían tomado esta etiqueta para pura conveniencia y utilidad personal, al mismo que hoy los socialistas se etiquetan como los que sólo piensan en el “bien común”.
Pero, dejando eso de lado, el “pecado original” de la concepción filosófica de este pensamiento político es lo de ser, permítanme el juego de palabras, una filosofía y no una religión.
La filosofía pertenece al mundo de la realidad, de la razón, del “ser”; la religión a la esfera ideal de las creencias, de la fe, del “deber ser”.
El problema del ser y el deber ser (también llamado la guillotina de Hume, del nombre del filósofo, economista y una de las figuras más importantes de la filosofía occidental y de la Ilustración escocesa) es un problema acerca de la posibilidad de deducir oraciones normativas a partir de oraciones descriptivas. Las oraciones descriptivas son aquellas que dicen lo que es el caso, mientras que las oraciones normativas son aquellas que dicen lo que debe ser el caso.

Tomado de Wikipedia

El hecho es que el hombre más que ser un “animal político”, según lo que nos dijo Aristóteles, es un “animal religioso” (y esto, aparte de mí, no sé quién lo haya dicho).
El hombre, aun cuando se diga ateo, tiene una vinculación con lo trascendente, (en eso precisamente consiste la religión, que es la “re-ligazón”, el acto de “volver a ligar” al hombre con la trascendencia, lo sobrenatural).
Así que, más que el “ser”, el hombre, animal religioso, quiere hablar, escuchar sobre el “deber ser”: por eso el marxismo, el socialismo y todas las ideologías políticas utópicas tuvieron éxito.
Como una religión, esta vez civil, laica, éstas han sometido a introyección el deseo, la necesidad del sobrenatural: con ellos la política se hace algo diferente del análisis de la realidad como base de un proyecto sino una enumeración de buenas intenciones, de aspiraciones, de derechos.
Esta confusión, este equívoco entre la acción y el anhelo, entre el “ser” y el “deber ser” ha sido también inspirada por la Iglesia, por lo menos por una parte de la Iglesia (incluso en los más altos niveles).
Hay diferencia entre teología y economía y no siempre los que manejan aunque en grado sumo la primera entienden la segunda: de todos modos a un cura deberíamos escucharlo por su fe, por su doctrina, no por sus conocimientos y propuestas económicas.
En efecto ella misma, la Iglesia, confundió la religión con la política atribuyendo, a ésta última, finalidades redentoras, teleológicas que no le compiten.
De otro lado, de los principios teológicos no se pueden deducir normas concretas de acción política.
A este respecto, nunca he entendido cuando al final de la misa, entre las plegarias y los deseos que pedimos al Señor, siempre haya invocación a los mandatarios que nos lleven hacia el bien, entendido como “bienestar”.
Jesús es el “buen pastor” pero él es un pastor de almas, de conciencias, no de carteras. Tenemos, nosotros creyentes, que pedirLe a Jesús que nos ilumine a todos en el camino de nuestra vida, que nos aleje del pecado, que nos haga amar a “el otro” como a nosotros mismos.
De este camino saldrá la justicia, sin nada; saldrá la compasión, la misericordia, la piedad, la tolerancia, la generosidad, la solidaridad. Que son cualidades del hombre particular, no tareas de los gobiernos.
Éste es también el error de todas las ideologías políticas interpretadas como una religión terrenal; que tienen el propósito, yo diría luciferino, de cambiar el hombre, de construir el hombre nuevo, de guiarlo como un borrego, al final de considerarlo esclavo de fines superiores que él no logra entender.
La política que habla de “justicia social”, de “igualdad de oportunidades”, es una política falsa y cautivadora que tiene como resultado el resentimiento y la envidia y como objetivo lo de sacarle a unos para entregarle a otros.
Al opuesto el liberalismo, como filosofía política, no intenta nada de esto, no tiene un propósito catártico, purificador del hombre. Lo acepta como es, en su realidad; le deja libertad hasta donde no afecte a la libertad de los demás y le obliga a la responsabilidad; libertad y responsabilidad encerradas en el concepto de propiedad privada, antecedente e indisponible a cualquiera institución o poder.
El liberalismo busca el crecimiento económico porque la gente pueda salir de la pobreza mediante el trabajo y el compromiso; por el contrario el socialismo con la re-distribución quiere quitarle su dinero a los que lo han ganado para darle a los que no lo tienen, sin preguntarse porqué: la apoteosis del político, benefactor con la cartera de los otros.
No entendiendo el socialismo, y sus herederos disfrazados, el concepto de desarrollo, lo de hacer el pastel más grande, busca austeridad, sobriedad, en una palabra el fin del crecimiento, lo que único permitió de erradicar en muchas partes del mundo la pobreza absoluta, que elevó de manera increíble el nivel de vida.
Nivelar e igualar, el lema es igualdad en contra de libertad; pero no querer ser superior a los demás quiere decir no querer ser más rico o más afortunado, o más sabio, o más poderoso. Y para este fin no basta con eliminar el mercado y cualquier otro tipo de competencia de ideas, valores, intereses.
Eliminar la carrera no es suprimir la diversidad de los competidores, no puede transformar todos en campeones.
¿Nace la escasez y la desigualdad de la naturaleza humana? A nosotros, los liberales, parece que sí.
No, para ellos, los promotores del nuevo Jardín del Edén.
El contraste se compone achacando defectos y desigualdades no a la naturaleza humana, sino al entorno social en el que vivimos, así que mejorándolo a través de medios políticos, acabaríamos con defectos, fallas y desigualdades.
Esta es la diferencia con el liberalismo, la filosofía que hace del hombre, con su libertad y responsabilidad, el centro y el eje de la vida y de la sociedad.
Y este el límite y su pecado original.
No promete, no asegura, no tiene certidumbres o caminos seguros. No tiene chivos expiatorios, no achaca responsabilidades a entidades impersonales, inexistentes, a la sociedad; existe sólo el hombre, su voluntad, su libertad, su responsabilidad.
Nos cautiva, en cambio, aquella ideología, que confundiendo los planes entre política y religión, quiere cambiarnos en los que deberíamos ser: sueño utópico de todas las revoluciones que han dejado ríos sangrientos atrás de ellas.



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