Sociedad de la comunicación y sociedad política
Sergio Gómez Montero
Publicado: 31/03/2013 13:13
El pasado 20 de enero, Gustavo Ogarrio publicó en estas páginas un texto, “Volver al pasado: melodrama y restauración”, en el cual se vislumbra lo que aquí se tratará de ver otra vez dada su relevancia actual: los medios y su papel en la sociedad actual. Se asumirá que como parte de los procesos de resignificación por los que desde hace tiempo atraviesa el capitalismo para seguir predominando a nivel mundial, el papel de los medios colectivos de comunicación (incluido allí el ciberespacio) ocupa un lugar clave, que no es aquí, desde luego, en donde por primera vez se menciona. Ya desde hace tiempo Manuel Castells y Néstor García Canclini –entre otros varios‒ han abordado la temática. En lo que aquí se pone énfasis es en algo que sólo de manera tangencial se ha abordado, pero que ocupa un lugar clave en los procesos de resignificación mencionados. Hoy, como se verá, el papel de esos medios juega un papel estratégico en términos de resignificación capitalista.
¿Cómo se expresa hoy esa resignificación? Touraine (¿Podremos vivir juntos?, 1997) lo expresa cuando habla de la “desmodernización” y de que ésta es ante todo ruptura entre el sistema y el actor, y reviste como aspectos complementarios la desinstitucionalización (debilitamiento o desaparición de las normas codificadas y protegidas por mecanismos legales, y más simplemente la desaparición de los juicios de normalidad que se aplicaban a las conductas regidas por instituciones), la desocialización (desaparición de los roles, normas y valores sociales mediante los cuales se construía el mundo vivido) y la despolitización (el orden político ya no constituye, no funda el orden social). Eso en cuanto a la sociedad en su conjunto. En cuanto a los medios, Javier Martín Nieto analiza en su texto “Historia de un desencuentro” (xiii Foro, Medios de Comunicación y ciudadanía, Fundación Hugo Zárate, España, 2011) la resignificación de los medios, caracterizándola en lo fundamental por un recorte de los derechos ciudadanos y restringir a lo otro, a lo diferente. No es en balde, pues, analizar hoy los medios como vanguardia del neoliberalismo.
Pero vale la pena iniciar con un breve recuento de la historia salvaje de esos medios, pues como afirma Ignacio Ramonet (ap, entrevista con Raúl Zibechi, 14/i/2013): “Lo que está pasando en el campo de la comunicación sólo es comparable con la invención de la imprenta por Gutenberg en 1440.”
Es decir, lejos se está, es cierto, el siglo xv de nuestra era, cuando Gutenberg le da vida a la imprenta, y la lectura y la escritura se comienzan paulatinamente a universalizar, con lo cual los procesos de comunicación humana comienzan a sufrir cambios radicales. Experiencias lejanas, cuando paulatinamente la oralidad comienza a competir con la escritura, sin que esto nada tenga que ver con el surgimiento del alfabeto, ése sí remoto de verdad. Comunicación colectiva había también a través del arte, pero aún más restringida que la del alfabeto y la comunicación oral y escrita.
En la primera mitad del siglo xix (1836) finalmente Morse perfecciona el telégrafo, que va a acompañar la consolidación de los procesos de maquinización de la revolución industrial. Un nuevo salto en la comunicación humana no tarda en darse, primero con la extensión creciente de la prensa escrita, el surgimiento del radio y posteriormente del cinematógrafo. Esto hasta finales del siglo xix. Pero con esos acontecimientos se puede decir que la comunicación humana se transforma radicalmente, siendo sorprendente lo que en el siglo xx va a suceder con la televisión y el ciberespacio (internet y redes sociales), que implicaron e implican cambios tecnológicos sorprendentes, así como comunicacionales, económicos e ideológicos por igual.
Desde luego, la invención y posterior uso de los medios mencionados (mass media) provocaron cambios sociales de diversa naturaleza, aunque todos ellos conllevaron el aceleramiento del intercambio de mercancías (desde entonces ellos son parte del supuesto mercado libre y pasan a ser una mercancía). ¿No acaso, por ejemplo, la imprenta permitió que ese intercambio se facilitase con la impresión de papel moneda (los chinos lo utilizaban desde el siglo xi) y de los estados contables? ¿Qué tanto aceleró el intercambio de mercancías el telégrafo? ¿Qué cambios provocó en ese sentido la prensa escrita masificada? ¿No el radio acaso, y en menor medida el cinematógrafo, abrieron nuevos campos al consumo de una manera impresionante? Y hoy, ¿no la televisión e internet también son una de las bases más sólidas para promover el consumo? No hay que olvidar que Lukács (Historia y consciencia de clase) vincula de manera estrecha moda y consumo, y los miembros de la Escuela de Frankfurt abordan temas tan apasionantes como la reproductibilidad técnica del arte, la industria cultural y la razón instrumental, todo lo cual tiene que ver, directa o indirectamente, con los medios masivos de comunicación.
Y desde luego, los fenómenos aquí rápidamente mencionados tienen vinculaciones directas con la economía: muchos de ellos (a excepción de la imprenta en sus orígenes) acompañan el desarrollo del capitalismo de manera estrecha, apoyando en gran medida la hiperexpansión de éste, particularmente en la época contemporánea, lo que no se explicaría sin el desarrollo de la computación (cuyo surgimiento es ambiguo, pues inicialmente, durante la segunda guerra mundial, tuvo fundamentalmente fines criptográficos). Los medios colectivos de comunicación, además, han tenido desde sus orígenes profundas repercusiones ideológicas. Es decir, más allá del desarrollo tecnológico que ellos han implicado, su función no se ha remitido sólo al campo de la técnica ni de la economía. Ellos, aparte de lo anterior, han tenido una función ideológica relevante: sin ellos –lo decía McLuhan (El medio es el mensaje)‒ es virtualmente imposible la modernidad en todas sus vertientes, pues su impacto ideológico ha modificado de raíz a esa modernidad.
Es decir, los medios modernos (básicamente prensa, radio, tv y computación con todas sus variantes) nacen fundamentalmente, no sólo con fines comunicativos y más encubiertamente económicos (desde que surgen su finalidad es incrementar el consumo fundado en la publicidad), sino que una de sus tareas primordiales es contribuir de manera preponderante a impulsar la alienación en su variante de control de la conciencia a través, sobre todo, de difundir mensajes subliminales que han provocado, cada vez en mayor medida, que sean ellos los que determinen (por esa vía de la inconciencia) los quehaceres humanos entre gran parte de la humanidad. Si en 1984, de Orwell y en la película Brasil, de Terry Gilliam el monstruo era un Estado controlador altamente militarizado, hoy ese Estado, hasta ahora, no alcanza aún el grado de militarización (¿será que hacia allá vamos?) de las ficciones mencionadas, adquiriendo en la actualidad una variable más “suave” representada por la existencia controladora de conciencias que concretan los medios de comunicación masiva.
Ahora bien, Sartori (Homo videns, La sociedad teledirigida) y Habermas (Teoría de la acción comunicativa), entre otros varios, han analizado críticamente el papel actual de los medios; mas hay un campo que para ellos ha escapado, porque es apenas hasta recientemente que ese campo se ha hecho cada vez más presente. Me refiero, claro, al papel político que juegan los medios y que se aúna al papel económico e ideológico que hasta hace algunos años los caracterizara (Habermas pone énfasis en las distorsiones comunicativas por ellos ejercidas con fines de control de la conciencia, en tanto que Sartori muestra su preocupación por la destrucción de los procesos educativos que ellos han provocado, hasta llegar hoy –esto no lo dice Sartori, lo afirmo yo‒, a un paso de que la tv se haga cargo formalmente de todos los procesos educativos, promoviendo formalmente, en México, los ajustes reformadores en educación que Popkewitz ha analizado a profundidad). Como sea, el paso de la comunicación a la política pudiera decirse es el primer indicio de que los medios (y sobre todo tv y posteriormente el ciberespacio) no sólo pasan a formar parte del Estado (lo integraban desde antes), sino que pasan a cumplir una nueva función política que antes no tenían: ejercer tareas de gobernación de la polis que antes, se pensaba, eran potestad del Estado como Leviatán. Hoy, pues, la escuela tiene disminuida a lo mínimo la posibilidad de competir con los mass media. Aunque, sin duda, no sólo ella.
¿En qué consiste este nuevo papel? Es decir, hoy existe un nuevo Estado dominado por los mcm, dado que ellos son los que han determinado los quehaceres políticos de la actualidad. Tómense como casos paradigmáticos Italia, Inglaterra y México (en menor medida Rusia), en donde los imperios televisivos de Berlusconi, Murdoch y de Azcárraga Milmo (y su socio en las tinieblas, Salinas Pliego) virtualmente determinan qué hacer no sólo en cuestiones políticas sino en general en la vida cotidiana. Desaparecida la conciencia (o sometida a la tv, que tiene dominada a la radio y en buena medida al ciberespacio) de gran parte de la población, y ella es hoy la que pone y quita a gobernantes de todo tipo, bien sea encumbrándolos subrepticia y corruptamente, o fijando las agendas de la vida nacional: reducido (o sometido) el papel del gobierno a los dictados de un Estado complejo (compuesto y dominado sobre todo por los poderes económicos, que nunca son blancas palomas: allí se mezclan lo mismo empresarios, cúpulas eclesiásticas, medios colectivos de comunicación, gobiernos extranjeros y narcotraficantes), este Estado utiliza a los medios colectivos de comunicación para definir el manejo del país (y lo inverso también es válido).
Esa irrupción política de los medios en la vida cotidiana (José Martín Nieto: “Historia de un desencuentro”: “Vivimos en una sociedad mediatizada, muy mediatizada, donde no sólo accedemos a la información y la formación a través de los medios, sino que incluso forjamos nuestros deseos, anhelos, valores y emociones a través de ellos”) se expresa indistintamente en términos de justicia (el montaje televisivo en el caso Florence Cassez), educación (la nueva reforma educativa), ficción cinematográfica (Argo o Zero Dark Thirty) o política-política (la asunción a la Presidencia de Peña Nieto, plagada de fraudes pero cínicamente impuesta por la televisión) o la virtual y paulatina desaparición de la prensa impresa ‒que no es casual‒ desplazada por internet y todo lo que ello implica.
Por eso, la única realidad que los políticos conocen es la transmitida por los medios.
Muchas facetas tiene ese fenómeno contemporáneo, pero una de las más tristes (para mí) es la reducción a lo mínimo de la inteligencia, pues hoy ésta está en manos de personajes no sólo corrompidos por el dinero, sino carentes la gran mayoría de veces de ilustración sólida, aunque no de inteligencia malévola. Y sobre esta temática habría que preguntar: ¿qué tanto los intelectuales universitarios (básicamente) que participan en la tv o en la radio se encuentran contaminados por esa tendencia de banalizar lo trascendente y asumirlo sin un sentido crítico?
¿Cuánto tiempo durará esta crisis del Estado y de la inteligencia? Es realmente muy difícil predecirlo, pero evidentemente en el corto plazo no se vislumbran perspectivas alentadoras. Por el contrario (y no soy pesimista de manera gratuita), pareciera que las cosas tienden a agravarse. Y sí, el problema de fondo es el que encierra la pregunta: ¿qué tipo de sociedad es la que se está conformando hoy? (Chomsky: “El control de los medios de comunicación.”) Pero lo más interesante de todo, con la explosión actual de los mcc es que aún no sabemos con precisión qué sociedad política y qué sociedad de la información nos van a tocar vivir en un futuro próximo, y el optimismo no precisamente hace presa de nosotros.
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