La territorialidad de la dominación
Carlos Fazio /II
La ocupación integral de México se inscribe dentro de las
guerras en cursodel Pentágono en el mundo. Con Felipe Calderón los estrategas militares estadunidenses obtuvieron vía libre para sus acciones de contranarcoterrorismo en el territorio nacional. Con esa bandera, el Departamento de Defensa estadunidense desplegó tres agencias de inteligencia y espionaje en México: la Agencia de Inteligencia Militar (DIA, por sus siglas en inglés), la Oficina Nacional de Reconocimiento (NRO) y la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), que operan desde la Oficina Bilateral de Inteligencia, instalada en Paseo de la Reforma 265, en el Distrito Federal.
En apariencia, el
cursode la guerra de ocupación integral en México no ha tenido buenos resultados. El 13 de marzo, el jefe del Comando Norte del Pentágono, Charles Jacoby, cuestionó ante el Senado de su país el saldo de la lucha antidrogas. Al testimoniar ante el Comité de Servicios Armados, el general Jacoby consideró
inaceptablela cifra de muertos y dijo que era muy temprano para estimar si se está
ganando o perdiendola guerra. Afirmó que la estrategia de
decapitaciónde grupos criminales ha sido exitosa, pero no ha tenido un efecto positivo aceptable y la violencia se ha incrementado.
El 28 de marzo, el secretario de Defensa, Leon Panetta, señaló que el número
de muertos en México llegó a 150 mil, cifra que triplica la manejada
oficialmente por las autoridades locales, de 47 mil 500 para el periodo
2006-2011. Ex jefe de la CIA y una de las personas mejor informadas de
Washington, Panetta hizo esa afirmación durante la primera reunión de ministros
de Defensa de Canadá, Estados Unidos y México, en Ottawa, en presencia de los
secretarios mexicanos de la Defensa Nacional y de Marina, Guillermo Galván y
Frrancisco Saynez. La declaración fue seguida de un dudoso desmentido.
Los aparentes malos resultados de la guerra en México podrían obedecer a una
lógica distinta de la que se pregona de manera pública. El número de muertos y
el aumento de una violencia caótica de apariencia demencial podrían obedecer a
una política de desestabilización y exterminio dirigida a debilitar aún más al
país para propiciar su balcanización, en particular de la zona fronteriza con
Estados Unidos.
En mayo de 2010 México y Estados Unidos emitieron la Declaración para la
administración de la frontera en el siglo XXI. La franja fronteriza ha sido
definida como un área clave de la llamada
seguridad energética colectiva, que incluye la generación e interconexión de electricidad y la exploración y explotación segura y eficiente de hidrocarburos (petróleo, gas) y agua.
A siete años de la entrada en vigor de la Alianza para la Seguridad y la
Prosperidad de América del Norte (Aspan, 2005) y cinco del lanzamiento de la
Iniciativa Mérida (2007) que militarizó el norte de México, no se entiende que
siendo la
seguridad energética colectivala prioridad número uno de Washington, Tamaulipas reúna las características de un Estado fallido. Tamaulipas es rico en hidrocarburos, incluidos los yacimientos de gas shale en la cuenca de Burgos. Además, limita con Texas (estado petrolero por excelencia de Estados Unidos) y con el Golfo de México, asiento de los hoyos de dona (el
tesoritoen aguas profundas) y considerado el mare nostrum de los estadunidenses. Dado que Tamaulipas y el Golfo de México son puntos sensibles de la
seguridad energéticade Washington, ¿estaremos asistiendo a una violencia provocada cuyo fin es el desplazamiento forzado de población y una eventual balcanización de esa porción del territorio nacional?
La lógica de una desestabilización encubierta dirigida a provocar un
desmembramiento territorial podría explicar la llegada al país del embajador
Earl Anthony Wayne y del agregado militar Colin J. Kilrain. Perteneciente a una
generación de diplomáticos expertos en intervenciones, Wayne, quien se
desempañaba como embajador adjunto en Afganistán, fue escogido en función de los
intereses expansionistas de Estados Unidos. Especialista en administrar a la
llamada
comunidad de inteligencia, a su perfil de experto en contrainsurgencia, terrorismo, lavado de dinero e incautación de activos de la economía criminal, Wayne suma habilidades en temas económicos, comerciales y energéticos. Su nombramiento está cargado de simbolismos. Si el defenestrado Carlos Pascual era especialista en estados fallidos, el relevista Wayne viene de Kabul, donde estaba dirigiendo una invasión bajo la pantalla de combatir al terrorismo. Su misión, ahora, es profundizar la estrategia de desestabilización en México. Llegó a hacerse cargo de la
guerrade Calderón y a orientar la sucesión presidencial.
El arribo en marzo del nuevo agregado militar de Estados Unidos,
contralmirante Colin Kilrain, quien hasta su nombramiento se desempeñaba como
director encargado de combate al terrorismo en el Consejo de Seguridad Nacional
(CNS) en Washington, refuerza esa percepción. Antes de su misión en el CNS,
Kilrain era comandante de las fuerzas especiales Seal –acrónimo de sea, air
and land: mar, aire y tierra–, las unidades de élite de la Marina. En los
años 90 participó en la invasión militar a Haití y en la guerra de los Balcanes
que fragmentó a la ex Yugoslavia; después apoyó la Operación Libertad Duradera
en Afganistán y se integró a la Operación Libertad para Irak, desde donde
coordinaba acciones en Pakistán.
Con el envío de Wayne y Kilrain el mensaje de Barack Obama es claro: la
guerra debe continuar. A ello obedecería el abrupto cambio de discurso del
presidente Felipe Calderón y el secretario de la Defensa Nacional, general
Guillermo Galván. Del lenguaje triunfalista (
vamos ganando por goleada), se pasó a la aceptación de que grupos criminales
han conformado un Estado paralelo, imponen su ley y cobran cuotas. La admisión de México como Estado fallido es la excusa perfecta para profundizar una intervención encubierta que podría derivar en una balcanización del país.
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