ARCHIVOS PARLANCHINES: El chino pintor de Mazorra
Escrito por
Orlando Carrió/Especial para CubaSí
La historia del chino Juan Wong es casi inaudita, digna de figurar
entre las exponentes del realismo mágico: en los años cuarenta de la
centuria anterior decora con raras pinturas todas las palmas de la
antigua finca de Mazorra.
La historia del chino Juan Wong es casi inaudita, digna de figurar
entre las exponentes del realismo mágico: en los años cuarenta de la
centuria anterior decora con raras pinturas todas las palmas de la
antigua finca de Mazorra, convertida ya en ese entonces en la Casa de
Dementes de Cuba, y nos regala un ejemplo de constancia y tenacidad que,
aún hoy, no deja de seducir a muchos, incluyendo a los bromistas que
siempre han dicho que el referido oriental estaba toca’o.
El chino Wong era un «feliciano»
El chino Wong era un «feliciano»
Wong entra en Mazorra en mayo de 1929 a solicitud del juez de primera instancia de Mayarí, entonces provincia de Oriente. Al llegar, es un campesino soltero de unos cuarenta años. No se sabe casi nada de su niñez y juventud; no obstante, todo parece indicar que trabajó como marino mercante, pues habla cinco o seis idiomas con cierta soltura. En febrero de 1933 es capturado tras fugarse del lugar por unos pocos días, y a partir de entonces, ningún otro acontecimiento será capaz de desdibujar la mística de su personalidad asiática: es circunspecto, respetuoso, recto y poco conversador, además de paciente y voluntarioso. Ningún incidente violento afea su expediente 13 950. A la vista del ciudadano común es un «amarillo» más.
Bajo la tutela de Daissy Curbelo, la esposa del doctor Luis Suárez
Fernández, director del sanatorio, el chino comienza a trabajar como
ayudante del cocinero en la residencia de estos últimos y sin titubear
se apodera del sótano, donde en medio de las sombras y los ratones
muertos levanta poco a poco un singular reino, donde se impone su
vocación de pintor prolífero, novedoso en el método y rico en matices.
En las paredes y paneles de tablas de cajones y cartones traza varios
dragones entrelazados, diabólicos, lanzando llamaradas de fuego por la
boca, en actitud de pelea, junto a varias indescifrables alegorías.
¡Todo un festín para los animales del zodiaco chino! También construye
pasadizos y túneles, nichos, cofres, archivos, gavetas, escondijos y
puertas secretas que aprovechan todos los rincones y le dan al sitio una
atmósfera sórdida, llena de disimulo, misterio y recogimiento.
Sus dragones inspiraban terror…
Sus dragones inspiraban terror…
Con su clásica gorra de marino que jamás se quita, Wong no demora
mucho en abandonar su guarida: ata un pincel en la punta de una larga
caña de bambú y con líquidos mezclados por su propia mano dibuja rostros
humanos algo distorsionados en los troncos de todas las palmas de
Mazorra —más de un centenar— donde agrega, a ratos, algunas escrituras
chinas. Solo emplea el negro y el blanco; odia los colores naturalistas
huyendo, tal vez, de un mundo al que cree no pertenecer. En el reportaje
«Wong, el más pintoresco personaje que ha visitado Mazorra», escrito
por Gabino Delgado para la revista Carteles del 9 de enero de 1949, el doctor Suárez Fernández atestigua:
«Cierta vez mi mujer le regaló varias latas de pintura de distintos
colores, brochas y pinceles (…). Él le dio las gracias y se fue. Nos
pusimos a observarlo y nos quedamos asombrados al ver cómo en una misma
lata vaciaba todas las pinturas y las mezclaba para hacer una sola. Con
esa mezcla salió a retocar o a cubrir las imágenes que antes había
hecho».
Pintó rostros distorsionados en más de cien palmas
Pintó rostros distorsionados en más de cien palmas
El chino es asimismo un músico muy especial: arma un rústico violín
con una lata que le regalan en la cocina, un pedazo de madera torneada,
dos cuerdas de alambre unidas a unas burdas clavijas y un arco hecho con
un mango de escoba y un pedazo de alambre. Este le sirve para tocar
melodías orientales y occidentales llenas de gracia, al igual que una
flauta de caña brava y un raro instrumento compuesto por dos viejos
sartenes y dos jarros clavados sobre una madera.
El artista, originario de la provincia china de Cantón, según parece,
se mueve con libertad por todas las dependencias de Mazorra. Incluso a
diario hace los mandados que se le piden en la bodega, la carnicería, la
lechería y varios establecimientos más.
«Sin embargo, a veces no traía todo lo que se le encargaba —cuenta
riéndose el doctor Suárez Fernández en el mencionado reportaje—. Una
Nochebuena le pedimos que fuera a la panadería en busca del lechón.
Cuando regresó, el lechón llegó a medias. «¿Qué pasó, Wong? —le
pregunté—, ¿por qué el lechón no está entero?». «¡Oh…! yo encontré gente
que no tenía lechón —respondió con humildad—. Yo le di lechón». En
ciertas oportunidades se le ordenaban cigarros, refrescos… y también
llegaban a medias. Wong, con generosidad, los obsequiaba a cuantos
hallaba en el camino».
Un día Daissy Curbelo le anuncia que ella y su esposo se retirarían
del centro de salud por un tiempo breve. Y el fiel asiático no puede
entender el suceso ni mucho menos aceptarlo. «Si usted va, Wong muere»,
vaticina entonces con tristeza. No vuelve a ingerir alimentos, ni
siquiera agua; amontona todos sus recuerdos al lado del camastro; y
cinco días más tarde, el 17 de abril de 1948, muere sin agonía, como una
estatua. Es imposible sacarlo de su abatimiento, a pesar de que muchos
le pintan una luna de cariño con sus dedos y le bailan una rumba.
Es enterrado en el Cementerio Chino de La Habana de manera casi
clandestina. Los enfermos de Mazorra son remitidos habitualmente al
camposanto de Santiago de las Vegas; no obstante, la señora del doctor
Suárez Fernández pone en aprietos a varios burócratas para que el chino
pudiera descansar junto a sus coterráneos. En su tumba, según pude ver,
es clavada la rústica cruz que había labrado poco antes de fallecer con
inscripciones en chino y castellano.
¿Se han olvidado de este fecundo pintor en Mazorra? ¡No!, insisten
sus gerentes. En el hoy Hospital Siquiátrico de La Habana Comandante
Doctor Eduardo Bernabé Ordaz Ducunge hay un salón de recuerdos, donde
aparece la figura de Wong decorando un tronco juncal, vestido con una
larga bata, pincel en mano, una mirada llena de agudeza y esa aureola
enigmática y digna que solo se aprecia en los nuevos mandarines
restauranteros del actual Barrio Chino de la capital.
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