La nueva derecha pospinochetista en Chile
Raúl Zibechi
Cuando un régimen colapsa, de sus restos crecen fuerzas políticas que existían previamente, pero que los analistas sistémicos no querían o no podían ver. Pueden ser partidos marginales que crecen exponencialmente, pero también ideas-fuerza que prosperan cuando la realidad ha madurado lo suficiente. Pero también pueden ser pueblos, como el mapuche, cuya empecinada persistencia enseña caminos para enfrentar la crisis civilizacional.
Los resultados de las elecciones municipales en Chile nos dicen que la conciencia social va madurando al mismo ritmo que la debacle de las instituciones pinochetistas, desde la Constitución hasta la democracia electoral, desde la derecha heredera de su régimen hasta el progresismo. Unos y otros están siendo devorados por un proceso que no debe ser nombrado como crisis, sino como metástasis, en el sentido de la mutación que sufre un cuerpo social. O desintegración por erosión interna, si se prefiere.
En las elecciones del pasado domingo 23 la abstención fue de 65 por ciento de los habilitados, casi siete puntos más que en las elecciones municipales de 2012. En la capital, Santiago, votó apenas 22.3 por ciento. La abstención entre los jóvenes fue abrumadora, alrededor de 90 por ciento. Con tales cifras, los resultados son lo de menos. El dato principal es el castigo de la población a la clase política, y en este caso a los que gobiernan Chile desde la salida de Pinochet de la presidencia (1990), dando paso a sucesivos gobiernos de la Concertación, ahora rebautizada Nueva Mayoría con la incorporación del Partido Comunista para remozar un modelo agotado.
Los reiterados casos de corrupción que afectan al oficialismo, pero también a la oposición derechista, pueden haber incrementado el deseo de castigo por parte de la población. Sin embargo, el dato principal es que está naciendo en Chile una nueva conciencia, primero entre los estudiantes y los docentes que protagonizaron inmensas movilizaciones y mantuvieron cientos de colegios ocupados, y algunos autogestionados, durante meses en 2011. La presidenta Michelle Bachelet se religió con la promesa de reformar la educación. Los microrretoques no conformaron a nadie.
Este año, millones de personas se manifestaron contra el sistema privado de jubilaciones, creado por la dictadura y mantenido sin cambios por la democracia. Los empresarios no aportan nada. Usan el dinero de los trabajadores para embolsar enormes ganancias con préstamos usurarios. En cambio, nueve de cada 10 jubilados perciben el equivalente a 60 por ciento del salario mínimo, porque la rentabilidad de sus ahorros está por debajo de la inflación.
El movimiento de mujeres desbordó los diques de contención de las políticas progresistas y las ONG, el llamado feminismo cupular amparado por la Presidenta-madre. La socióloga Eda Cleary sostiene que en Chile nació una aristocracia feminista por tres razones: el viraje neoliberal de la Concertación, la legalización del saqueo económico extractivista y el predominio de mujeres machistas al mando del Servicio Nacional de la Mujer, creado en 1991 (goo.gl/i6zDNU). Ese feminismo de arriba está siendo desbordado desde abajo, como lo muestran las masivas marchas del Ni Una Menos.
Estamos ante una crisis de régimen que no puede ser resuelta con un mero cambio de gobierno. Todo el entramado institucional heredado de la dictadura, un modelo de sociedad basado en el robo y la guerra contra los pueblos, se está viniendo abajo. Quien tenga dudas de que se vive una guerra puede pasar una temporada en una comunidad mapuche al sur del Bío Bío, para comprobar los grados de militarización y agresión sistemáticas contra quienes resisten a las multinacionales, las megaobras de infraestructura, la deforestación salvaje y la destrucción de las formas de vida de los pueblos.
Ante esta situación, los ricos están urdiendo salidas, y esto nos incumbe a todos, porque las nuevas derechas tienen intereses convergentes y apuestan a soluciones similares en todas las latitudes. Vale la pena atender por dónde van los cuadros del sistema en un país como Chile, que fue vanguardia en la aplicación de neoliberalismo desde el golpe de Estado de 1973.
Andrónico Luksic es uno de los más destacados empresarios chilenos, presidente de Quiñenco, uno de los mayores conglomerados de Chile con operaciones industriales y financieras, que tiene un patrimonio de 71 mil millones dólares y 69 mil empleados. La familia Luksic controla el Banco de Chile, uno de los más importantes del país, y se sitúa entre las mayores fortunas del mundo.
Hacía años que Luksic no aparecía en los medios, pero a principios de setiembre ofreció una larga entrevista al diario La Tercera, en la que revela su opinión. El país se está cayendo, reconoce el empresario que apoyó siempre la Concertación y votó por Bachelet en las pasadas elecciones. Es el Estado de Chile el que está fallando, asegura (goo.gl/FgNFoj).
Apuesta a construir un liderazgo con carácter, autoridad, ideas y coraje para proponer soluciones distintas. Sobre la persona que puede encarnar ese liderazgo, responde: “Creo que la candidatura de Trump refleja la necesidad de ir quebrando un establishment político que se ha preocupado más que nada por buscar permanentemente formas de encapsularse en el poder. Esa costra que rodea el poder político en Estados Unidos no es sana”.
Sergio de Castro, uno de los Chicago boys de Pinochet, fue el cerebro de la privatización de las pensiones y se opuso a que las mujeres se jubilaran antes que los hombres; dijo sin titubear: yo me retiré de los negocios hace tres años, así que jubilar a los 80 sería perfectamente posible, o a los 75 años (goo.gl/xij6K7).
Por ahí va rumbeando la nueva derecha chilena, en sintonía con las nuevas derechas globales. Apuestan al genocidio de los de abajo, como revela la intención de jubilarnos a edades imposibles. Saben que no pueden imponer su programa en las urnas y se preparan en la sombra. Una vez más, ¿qué vamos a hacer los de abajo?
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