La política, la vida cotidiana y la decisión de Cristina
Alfredo Serrano Mancilla, Gisela Brito Y Sergio Pascual*
Política con mayúsculas.
Sólo así se puede explicar la decisión de Cristina Fernández de ser
candidata a vicepresidenta acompañando a Alberto Fernández como
presidente. La adopta cuando la mayoría de los sondeos la situaba
primera, cada vez a mayor distancia de su perseguidor, Mauricio Macri.
La encuesta publicada por el Celag un día antes de la noticia, con 2 mil
casos presenciales en todo territorio nacional, le otorgaba 11 puntos
de diferencia en su favor, corroborando la tendencia del resto de
estudios. Y a pesar de este escenario electoral, la ex presidenta toma
esta inesperada y trascendental decisión política. ¿Por qué?
Desde el lado oficialista, se han vertido casi todas las teorías
maquiavélicas y maniqueas posibles. Ninguna acierta a explicar lo que ha
sucedido. La raíz del desconcierto que prima en las filas del
periodismo militante y del propio Cambiemos está en que construyeron el
fantasma de una mujer enferma de poder, y se lo creyeron ellos mismos
convirtiéndolo en el prisma desde el que mirar y analizar la realidad.
Desde el odio es muy difícil encontrar alguna variable explicativa para
entender la dimensión política de esta decisión. Hace tiempo que vienen
errando el diagnóstico, buscando enemigos (sindicalistas, maestros, choriplaneros,
chorros) creyendo que el
relato-paístiene algo de parecido con lo que ocurre en el día a día de la gente. Ninguna comunicación puede ser efectiva si no tiene asidero en las condiciones básicas materiales. Se trata de una cuestión elemental en la política. Los resultados saltan a la vista.
Para comprender la decisión de Cristina Fernández es imprescindible poner el foco en el clima de sensaciones y percepciones que tiene actualmente la ciudadanía, lo que siente y le preocupa cotidianamente y ubicarse en el momento histórico que vive Argentina. Porque eso es justamente la política, descifrar la calle, lo que demanda y lo que siente, y proporcionar respuestas de presente y futuro, conociendo muy bien lo que ya se ha padecido en el pasado. Y hoy en día, tal como se desprende de la encuesta Celag, los argentinos sienten mayoritariamente enojo (23 por ciento), angustia (23), hartazgo (8) e incertidumbre (21). Estas sensaciones negativas tienen una explicación: Mauricio Macri. Su evaluación negativa es de 75 por ciento, y crece todavía más si observamos áreas como la inflación (93.7) o el control del dólar (89.9). Puestos a hacer un balance de su gestión, 32.6 por ciento de los argentinos considera que
fracasóy 33 por ciento que
no cumplió sus expectativas; sólo 8.5 por ciento se creyó lo de
la pesada herenciay 18 por ciento cree que debe tener más tiempo para lograr lo que prometió. Ocho de cada 10 encuestados consideran que el modelo económico debe ser cambiado totalmente. Tres cuartas partes de la ciudadanía teme la pérdida de empleo en su núcleo familiar. Casi seis de cada 10 argentinos afirman que han descendido socialmente. El clima de deterioro de las condiciones de vida se constata en otro dato: 73 por ciento afirma que ha tenido que reducir gastos en luz-agua-gas y en salidas los fines de semana.
El panorama es desolador. No hay video prefabricado posible que
pueda opacar que el presidente hoy principalmente despierta rechazo
(45.8 por ciento) y decepción (24.5). Es por eso que el techo electoral
de Macri se ha venido reduciendo, en forma inversamente proporcional a
lo sucedido con Cristina. Según la encuesta Celag, hoy es mucho más
fuerte el antimacrismo (casi 30 por ciento) que el antikirchnerismo; el
clivaje se transformó luego de estos años desastrosos de gobierno.
Y los medios de comunicación no pueden alterar el nuevo
reordenamiento del campo de la política porque entre otras cosas ya no
resultan creíbles. La misma encuesta estima que 61.8 por ciento
considera que los medios de comunicación manipulan la información (por
24.1 por ciento que cree que informan correctamente). En otras palabras,
la realidad, terca como ella misma, se impone. Por ejemplo, si volvemos
a mirar en el sondeo, el mito de la grieta no es una razón de peso a la
hora de votar, ni siquiera entre los votantes de Massa ni Lavagna, ni
tampoco en los indecisos. A la gente lo que le importa es que el país no
vuelva a 2001, y a Macri ya lo ven incapaz de resolver la situación.
Sin obviar elementos personales de fondo, lo cierto es que la radiografía de la crisis, tanto micro como macroeconómica, con un default a
la vuelta de la esquina si no se cambia de rumbo, condicionan la
decisión de Fernández. La elección de ser vice se explica en gran medida
por el reordenamiento del tempo político que exige el momento
histórico; esto es, una propuesta política de gobierno que permita
reconstruir el país sobre la base de cimientos amplios y sólidos,
priorizando taponar la sangría de la crisis en el corto plazo para luego
pensar en el medio y largo plazo. Los desafíos son múltiples. Primero
se requiere garantizar gobernabilidad en clave territorial. Segundo: se
deberá lidiar con la –ahora sí– pesada herencia de la deuda,
especialmente la del FMI. Al mismo tiempo será preciso generar
mecanismos de fortalecimiento progresivo de la industria nacional,
mejora de salarios y mayor consumo interno. Tercero: se deberá tejer una
dinámica legislativa que recomponga la institucionalidad en pro de
reconstruir el estado de derecho. En la justicia, se requiere un
saneamiento a fuego lento que evite contraproducentes cambios abruptos.
En el plano internacional, igualmente se necesitará de un viraje
paulatino para insertarse más eficaz, soberana e inteligentemente en un
mundo cada día más cambiante.
En definitiva, se mire desde la dimensión que se mire, la envergadura
de los desafíos que el país afronta exige un conductor político que
tenga la capacidad de concretar las transformaciones necesarias en
forma más escalonada, y que Cristina Fernández sea quien matice,
complemente, y fundamentalmente marque el horizonte político, como la
estadista que ha venido demostrando ser.
*Investigadores del Celag
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