viernes, 24 de mayo de 2019

ARCHIVOS PARLANCHINES: Einstein a La Habana

Escrito por  Orlando Carrió / Especial para CubaSí
El científico al llegar a La Habana  
El científico al llegar a La Habana
El creador de la Teoría de la Relatividad y Nobel de Física de 1921 no solo se interesó en reunirse con sus colegas y disfrutar de los agasajos de las «fuerzas vivas» de la Isla, sino que se acercó a los estratos menos favorecidos…
El viaje de 30 horas de Albert Einstein a La Habana en 1930, a los 51 años, fue diferente al realizado hasta ese momento por otros famosos. Y es que el creador de la Teoría de la Relatividad y Premio Nobel de Física de 1921 no solo se interesó en reunirse con sus colegas y disfrutar de los agasajos de las «fuerzas vivas» de la Isla, sino que se acercó a los estratos menos favorecidos de la población y descubrió unas miserias humanas en nada relacionadas con el selecto mundo académico y de laboratorios en el que se movía de manera habitual.
Su visita no fue programada: el trasatlántico Belgenland, en que navegaba procedente de la ciudad holandesa de Amberes, necesitó reabastecerse en La Habana para seguir su viaje hacia California, en los Estados Unidos, y los cubanos no dudaron en organizar a la carrera múltiples homenajes. Llegó el 19 de diciembre y se marchó al día siguiente, acompañado por su esposa Elsa, el matemático austriaco Walter Mayer, su secretaria personal y una amiga.
El más grande científico del siglo XX, un judío nacido en la ciudad alemana de Ulm, rechazó la invitación para alojarse en el Hotel Nacional, pues era poco dado al asedio de la prensa y a los tumultos, aunque, con el auspicio del comité de bienvenida, le hizo de inmediato una visita de cortesía a Orestes Ferrara, secretario de Estado del gobierno de Gerardo Machado, y no puso reparos en atender el diluvio de invitaciones que le llegaron de todas partes y pusieron en serios aprietos sus deseos de explorar el paisaje cubano.
Fue recibido con gran pompa en la sede de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales (actualmente Museo Nacional de Historia de las Ciencias «Carlos J. Finlay»), y a continuación, en un tiempo récord, hizo un recorrido por la Sociedad Geográfica, la Sociedad de Ingenieros, el Acueducto de Albear y la Escuela Técnica Industrial José B. Alemán, de Rancho Boyeros, donde se reunió con docentes y alumnos.

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Einstein homenajeado por los científicos cubanos

Por supuesto, las loas de la oligarquía criolla se hicieron también presentes en dos cócteles memorables efectuados en el Country Club y el Havana Yacht Club, donde los poco cultos ricachones se rindieron ante los aportes a la ciencia del célebre huésped, al igual que los miembros de la Comunidad Hebrea en Cuba, quienes le brindaron un delicioso almuerzo en el céntrico Hotel Plaza. ¡Todo un fiestón!
Ante la sorpresa de muchos, a las pocas horas de estar en nuestra capital, Einstein, pacifista tenaz e intérprete dominguero del violín, sintió un poco de calor, a pesar de los fresquitos de diciembre, y enseguida fue llevado hacia la tienda El Encanto, una de las más famosas de Latinoamérica, donde el gerente del lugar le regaló un cómodo sombrero tipo Panamá, muy de moda, para que se protegiera del sol. A cambio, el sabio se dejó fotografiar en los estudios del enorme bazar por el maestro del lente Gonzalo Lobo. Otro que hizo su agosto por estos días con el investigador fue el caricaturista cubano Conrado Walter Massaguer, quien llevaba un montón de años riéndose de los personajes del mundo político y de las celebridades.
Ahora bien, como advertimos al principio, el Nobel, un hombre absorto y sencillo, se propuso conocer la realidad de Cuba más allá del barniz turístico y parrandero que siempre se le atribuía.
Según el escrito «Las 30 horas de Einstein en Cuba», de José Altshuler, el erudito, acompañado por José Carlos Millás, director del Observatorio Nacional, no tuvo escrúpulos en explorar los más bullangueros solares de la Habana Vieja y los peligrosos barrios de Llega y Pon y Pan con Timba. Asimismo, le dedicó tiempo a la barriada de Jesús del Monte y al mundano Mercado Único, con sus tarimas llenas de pescados, frutas y carnes frescas; sus mulatas de colección y los folclóricos pregoneros.
No pudo entrar en la Universidad capitalina, porque los machadistas la tenían cerrada para evitar las protestas, y les respondió a los periodistas con «chistes baratos», como él mismo reconoció años después. No obstante, el físico, exiliado en los Estados Unidos para huir de los nazis, escribió en su diario el 20 de diciembre de 1930: «Clubes lujosos al lado de una pobreza atroz, que afecta principalmente a las personas de color».

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