Tlatelolco 44 años después
Elena Poniatowska
El 68 no puede compararse a los más de 60 mil muertos y
desaparecidos de hoy, tampoco puede compararse al trato que se les ha dado a las
víctimas por las que se preocupa Javier Sicilia desde el día en que le
asesinaron a su hijo, en Cuernavaca, Morelos. Sin embargo, el movimiento
estudiantil de 1968 y la masacre del 2 de octubre, en Tlatelolco, es el punto de
partida de la violencia que ha sufrido México en los pasados 50 años.
Hasta que Cuauhtémoc Cárdenas decidió izar la gran bandera a media asta el 2
de octubre, cuando era jefe de Gobierno del Distrito Federal en 1997, el
movimiento estudiantil y su desenlace mortal fue tabú en los periódicos
mexicanos. ¿Por qué es justo y necesario recordarlo ahora? Porque forma parte de
nuestra historia.
Diez días antes del 2 de octubre, don Sergio Méndez Arceo, obispo de
Cuernavaca y primo del general Cárdenas, porque los dos se llamaban Del Río,
dijo en su homilía: “Estoy indignado por el apego a las riquezas, por el apetito
de poderío económico, por la ceguera. Por los falsos pretextos de mantener el
orden, por la cortina de humo del ‘progreso’, el espejismo del ‘prestigio’ y por
el uso abusivo de la religión en los privilegiados”.
Aliado del movimiento estudiantil también habló del futuro con una frase que
Javier Sicilia podría suscribir:
Tengo una gran esperanza al contemplar este movimiento, aurora del despertar cívico, de la unión de las generaciones, son de trompeta inolvidable, de exigencias de un cambio rápido y profundo.
El 2 de octubre, el gobierno envió a la llamada Plaza de las Tres Culturas,
en Tlatelolco, a 5 mil soldados y a 5 mil policías vestidos de civil, apoyados
por tanques y metralletas para disparar sobre la multitud, sin importarles si
tiraban sobre niños, mujeres o viejos. El escritor Carlos Fuentes declaró:
Un tanque es un tanque en Chicago, en París o en México.
Más de 30 miembros del Consejo Nacional de Huelga fueron arrestados y
sometidos a las peores vejaciones físicas y morales para hacerlos confesar
delitos que no habían cometido, y con esta represión el gobierno contrajo una
deuda con el pueblo mexicano. Por eso, hoy, 44 años después, propongo que al
Distrito Federal se le llame
El D.F. de los estudiantes. En Estados Unidos varias ciudades son estudiantiles: Berkeley, Harvard, Davis. En Inglaterra, también lo son Cambridge y Oxford. En Francia, Montpellier y Estrasburgo. Bien podría ser el DF ciudad estudiantil, bicicletera y pacífica que redimiera su pasado de autoritarismo y de represión.
Ceremonia en la Plaza de las Tres Culturas, en homenaje a
las víctimas del 2 de octubre en Tlatelolco, el primero de noviembre de 1968, en
imagen incluida en el libro La fotografía y la construcción de un
imaginario, del investigador Alberto del Castillo Troncoso
El 2 de octubre de 1968, en la noche, las maestras María Alicia Martínez
Medrano y Mercedes Olivera regresaron del mitin en Tlatelolco con un
shock nervioso. Aún no se enteraban que habían dejado atrás a la
antropóloga Margarita Nolasco, quien pasó toda la noche buscando a su hijo.
Gritaba piso por piso, corredor tras corredor, puerta por puerta del edificio
Chihuahua: “Carloooos… Carloooos… Carlooooos… Carlitooos”.
El 3 de octubre, a las siete de la mañana, dos tanques de guerra hacían
guardia frente al edificio Nuevo León. Ni luz ni agua, sólo vidrios rotos; los
zapatos tirados en las zanjas, entre los restos prehispánicos, las puertas de
los elevadores perforadas por ráfagas de ametralladora, las ventanas hechas
añicos, la sangre en las escaleras y en los corredores, la sangre encharcada y
negra en la plaza. Los habitantes desvelados hacían fila frente a una llave del
agua. Un soldado esperaba a que otro liberara la caseta del teléfono. Rogaba:
Pónme al niño, no seas mala, quiero oír al niño, quién sabe cuantos días nos tengan aquí. Nadie barría los escombros, la desgracia era finalmente una foto fija. Entre las piedras descubrí una corcholata:
Amo el amor.
Más de cien estudiantes fueron encarcelados en Lecumberri con sus maestros
Manuel Marcué Pardiñas, Eli de Gortari, Heberto Castillo, Armando Castillejos,
Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Gilberto Guevara Niebla, el gran escritor
José Revueltas que se echó la culpa de todo el Movimiento Estudiantil y tantos
más. La Chata María Fernanda Campa, la primera doctora en geología de
México:
Pasé mi juventud en ir y venir de la cárcel de Lecumberri a la de Santa Marta Acatitla. En Lecumberri veía a Raúl (Álvarez Garín), en Santa Marta Acatitla a mi papá (Valentín Campa).
Un nuevo movimiento de jóvenes, #YoSoy132, surgió como protesta contra la
visita de Enrique Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana, el 11 de mayo de
2012. Desde entonces la presencia de los muchachos en la calle y en los espacios
públicos ha crecido y no ha cejado en su intento de decirnos lo que tienen en el
corazón. Ojalá y sepamos escucharlos y construir con ellos una nueva comunidad
en la que campeen la pluralidad y la alternancia. A pesar de sus fallas y
contradicciones, el Movimiento Estudiantil de 1968 es una hazaña del México
contemporáneo. Más allá de los partidos, las iniciativas ciudadanas respondieron
a una necesidad profunda, la de la democracia que nos enseña a curar nuestras
heridas y a manifestar nuestro amor por la libertad.
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