Dos Bocas y el Estado
Pedro Miguel
La licitación restringida
para construir la refinería de Dos Bocas fue declarada desierta, la
obra será encargada a la Secretaría de Energía, Petróleos Mexicanos y el
Instituto Mexicano del Petróleo y el anuncio respectivo generó
reacciones adversas entre los promotores de las empresas privadas en
México y en el extranjero. José Manuel López Campos, presidente de la
Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo
(Concanaco-Servytur), dijo que la decisión
nos inquieta con relación a la percepción del país respecto a la certidumbre de inversiones a largo plazo. Como no podía ser de otra manera, la agorera Moody’s afirmó, por boca de uno de sus ejecutivos, que el hecho eleva el riesgo de sobregiros, costos y retrasos que podrían, a su vez, sumar más presión a las finanzas de Pemex y del gobierno en general. Se unió al coro el embajador en México de la Unión Europea, Klaus Rudischhauser, dijo dudar que la decisión anunciada ayer en la conferencia mañanera por el presidente López Obrador, acompañado de la titular de la Sener, Rocío Nahle, y del director general de Pemex, Octavio Romero Oropeza, sea
una buena respuestapara los inversionistas. Los exponentes de la derecha vernácula, por su parte, se encargaron de amplificar esas discordancias en clave de griterío.
Se entiende que al sector privado y a sus representantes les disguste
la pérdida del contrato rector de la obra de Dos Bocas porque la
coordinación de una obra de esas dimensiones habría representado un
negocio astronómico. Pero los consorcios participantes en la licitación
(los estadunidenses Bechtel Technit y KBR, el australiano Parsons-Jacobs
y el italiano Technip FMC) no fueron derrotados por su propia ambición
de ganancias fáciles y desmesuradas con un contrato que tiene su
componente principal –todo mundo lo sabe– en la administración y la
subcontratación, es decir, en trabajo de oficina. Por eso mismo, el
hecho de que el Estado se haga cargo de dirigir la obra no implicará una
reducción sustancial de la participación privada en la erección de la
nueva refinería. Simplemente, se ahorrará una suma muy importante en
gasto administrativo y serán muchas las empresas constructoras y de
tecnología que serán reclutadas para desarrollar tramos y componentes
específicos de la obra y que podrán, de esa manera, generar decenas de
miles de empleos.
El otro argumento en contra de la dirección del proyecto en manos de
instituciones públicas es de orden ideológico y está más desgastado que
la credibilidad de Pinocho: el Estado no es capaz de llevar a cabo ni de
administrar de manera eficiente obras de ese tamaño. A lo que puede
verse, los detractores no saben que fue precisamente el Estado el que
coordinó la construcción de las refinerías actuales, de las grandes
hidroeléctricas o, para mencionar un ejemplo más a la mano, del Metro
capitalino. Y lo hizo tan bien que después de muchas décadas las obras
mencionadas siguen siendo indispensables para el funcionamiento del país
y de su capital. El razonamiento de Moody’s, por su parte, es
incoherente hasta el asombro: una empresa que posee seis refinerías no
va a devaluarse por el hecho de agregar una séptima a su inventario en
momentos en que, por añadidura, se enfoca en sanear su administración,
erradicar la corrupción de sus oficinas, minimizar el robo de
combustibles e incrementar su producción.
En suma, las críticas a la decisión sobre la refinería de Dos Bocas
tienen un componente de interés sectorial y otro ideológico (neoliberal)
y resultan del todo injustificadas. Agregan, eso sí, a la persistente
campaña de descrédito en contra del actual gobierno, y a los ensayos de
profecías autocumplidas para descarrilar las finanzas nacionales, a fin
de que sus autores puedan decir:
les advertimos. Cabe esperar que fracasen en sus empeños y que en el mediano plazo la economía nacional se robustezca y consolide con la culminación de proyectos como la refinería de Dos Bocas.
Twitter: @Navegaciones
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