miércoles, 1 de noviembre de 2017

Retrato de Vladímir Lenin, líder de la Revolución rusa (archivo)

¿Revolución es Cultura?

© Sputnik/ Varvara Gertiye
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Walter Ego
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Resulta pertinente que un evento multiartístico como el Festival Internacional Cervantino, cuya edición 45 concluyó en México el pasado domingo, se haya dedicado a pensar el impacto histórico de las revoluciones sociales que definieron el siglo XX: si un rasgo comparten esos procesos fue que procuraron su afianzamiento a través del arte.
En efecto, no hubo en el pasado siglo ningún cambio social trascendente que no fuera cortejado por prácticas culturales que buscaron amancebar el discurso político con la creación artística. Los resultados fueron dispares, como lo evidenciaron el 'realismo socialista' nacido de la Revolución rusa de 1917 y la crepuscular versión estalinista que supuso por años la política cultural de la Revolución cubana, sin olvidar la vindicación nacionalista del muralismo mexicano y la 'revolución cultural' impuesta a los chinos por Mao Zedong en los años 60.
Si a las revoluciones rusa y cubana las emparenta una ideología común —esa entelequia llamada marxismo-leninismo—, no resulta extraño entonces el parejo devenir de sus procesos culturales, los cuales transitaron de alentadores inicios signados por aires de renovación y progreso a la más patética sumisión ante los dogmas. Ese fue el camino recorrido en Rusia desde la vanguardia que significaron el suprematismo de Kazimir Malévich —con su renuncia al arte convencional y la búsqueda de la sensibilidad pura que procura la abstracción geométrica— y el constructivismo de Vladimir Tatlin y Aleksandr Ródchenko —con su creación de formas dinámicas en la que se funden los conceptos de espacio y tiempo— hasta la entronización de un arte sin otra meta que "la educación del pueblo en las metas del socialismo" —sucinta definición del 'realismo socialista'—; ese fue el camino que recorrieron en Cuba sus poco imaginativos comisarios de la cultura, quienes encorsetaron la creatividad artística insular de los años 60 en los moldes ideológicos de la estética 'realsocialista'. Fotos: Arquitectura de la Revolución: el mito de Oscar Niemeyer
No es de extrañar entonces que si Lenin dijo que "de todas las artes, el cine es para nosotros la más importante", la primera ley en materia cultural de la Revolución cubana fuera la creación del Instituto Cubano del Arte e Industrias Cinematográficas (ICAIC) el 24 de marzo de 1959, a escasos tres meses de la llegada al poder de Fidel Castro, y que el primer largometraje de la recién creada industria se llamara 'Historias de la Revolución' (1960); por ello tampoco es de extrañar el camino transitado en Cuba desde los años liminares, y en apariencia libres, del 'dictum' castrista "Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución nada" (1960) hasta el tristemente célebre 'quinquenio gris' (1970-1971) con su marginación de intelectuales en nombre de la pureza ideológica de la Revolución. En nombre de esa pureza la ideología devino en estética y más de un creador pagó con el silencio y el ostracismo, o la cárcel y el exilio, la herejía de la disensión artística o ideológica (o ambas); en nombre de esa misma 'pureza', de 1966 a 1976 el líder de la Revolución china, Mao Zedong, encabezó un movimiento que buscaba erradicar de su país todo vestigio de cultura burguesa. Bajo el nombre oficial de 'Gran Revolución Cultural Proletaria' (otorgado en la XI sesión plenaria del VIII Comité Central del Partido Comunista), las autoridades chinas proscribieron todo arte que oliera a elitismo y cortaron de raíz la experimentación y la búsqueda de nuevas formas de expresiónartísticas —rebajadas a sinónimos de 'contrarrevolución' y 'capitalismo'— para potenciar así el desarrollo del marxismo.

En un sentido muy estricto, el de impulsar un discurso social a través del arte en aras de la claridad y la eficacia, la 'revolución cultural' china fue un mal remedo del muralismo mexicano, un movimiento artístico impulsado desde el poder por el político, escritor y filósofo José Vasconcelos, quien en su condición de secretario de Gobernación hizo de las artes plásticas el vehículo perfecto para trasmitir y consolidar los ideales izquierdistas de la Revolución de 1910 entre una población escasamente alfabetizada; en otro sentido, la 'revolución cultural' fue una versión extrema del 'realismo socialista', pues en el fondo la 'cacería de brujas' desatada por Mao terminó por ser menos un fenómeno de raigambre cultural y más el equivalente chino de las purgas estalinistas de los años 30: una lucha por el poder total.
Porque, en esencia, ese fue el fin —en tanto conclusión— de todas las revoluciones del siglo XX: el dogma por encima de la heterodoxia que supone el cambio, la suplantación de la estética —y la ética— por la ideología única, el amordazamiento de todos los cauces de la libre expresión; porque, en esencia, ese es el fin —en tanto propósito— de todos los totalitarismos: el control ideológico a través del sometimiento de la Cultura, esa vieja dama contestataria, y en ocasiones travestida de arte, cuyo solo nombre hacía desenfundar su pistola a un jerarca nazi.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK

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