José Martí: para ganar las guerras que se nos hacen
Escrito por
Luis Toledo Sande / Tomado de Cubarte
Reiterar una cita de José Martí fuera de su contexto, puede
contribuir al conocimiento específico de lo dicho en ella, y también a
empobrecerlo, aunque sea un reclamo vital como el siguiente: “De
pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a
pensamiento”.Ignorar la importancia del pensamiento sería tan grave como
olvidar que su valorpleno se consuma al servir de guía para una acción
acertada.
Sin renunciar a la agresividad económica, política y militar, las
fuerzas opuestas a la Revolución Cubana acudenasiduamentea lo que se ha
llamado, con razón, guerra cultural, afincada en campañas de
desinformación con mentiras y calumnias.Pero tales fuerzas están lejos
de limitar al plano del pensamiento sus ataques contra Cuba. Como en
tantos otros casos, cuanto hacen en ese terreno está dirigido a preparar
el camino para actuar en la práctica. En el campo de las ideas —o
pérdida de ellas—buscan un ablandamiento comparable con el de la
artillería en la guerra material.
Si alguien ha olvidado el origen del bloqueo contra Cuba —lograr,
según sus promotores, que “el desencanto y el desaliento basados en la
insatisfacción y en las dificultades económicas”provoquen el
levantamiento del pueblo contra su gobierno—,tendrá otras rotundas
realidadespara aclararse ojos y entendimiento. Entre ellas, no sololo
que la CIA y sus lacayos hicieroncontra el Chile presidido por Salvador
Allende, sino también lo que está ocurriendo hoy en la Venezuela
bolivariana, con los Estados Unidos empeñados en derrocar otro gobierno
también democrático y constitucional.
No hará falta mucho esfuerzo para recordar el apoyo de la potencia
imperialista a dictaduras militares en la América Latina, donde orquestó
y patrocinóel denominado Plan Cóndor, cuyas consecuencias todavía
sufren incontables seres humanos y familias enteras. Y, sin que terminen
ahí los ejemplos que cabe mencionar, bastará querer ver su apoyo a
gobiernos genocidas como los de Israel y Arabia Saudita.
No se trata solamente, pues, de prepararse para la guerra en el plano
del pensamiento, sino en todos los terrenos. El Martí que escribió las
líneas citadas fue el mismo que en “Nuestra América”, ensayo publicado
en enero de 1891, afirmó: “Trincheras de ideas valen más que trincheras
de piedra”; pero fue también el organizador de una guerra y, al elogiar
en el Patria del 3 de septiembre de 1892 al gran puertorriqueño Ramón
Emeterio Betances, que tanto auxilio brindó al Partido Revolucionario
Cubano, dijo: “son pocos los hombres en quienes, como en él, va el
pensamiento acompañado de la acción”. Del propio Martí puede hablarse en
esos términos.
La cita que viene comentándose desde el inicio, proviene de una carta
fechada 1 de abril de 1895, cuando Martí se desplazaba por territorios y
aguas del Caribe hacia Cuba para incorporarsea la guerra en cuya
preparación él había sido determinante al frente de aquel Partido
sembrador. Y la carta, dirigida al tesorero de esa organización,
Benjamín Guerra, y a Gonzalo de Quesada Aróstegui, quien lo auxiliaba a
él, a Martí, como secretario, contiene de principio a fin instrucciones
para que fueran seguidas por quienes en la delegación del Partido, con
sede en Nueva York, encauzaban no solo labores de propaganda en el
periódico Patria, sino tareas de aseguramiento material para las fuerzas
mambisas.
Sus indicaciones son todas importantes. Pero hay una que, si de
pensamiento se trata, sugiere de manera especial detenerse en ella: la
que atañe al lenguaje del periódico y remite a la importancia que Martí
le reconocía a la prensa. Así como durante años braceó para fundar el
Partido, otro tanto hizo paracrear un periódico que le sirviera, no de
órgano oficial —asunto para un comentario que desborda el espacio y al
tema central de estas notas—, sino de vocero, de soldado de las ideas.
Eso fue Patria, por lo menos hasta que Martí murió en combate y el
Partido y la publicación cayeron en manos que no lo merecían, y que,
aunque ello se haya repetido sin fundamento,él no había propuesto para
sucesores suyos, porque habría sido contrario a un propósito cardinal
estampado en las Bases de la organización patriótica: “fundar un pueblo
nuevo y de sincera democracia”. En medio de los cuidados propios de un
conspirador diestro, formado en el desafío de la vigilancia española —y
de la que ejercían contra él, confabuladas con dicha metrópoli y en pos
de provecho propio, agencias de los Estados Unidos y de Inglaterra—,
insiste en que Patria debe hacerse sin desmayo alguno, y con el mejor
lenguaje y la mayor belleza.
A la importancia del pensamiento para ganar la guerra en ese terreno,
añade inmediatamente: “Por eso, Gonzalo y Benjamín, Patria ha de ser
ahora un periódico especialmente alto y hermoso. Antes, pudimos
descuidarlo, o levantarlo a braceadas: ahora no”. Ya se combate en el
campo de operaciones armadas, yle plantea metas al rotativo: “Ha de ser
continuo, sobre las mismas líneas, afirmando con majestad lo contrario
de lo que se afirma de nosotros, mostrando—en el silencio inquebrantable
sobre las personas—el poco influjo real que les concedemos”.
El fundador condenaba ideas, actitudes, no atacaba a personas. En
“Nuestra América” impugnó a fondoconceptosdeleminente argentino Domingo
Faustino Sarmiento, sin nombrarlo: “No hay batalla entre la civilización
y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”. Tampoco
Patria debía soslayar hechos niideas reprochables. No porque fuera
insensato atizar la hostilidad del gobierno de los Estados Unidos contra
una Cuba independiente —hostilidad que Martí conocía— habría que callar
los defectos y las tendencias funestas de aquel país que crecía como
potencia agresora y voraz. De esa convicción nació el plan martiano de
publicar en Patriaacerca de aquel paísuna seriede “Apuntes” que anunció
con “La verdad sobre los Estados Unidos”, artículo publicado el 23 de
marzo de 1894, cuando se avanzaba hacia la gesta independentista.
Iniciada la contienda, era todavía más necesario mantener la mayor
claridad en la publicación, para encarar, entre otros obstáculos, las
campañas de autonomistas y anexionistas, que figuraban entre los
principales aliados no ya del coloniaje español, sino de la codicia
imperialista de los Estados Unidos. Entonces Martí advierte a quienes lo
auxiliaban en Patria: “A lengua sinuosa nos están batiendo:cerrémosles
el camino a [base de] mejor lengua, la hermosa”.
Plasmaba la relación que veía entre la justicia y la belleza, y
reprobó algo que había apreciado en el único número de febrero de 1895
que durante su trayectoria caribeña había recibido del periódico: hay en
él “una pequeñez que extirpar, con mano firme, yes el tono burlón o
jocoso de los comentarios sobre la guerra. La guerra esgrave, y
nosotros, y se espera de nosotros gravedad. Fue unánime alrededormío el
deseo de que se mudase el tono leve y novicio de los comentarios.Nos
quita peso”.
No contiene su carta instrucción alguna deevadir temas, o esconder
verdades. Lo que apremiaba para él era tratarlo todo con seriedad, con
rigor, con el lenguaje y los modos requeridos por el carácter de cada
asunto. Eso debe ser también lección para la prensa revolucionaria hoy.
El propósito de fomentar y fortalecer el pensamiento revolucionario no
se puede confiar a omisiones u ocultamientos. En primer lugar, no deben
escamotearse los errores propios. Y tampoco basta decir, por ejemplo,
que un gobierno determinado rechaza disposiciones de una ley malvada con
que el imperio pretenda estrangular a Cuba.
Además de reconocer e incluso agradecer ese rechazo, es necesario
ubicarlo en los intereses que expresa o protege. No es lo mismo apoyar a
Cuba que amparar los negocios de empresarios que dicho gobierno está
obligado a defender. Dejar el asunto en una nebulosa puede generar
confusiones, y ocultar, o dificultar que se vea, si ese mismo gobierno
actúa contra otros proyectos revolucionarios cumpliendo órdenes del
imperio que acasohasta procure capitalizarlas relacionesde ese gobierno
con Cuba.
La razón de estado tiene su lugar en la sociedad. Pero, por grandes
que sean su legitimidad y su peso, no debe impedir que haya espacios
donde el país y su prensa cumplan también su deber moral, que ninguna
otra fuerza ha de aplastar. Que, por ejemplo, el México presidido por
Lázaro Cárdenas haya respetado ejemplarmente la hermandad histórica
entre ese país y Cuba, no ha de avalar silenciossobre crímenes cometidos
al amparo de otros gobernantes de aquella nación. Menos aún si la
callada lleva a no condenar asesinatos masivos como los que hoy el nuevo
presidente mexicano muestra interés en esclarecer y condenar. Ojalá
pueda hacerlo.
El afán de mantener relaciones cordiales con determinada institución
religiosa y no vulnerarle sus derechos, no justifica que no se condenen
vicios y crímenes que, cometidos en su radio de acción, suscitan una
generalizada condena en el mundo. Sería fatal que haber incurrido en
excesos ateocráticos lleve a la parálisis frente a campañas ideológicas
hechas en Cuba por impulso de jerarquías religiosas que —otro ejemplo—,
más que ceñirse a la prédica de la fe que están llamadas a profesar,
tomen partido por la injusticia, como al apoyar en Brasil al gobierno
fascista que hoy tiene ese pueblo.
Aunque no ocurriese, y ocurre, que internet —por cuyo desarrollo
apuesta sabiamente Cuba— propicie que no haya noticia o información,
verídica o falsa, que pueda mantenerse oculta, hay un requerimiento
necesario: considerar que solo el debate de ideas, basado en una seria y
amplia información, conduce a formar el pensamiento necesario para
enfrentar y derrotar las manipulaciones y tergiversaciones lanzadas
contra Cuba en el terreno del pensamiento, de la política y la cultura
en general.
Nada que el país haga lo librará del afán calumniador que enfilan
contra él sus enemigos, quienes incluso, al parecer, logran que haya
revolucionarios apasionados que, más que contribuir a salvarla de
cometer errores y defenderla de los que se le atribuyen dolosamente, se
dirían dispuestos a morderla por todos lados: morderla si boga y, si no
boga, morderla; morderla si acierta y, si no acierta, morderla también.
Pero a Cuba le corresponde actuar lo más acertadamente posible, para
poder cumplir sus propósitos.
El complejo que pudiera venir de interdicciones excesivas practicadas
en otros momentos, no justifica permisividades deplorables y costosas.
El autor de este artículo pensó que nunca tendría que defender a Martí
de injurias lanzadas contra él en la propia Cuba. Pero una película
grosera vino a sacarlo de su error, y para refutarla escribió “Balas
ominosas contra José Martí”, artículo que molestó a los editores de un
burdo blog contrarrevolucionario y antipatriótico.Tal vez sería útil
indagar si se aplicaron al realizador de la infamia las medidas que
merecía.
Y en estos días se ha dado otra afrenta a Martí, por parte de alguien
que, para defender su derecho a mantener y a que se le respete su
orientación sexual, irrespetó la de Martí y profanó una estatua suya.
Que Cuba, como la generalidad del planeta, haya sido portadora y hasta
promotora de homofobia, no la obliga —y menos ahora, cuando ha dado
pruebas de que intenta revertir esa falta y promueve acciones de respeto
hacia los seres humanos independientemente de sus preferencias
sexuales— a consentir que alguien payasee ultrajandoa Martí. Sería
terrible tolerar esa acción por miedo a parecer que, de reprobarla, se
comete homofobia. Algo similar ocurriría si no se sancionara el delito
de un o una heterosexual para que el castigo no parezca cuestión de
heterofobia.
No olvidemos que, para quienes nos hacen la guerra de pensamiento —y
también de falta de él— sería un gran triunfo que renunciáramos a
respetar, cuidar y venerar los fundamentos del pensamiento que ha
garantizado y garantizará la supervivencia de la patria y el
perfeccionamiento en ella de la Revolución defendida por la gran mayoría
de su pueblo. Esa mayoría encarna el verdadero todos con que Martí
quería que su patria lograse una república para el bien de todos, y cuya
ley primera abonase el culto a la plena dignidad de los seres humanos.
Para eso hubo que librarla del imperio que no renuncia a doblegarla, lo
que el pensamiento y la acción de la ciudadanía revolucionaria
continuarán impidiendo que ocurra.Pero ese logro no debe confiarse a la
espontaneidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario