Ecuador y el FMI: misma piedra, mismo tropiezo
Ecuador
ha permitido el retorno del FMI, que trae consigo la misma receta con
la que ha condicionado al país en 16 ocasiones anteriores.
Locura
es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados
diferentes. Sin importar quien lo haya dicho, la ortodoxia económica
ecuatoriana parece no entender el enunciado. Así que nuevamente ha
permitido el retorno del Fondo Monetario Internacional (FMI), que trae
consigo la misma receta con la que ha condicionado al país en 16
ocasiones anteriores (1983 - 2003).
El 11 de marzo de 2019, el Gobierno de Lenín Moreno anunció que había
llegado a un acuerdo de Servicio Ampliado por USD 4.200 millones a tres
años con la multilateral, en una burda violación a la Constitución de
2008. Según el artículo
419 y 438, la ratificación de un tratado internacional requiere la
aprobación de la Asamblea Nacional y Corte Constitucional, en caso de
que este comprometa, “la política económica del Estado establecida en su
Plan Nacional de Desarrollo a condiciones de instituciones financieras
internacionales o empresas transnacionales.”
A pesar de ello, y aproximadamente dos semanas después, el Ministerio de Economía y Finanzas publicó la carta de intención
con las propuestas que emprendería el régimen. Esta nueva declaración
de voluntad se convierte en la décima séptima (17) ocasión que el
Ecuador emprenderá reformas estructurales para satisfacer las
condicionalidades del FMI, que en el pasado han demostrado tener un
costo altísimo a nivel de estabilidad macroeconómica, derechos y avances
sociales.
Y en esta ocasión las proyecciones tampoco son prometedoras, el FMI en su reporte
(Artículo IV) 2019 para la nación andina, espera un decrecimiento del
PIB de -0.5 % en 2019 y un incipiente crecimiento del 0.2 % para 2020,
cantidad menor incluso a las registrada en el 2000. En contraste, según
la información del Banco Mundial, y sin reformas estructurales
neoliberales, el crecimiento anual del PIB en promedio entre 2006 y 2017
fue de 3.3 %.
A pesar de ello, el equipo económico de Richard Martínez, Ministro de
Economía y Finanzas de Ecuador, con el beneplácito de Lenín Moreno, ha
optado por el camino de la austeridad. En la carta de intención detallan
que el objetivo principal del Gobierno será el de reducir el déficit
primario no petrolero del sector público no financiero, en un 5 % del
PIB durante los próximo tres años. Es decir, el Estado ecuatoriano
dejará de gastar en Ecuador.
La receta “tradicional” incluirá: reducir el tamaño del Estado
(Estado mínimo), achicar el gasto fiscal, flexibilizar y desregularizar
las relaciones laborales, reformas tributarias para satisfacer intereses
de élites económicas y corporativas, privatizar bienes públicos,
desregularizar controles estatales - especialmente independencia del
Banco Central -, y liberalizar el sector externo.
Para ello se proponen cuatro categorías de intervención: la primera
será el reajuste de la masa salarial del sector público, lo cual
implicará despidos masivos – se renovará solamente el 50 % de contratos
que expiren en sectores no sociales -, reducción de salarios, y no
renovación para contratos ocasionales. La segunda área será la reducción
de subsidios a combustibles, especialmente diésel industrial. La
tercera una reforma tributaria con mayores beneficios para los deciles
más altos de la sociedad; y para terminar una reducción del gasto
público de capital, bienes y servicios.
El presente análisis se centra, primordialmente, en la propuesta de
austeridad expansiva que propone el Gobierno, ya que en sí es el eje de
todo el acuerdo con el FMI. Esta medida inicia viciada ya que en sí ha
demostrado ser una no-solución, basada en muchos supuestos ortodoxos sin
fundamentos en la economía real. Un caso de estudio es la comparación
de las políticas de austeridad aplicadas en Portugal.
Para 2011, la nación ibérica estaba al borde de un colapso económico,
así que acudió al FMI, la Comisión Europea (CE) y el Banco Central
Europeo por aproximadamente USD 91.000 millones. Cumpliendo con la
receta, un paquete de medidas de austeridad fueron condicionadas e
inmediatamente y aplicadas entre 2011 y 2014. Sin embargo, la medicina
terminó siendo aún peor que la enfermedad, para 2014 el crecimiento del
PIB era negativo y el desempleo llegaba al 15 %.
El descontento social resultó en el triunfo parlamentario de una
mayoría conformada por la coalición de izquierdas, liderada por Antonio
Costa. En 2015, iniciaron a revertir las medidas más duras de
austeridad: aumentaron los salarios del sector público, el salario
mínimo y las pensiones, e incluso volvieron brindar ciertos derechos
adquiridos por los trabajadores. El resultado sorprendió, incluso al
FMI, quienes no tuvieron otra salida que aceptar su error.
“El caso de Portugal demuestra que, si se exageran las medidas de
austeridad, terminan por agravar la recesión y crean un círculo
vicioso”, enfatizó Costa en una entrevista al diario estadounidense The New York Times.
A pesar del resultado, la presión de las multilaterales es evidente ya
que Costa ha continuado con medidas de austeridad más leves pero
nuevamente afectando al bienestar y derechos de la clase trabajadora
portuguesa.
Pero, ¿por qué la austeridad no funciona? Para responder, es
necesario alejarse de cualquier determinante ideológico y político, y
recurrir a una identidad contable, que parte desde un indicador
primordial: el Producto Nacional Bruto (PNB, y que siempre se
cumple expost. Este modelo, conocido como de las tres brechas se lee
así: (Sp – Ip) + (Sg – Ig) + (M + R – X)= 0, y expresa la
correspondencia entre la demanda global y la oferta global en una
economía nacional1.
Este modelo nos permite entender los balances sectoriales, es decir,
las relaciones entre el sector público, el sector privado y el sector
externo. Debido a que histórica y estructuralmente, el sector externo en
Ecuador es deficitario (se importa más que exporta), significa que si
el sector público deja de ser deficitario, el contrapeso de ese
desbalance terminará asumiendo el ahorro privado, es decir los hogares y
empresas, ergo un desahorro en este sector.
Esto implica menos demanda (consumo) y un estancamiento de la
economía, si no es un retroceso progresivo. El FMI estima que para 2020
la inflación se colocará en 1,2 % (tres veces más que en 2017) y el
desempleo incrementará a 4,7 % (más que en 2018).
Para suplir este desfase contable, el Estado, como lo advierte la
carta de intención de Ecuador al FMI tendrá que recurrir por un lado al
bolsillo del ciudadano común y también obtener más deuda en un ciclo
vicioso insostenible. Esto se debe a que al liberalizar el sector
externo, la relación deficitaria incrementará, ya que no hay razón por
la cual creer que el Ecuador se convertirá, en tres años, en un
exportador de bienes y servicios (aparte de recursos primarios).
Al Estado entonces le quedarán dos opciones para ingresar capital a
la economía: incrementar recaudación tributaria y/o adquirir deuda - una
tercera sería emitir moneda pero Ecuador carece de esta opción -. Para
el primer cometido, la carta de intención prevé ampliar la base
impositiva, pero en vez de incrementar impuestos a los que más tienen,
el orden será más impuestos a toda la población, en la que
relacionalmente se verán afectados los deciles más bajos de los
ecuatorianos.
Esto se realizará a través al revertir el sistema impositivo
ecuatoriano de mayor tributación directa a indirecta, violando el art.
300 de la Constitución. Para entenderse, el impuesto a la renta, que
grava la riqueza correlativamente, es un impuesto directo, mientras que
el Impuesto al Valor Agregado (IVA), que grava el consumo, es indirecto
ya que sin importar si se es pobre o rico se paga el mismo porcentaje,
aunque para el que menos tiene este termina representando una carga
mayor en su finanzas. Por ende, un enfoque hacia tributación indirecta,
implica más impuestos para todos los ecuatorianos.
Además la carta prevé eliminar exenciones tributarias y regímenes
especiales en los cuales se pueden insertar: educación, áreas
específicas de la producción agrícola, entre otros. Todo esto se verá
agravado por la decisión de eliminar el Impuesto a la Salida de Divisas
(ISD), que en 2018 representó USD 1.200 millones para las arcas del
Estado.
Al liberalizar y desregularizar el flujo de capitales, las
transnacionales y élites económicas especialmente podrán sacar su dinero
de Ecuador para colocarlo en paraísos fiscales o cuentas extranjeras.
El FMI prevé que esta decisión le costará al Ecuador 0,2 % del PIB al
finalizar los tres años.
La otra opción para balancear la economía será más deuda. Para ello,
el Ecuador, bajo doctrina neoliberal, impondrá la independencia del
Banco Central. Esto, como pretende el acuerdo, finaliza y prohíbe la
financiación del presupuesto del Estado por parte del Banco Central, lo
que limita la capacidad de toma de decisiones con respecto a las
políticas públicas y distribución del presupuesto, resultando en la
consolidación de la dependencia a acreedores internacionales.
En otras palabras, el Estado no podrá financiar al sector público.
Los proyectos de infraestructura, el gasto social y el gasto público
deberán provenir de afuera, lo que crea una dependencia poco saludable
con la deuda externa. Según el reporte del FMI, la deuda como porcentaje
del PIB se incrementará a 46,8 % y la deuda externa se incrementará 6 %
en comparación con 2016. Para compensar los pagos de intereses que
crea la deuda inicial, será necesario que el Estado aumente el número de
nuevos préstamos y créditos, generando un proceso de endeudamiento
acumulado. Este proceso, tarde o temprano, terminará en una nueva crisis
en la balanza de pagos, que fue la situación supuestamente impulsó la
necesidad del acuerdo con el FMI en primer lugar.
En contraste a Portugal, desde finales de 2014, se le permitió al
Banco de Portugal comprar bonos de deuda pública portuguesa
directamente, en una forma de flexibilización cuantitativa. Esto tuvo
dos resultados positivos: redujo las tasas de interés de la deuda y, por
lo tanto, una parte de las tasas de interés pagadas por el Gobierno
portugués se pagan al Banco de Portugal. Lo cual significa una
reinyección de dinero en la economía portuguesa. Mientras que la
propuesta de Ecuador será llevar este dinero a bancos privados en el
exterior, muy similar a como las instituciones europeas nunca
permitieron que el Gobierno liderado por Syriza en Grecia recurriera a
este modelo de flexibilización cuantitativa.
Otro factor que la ortodoxia neoliberal ignora es que al reducir la
inversión pública, se reducirá el efecto de los multiplicadores
fiscales, que es el efecto de la inversión pública en la economía real.
Sobre el tema en Portugal, la directora del FMI, Christine Lagarde,
aceptó que “hemos reconocido un error, en lo que tenía que ver con los
multiplicadores fiscales”, pero parece haberlo olvidado nuevamente para
Ecuador. Estos factores claves en el crecimiento económico son
subestimados. En 2012, el FMI admitió que durante décadas habían
estimado el promedio del multiplicador en 0,5, para luego llegar a la
conclusión en base a investigaciones que estos “han estado realmente en
el rango de 0,9 y 1,7 desde la Gran Recesión”.
Con menos demanda e inversión desde el sector privado, una respuesta a
corto plazo para rellenar los baches surgidos por la falta de capital
será privatizar (monetizar en palabras del FMI) bienes públicos. Sin
embargo, no serán puestos en concesión aquellas empresas públicas
deficientes o inoperantes (que sin duda existen) sino las más eficientes
y rentables, como las hidroeléctricas, las empresas de
telecomunicaciones y suministro eléctrico. Según el FMI se prevé obtener
0,8 % del PIB en 2019 con esta medida, pero la misma cantidad se
perderá en 2021, dejando una balanza final de 0 para los ecuatorianos.
Mientras que las ganancias se las llevará la empresa privada que haya
concesionado el servicio.
Advirtiendo las afectaciones a corto y mediano plazo al nivel de vida
de los ecuatorianos que todas estas medidas surtirá, la carta ya
asegura que se “requeriría un esfuerzo de la ciudadanía”. Sin embargo,
gracias a un trabajo coordinado entre medios de comunicación alineados y
“académicos” han construido un “sentido común” impermeable a la crítica
en la que las medidas y el FMI son la supuesta única solución. El mismo
reporte del FMI advierte, como prioridad, generar una estrategia
comunicacional.
Esta estrategia y constante empuje hacia la austeridad como respuesta
para los problemas macroeconómicos, como Paul Krugman (2004) explica en
el ‘Gran Engaño’, tiende a “formularse en términos morales: los países
tienen problemas porque han pecado, y ahora tienen que redimirse a
través del sufrimiento”. Lo cual se inserta en una lógica y herencia
religiosa occidental de ‘pagar por los pecados’ con sacrificio y una
acción completamente contraria a la realizada. Si pecas de gula, la
respuesta es ayunar; lujuria, castidad; y los ejemplos continúan. Es por
esta razón que esta ‘solución’ resuena, especialmente para los
ecuatorianos. Pero como la historia ha demostrado, justos pagarán por
pecadores.
_____________________________________
[1] Donde Sp representa el ahorro privado, derivado del PNB menos
impuestos (T) y menos consumo privado (C) y menos inversión privada
(Ip); Sg representa el ahorro del sector público, derivado de ingresos
tributarios (T) menos gasto público (G) y menos la inversión pública
(Ig); y por último el sector externo derivado de importaciones (M),
menos las exportaciones (X) más las rentas netas (R) pagadas a los
factores de producción extranjeros.
Escrito por Martín Pastor
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