La inhabilitación de Guaidó
La Contraloría de Venezuela
dio a conocer ayer que, a resultas de una pesquisa por corrupción, el
diputado Juan Guaidó, quien hace unas semanas se autoproclamó
presidente encargado, quedó inhabilitado para ejercer cargos públicos durante 15 años, el máximo que contempla la ley, porque, a decir del contralor general, Elvis Amoroso, durante años realizó gastos que exceden sus ingresos comprobables y hasta ahora rehúsa presentar pruebas que avalen el origen de unos 94 mil dólares.
En respuesta, el político opositor sancionado desconoció la autoridad
del contralor bajo la especie de que éste fue nombrado por la Asamblea
Constituyente, instancia desconocida tanto por la oposición venezolana
como por los gobiernos que respaldan la pretensión presidencial de
Guaidó.
Al margen de las evidentes consideraciones políticas que plantea la
pesquisa e inhabilitación contra la cabeza más visible de la de-recha en
la nación caribeña, debe resaltarse que el trámite y los cargos que lo
sustentan son difícilmente criticables en tanto el diputado, en efecto,
se niega a justificar los gastos realizados en sus giras por el país y
el extranjero –donde ha pasado 248 días desde 2016–. En este sentido,
las investigaciones de la Contraloría deben entenderse como parte de un
mecanismo anticorrupción, como aquellos a los que están sujetos los
representantes populares y servidores públicos en diversos países.
Aunque es difícil separar lo administrativo de lo político, resulta
significativo que hasta ahora el gobierno de Nicolás Maduro se haya
abstenido de imputar a Guaidó por delitos relacionados con su
pronunciamiento, sus llamados a deponer al régimen chavista y su
explícita articulación con la campaña intervencionista encabezada por el
gobierno de Estados Unidos que busca liquidar la institucionalidad
bolivariana. Cabe esperar que esa actitud gubernamental se mantenga y se
evite reducir de manera adicional las de por sí escasas –y, sin
embargo, indispensables– perspectivas de diálogo.
Por lo dicho, la reacción del Departamento de Estado de Estados
Unidos no puede caracterizarse sino como un abierto despropósito: al
tildar de
absurda y ridículala inhabilitación del líder opositor sin ningún análisis de los señalamientos jurídicos y administrativos, el portavoz de ese órgano, Robert Palladino, revela –con la absoluta falta de recato que ha caracterizado a la cruzada de la Casa Blanca contra el gobierno de Maduro– que su defensa de Guaidó no obedece más que al reiterado propósito injerencista de Washington en Venezuela.
La superpotencia y todos los otros actores externos deben cesar esta
actitud destructiva, esperar que se esclarezcan las acusaciones contra
el líder opositor y abstenerse de hacer declaraciones que enturbien más
unos asuntos que competen únicamente a los ciudadanos venezolanos.
Sería deseable, finalmente, que el propio Guaidó procediera, si fuera
el caso, a demostrar su inocencia dentro de los cauces y las instancias
legales.
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