Astillero
Sexenio de esperanza razonada // Enmendar el sistema // Largo y afanoso trayecto // Alianzas y pragmatismo
Julio Hernández López
▲ FIRMAS CONTRA LA VISITA DE MADURO. Integrantes de la red CitizenGo
entregaron ayer en la embajada de Venezuela en México más de 20 mil
firmas contra la asistencia del presidente Nicolás Maduro a la toma de
posesión de Andrés Manuel López Obrador.
Foto Cristina Rodríguez
Nada cambiará de manera
mágica, automática o instantánea. Será un largo y complicado proceso,
del cual ya se han tenido muestras de textura y profundidad durante el
raro periodo de hiperactividad de la presidencia electa. No habrá
solamente una alternancia de siglas partidistas (como lo sucedido entre
los partidos Acción Nacional y Revolucionario Institucional), pues el
arribo de Andrés Manuel López Obrador constituye, además, la primera
ocasión, desde el gobierno del general Lázaro Cárdenas del Río, en que
llega al poder un político que podría inclinar la acción institucional
hacia sectores populares y corregir a fondo las graves distorsiones que
tanto afectan al país. Será, en ese sentido, tal vez la última
oportunidad del actual sistema político y económico para ser remozado
sin traumatismos graves ni explosiones.
Andrés Manuel López Obrador llegará este sábado a la silla
presidencial luego de un prolongado y afanoso trayecto que comenzó a
precisarse luego de su única ocasión anterior en que rindió protesta
para un cargo público, cuando llegó a la jefatura de Gobierno del
Distrito Federal. En aquel 2000, desde el edificio contiguo al Palacio
Nacional, el tabasqueño comenzó el desplazamiento de la figura entonces
central de la izquierda partidista, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, y, a
la par, dio inicio a la difusión masiva de las características de un
político laborioso (luego de las tempranísimas reuniones de trabajo,
daba conferencias mañaneras a la prensa, las cuales fijaban agenda),
mediáticamente muy atractivo (palabras y modismos con aire tropical, el
acento sureño, el apodo distintivo, frases ocurrentes como lo que diga mi deditoy declaraciones firmes, con frecuencia generadoras de polémica) y, sobre todo, una fama de honestidad absoluta, de una conducta totalmente ajena a la corrupción que, entonces como ahora, ha sido la marca distintiva de la gran mayoría de los políticos y funcionarios públicos de nivel ejecutivo.
Del Tsuru como medio de transporte y la evidencia inmobiliaria de que sus bolsillos no se llenaron de dinero al manejar el cuantioso erario chilango, López Obrador pasó a su primera campaña presidencial, en 2006, cuando Vicente Fox, Felipe Calderón y grupos empresariales y de derecha le cerraron el paso mediante fraude electoral. En 2012, la mafiosidad priísta invirtió dinero de todos colores para imponer a Enrique Peña Nieto, mediante otro fraude electoral, este sustentado en la fuerte manipulación de medios de comunicación y encuestas, y en la carísima
operación electoral.
En el año que corre, López Obrador optó por hacer alianzas contradictorias y evitó el
purismode sus primeras dos candidaturas. Exhibió sus posiciones conservadoras en actos públicos con el partido derechista coaligado, Encuentro Social, y extendió un manto de perdón político a panistas, priístas y perredistas que se convirtieran al nuevo credo. Hizo llegar a los empresarios distintos mensajes de conciliación y protección mediante una pieza clave en su corrimiento pragmático, el regiomontano Alfonso Romo. Y, al menos por lo que hechos y declaraciones públicas han mostrado, hubo alguna forma de entendimiento para garantizar una salida tersa e impunidad a Enrique Peña Nieto y la mayor parte de su camarilla corrupta.
Así, en una jornada electoral extrañamente limpia y sin violencia,
empezó la aterciopelada transición que este sábado tendrá sus momentos
estelares en el Palacio Legislativo de San Lázaro, en el Palacio
Nacional y en la Plaza de la Constitución. Es descomunal el trabajo de
restauración que se debe realizar; ha sido acelerada la polarización
social frente al nuevo poder, es variopinta la integración del gabinete
presidencial y han mostrado garras y dientes los poderes tradicionales,
sobre todo los del gran capital.
Luego del ciclo peñista del desastre, mañana dará inicio un ciclo de
esperanza razonada y razonable, en el que no todo lo prometido se podrá
cumplir, pero se aspira a que sean modificados, en sentido positivo, los
rasgos esenciales de la catástrofe heredada.
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