lunes, 30 de julio de 2018

Jóvenes desiguales
León Bendesky
 
Enfrentar las condiciones del cambio demográfico exige considerar la dinámica del envejecimiento junto con las modalidades específicas de la desigualdad.
En el primer caso el asunto va mucho allá de las estadísticas que plasman de manera gráfica las pirámides de la distribución por rango de edades. Muestran claramente el achatamiento de las edades más bajas y el progresivo crecimiento de las más altas.
Esas cifras están cargadas de complejos significados que derivan de las condiciones sociales de los distintos grupos de la población. Esto requiere de un acercamiento en términos de intersección.
Además de la dimensión por generaciones, por ejemplo, la de los jóvenes, hay que tratar explícitamente otras como el género o la clase. Es obvio que no todos los adolescentes son iguales en cuanto a su vulnerabilidad y se han de diferenciar las medidas aplicables de política pública.
Pablo Simón (Universidad Carlos III) atiende el riesgo de pobreza desagregado por estrato, y no en términos seculares, sino cíclicos. Otro indicador es el de devaluación salarial, o sea, ingreso y poder de compra y el patrón de recuperación. Esto incide sobre el horizonte de las expectativas y en todos los casos afecta no sólo a los individuos, sino al conjunto familiar.
El mercado de trabajo es crucial en la dinámica social por rangos de edad: cantidad de trabajo y condiciones del empleo. En general se advierte una mayor precariedad de los empleos (entrada al primer trabajo, remuneraciones, calificación, plazo de contrataciones, informalidad, acceso a servicios públicos, etcétera) que también se diferencia en el interior del estrato de los jóvenes.
Se habla de una nueva normalidad del mercado laboral, que se adapta a las condiciones de gestión de las políticas monetaria y fiscal de los gobiernos.
Las condiciones laborales tienen una relación estrecha con el sistema educativo. Una percepción generalizada es que los jóvenes están menos preparados que antes. Según los especialistas, esto no es correcto.
Los estudiosos se enfocan en criterios como el porcentaje de titulados, tasas de deserción escolar, falta de titulación y el acoplamiento entre las calificaciones adquiridas y las demandas del sector productivo.
Dos asuntos sobresalen en este terreno. Los jóvenes que hacen funciones por debajo de su nivel de formación y lo que Simón califica de verdadero drama social que son todos los adolescentes expulsados del sistema educativo. La ausencia de estudios básicos, resalta, acrecienta enormemente la vulnerabilidad.
El sistema político y económico en México adolece de una efectiva capacidad distributiva en general y en especial en el caso de la población de jóvenes. El sistema de cotizaciones a la seguridad social debe reforzarse con otro tipo de transferencias y aminorar las cargas impuestas por el mercado de trabajo, que se suman a las condiciones de carencia familiares.
Crear nuevas oportunidades de educación superior, según propone el gobierno recién electo, es una medida que se incrusta en las consideraciones que aquí se hacen. Las medidas en este campo no pueden aislarse del contexto general y particular en el que se desenvuelve la existencia de los jóvenes.
La forma en que se reconfigure los niveles de media superior y superior debe estar muy bien articulada con los contenidos del sistema educativo. Cantidad y calidad requieren de un balance para llegar a un objetivo posible y sensible en materia propiamente educativa, social, productiva y, también, presupuestal.
Añado que la educación en una sociedad como la nuestra demanda un balance entre las profesiones científicas, técnicas y las humanidades. Esta no es una posición romántica ni antigua, y debe debatirse en el país de forma explícita.
Por otra parte, está la desvalorización social de las ocupaciones técnicas y artesanales que requieren de una especialización y la capacitación para el trabajo. Hay casos en que a esas labores debe dárseles y otros devolverles tal valor económico y social.

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