De la vida cotidiana: Servir, más que una palabra
Escrito por
Alina Mena Lotti / CubaSí
Servir es amar a quien tenemos a nuestro lado; es ayudar en lo
preciso; es estar presente cuando las circunstancias lo requieren.
Servir es un vocablo tan rico en interpretaciones que puede “encajar” perfectamente en un determinado oficio o profesión, pues todo el que realiza una determinada acción en función de los demás lo que hace —así de sencillo— es servir.
Más que un juego de palabras es una reflexión sobre un modo de ser, una actitud, una postura ciudadana, que en cierto sentido — sobre todo en los últimos tiempos— percibo se ha alejado un tanto de la rueda de la vida.
El dependiente que atiende clientes en un restaurante; el cajero de un banco; quien labora detrás de un mostrador (de cualquier sector); el maestro, el médico. Todos brindan un servicio y, por tanto, en el cumplimiento de su jornada laboral está implícito el servir a los demás. Es decir, a los adultos, a los niños, a los enfermos, y a quienes asisten a un centro recreativo a pasar un buen rato.
El diccionario panhispánico resume que servir significa ser útil; estar al servicio de alguien; suministrar a un cliente lo que ha pedido, y ‘tener a bien hacer algo’, entre otras acepciones.
Por suerte, existen todavía los que asumen esta acción de manera propia, natural y lo incorporan a su actuar cotidiano. Están también quienes cruzan todas las barreras, los más aventajados, quienes están al tanto de las preocupaciones y necesidades de los demás (ya sean materiales o no) y siempre están ahí, dispuestos a aliviar, a ayudar, a colaborar.
No obstante, todos coexistimos con quienes desvían la mirada y encogen los hombros ante el dolor y urgencias ajenas, que pueden transitar en un espectro de lo sencillo a lo difícil, de lo factible a lo verdaderamente insoluble.
Para servir —según el criterio de una colega— no es posible vivir con el peso de complejos personales, ni falsas consideraciones respecto a lo que ello significa. Servir —y vale la pena repetir la palabra— no es servidumbre, considerado como el “conjunto de personas que trabaja en el servicio doméstico”. Tampoco implica agacharnos ante la palabra y el dominio de otros, ni mantener una condición de siervo. Nada de eso.
Servir es amar a quien tenemos a nuestro lado; sean vecinos, amigos o, simplemente, conocidos. Es ayudar en lo preciso, en lo cotidiano. Es estar presente cuando las circunstancias lo requieren. Servir es sinónimo (quizás no literalmente) de apoyo, comprensión, alivio.
Y en estos tiempos difíciles de huracanes que han arrastrado todo a su paso, servir cobra una dimensión mayor. Dejemos a un lado los prejuicios y orgullos vanos. Sirvámonos los unos a los otros.
Levantemos las banderas de la solidaridad de manera permanente. Con tales posturas nada habremos de perder y, en cambio, cada día seremos mejores seres humanos.
“Quien no vive para servir, no sirve para vivir”, expresó el Papa Francisco en la misa celebrada en la Plaza de la Revolución en septiembre del 2015, durante su visita a Cuba. La frase ocupó titulares y solo en instantes le dio la vuelta al mundo, porque además de bella encerró una gran verdad.
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