jueves, 28 de septiembre de 2017

Algunos temen por la llegada de tantos uniformados de Madrid
En Cataluña no todos quieren la independencia, pero sí el derecho a votar
Armando G. Tejeda
Corresponsal
Periódico La Jornada
Jueves 28 de septiembre de 2017,
Barcelona.
 
Las fachadas de los edificios de Barcelona han cambiado en los últimos años; ahora, además de las macetas con flores o los ventanales de colores, también cuelgan en numerosos balcones las banderas catalanas. La senyera (la oficial) o la estelada (la independentista y que se caracteriza por llevar una estrella blanca sobre un triángulo azul).
En muchos otros balcones, quizá la mayoría, no hay ni banderas ni sábanas con consignas en favor del referendo. Es un reflejo de la profunda división que se vive en Cataluña, región de alrededor de 7 millones 500 mil habitantes, donde la mitad está a favor de seguir como una autonomía dentro del Estado español y la otra mitad prefiere convertirse en una república independiente. Pero donde la inmensa mayoría exige el derecho de poder votar en un referendo.
Cristina Ripoll es una mujer cerca de la jubilación y administra desde hace 40 años una pescadería de barrio en la zona norte de Barcelona. Trabajo más de 12 horas diarias y me entero poco de lo que pasa en la política, pero yo, si nos dejaran hacerlo, sin duda iría a votar este domingo y lo haría por ser independientes. Pero visto que no nos dejan lo más probable es que me quede en casa con la familia, explicó a La Jornada, tras reconocer que tiene miedo ante la llegada de tantos policías de Madrid y de que finalmente esto explote por algún lado y haya violencia.
Carles Ruiperez, taxista, nacido en Cataluña, se manifiesta rotundamente contrario a la independencia. Eso sí, yo soy totalmente partidario de que se celebre el referendo y no entiendo la cerrazón del gobierno español de dejarnos votar. Pero yo me siento español, de hecho fui militar destinado en Zaragoza muchos años, y espero que ni yo ni mi hija de cuatro años vean nunca la independencia de Cataluña.
Este taxista, que incluso piensa en irse de Barcelona si finalmente se culmina la secesión, es también un ejemplo de la división que ha sembrado en muchas familias el anhelo de autodeterminación; su familia política al completo es partidaria de la secesión, mientras él y la mayoría de su familia directa no lo es, así que cuando se reúnen a comer o a celebrar algún acontecimiento familiar una de las primeras advertencias es: de política no se habla.
En la Universidad de Barcelona se encuentra encerrada Nuria Sanz, quien forma parte de los centenares de jóvenes activistas que informan y se organizan en brigadas para defender la democracia. Ella afirma: tenemos derecho a votar y lo vamos a hacer. Estamos hartos de un Estado opresor que nos arrebata derechos y que sólo entiende el lenguaje de la violencia. Votar es nuestro derecho y lo vamos a ejercer.
Adriá Anglesola, consultor de empresa y joven ingeniero, prefiere vivir al margen de un movimiento que considera adulterado por una clase política incompetente e incapaz de solucionar los problemas del país. Por eso yo no pienso votar. Mientras Dolors Angliu, una mujer cercana a los 70 años y que recorre las calles de la ciudad envuelta en una bandera independentista, advirtió: El domingo haremos historia y nos convertiremos, por fin, en un país libre.

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