Verdades, mentiras y crímenes
Manuel Pérez Rocha
Si no encontramos verdades que vale la pena decir, es mejor el silencio, pues la domesticación de la gente es resultado, entre otras cosas, del aturdimiento con miles de verdades intrascendentes, como bien advirtió Bertolt Brecht. La manipulación y la enajenación se alimentan, por supuesto, de las mentiras (simulaciones, medias verdades o francas falsedades y engaños) diseminadas por el poder con una falta total de ética, pero de allí ninguna otra cosa pude esperarse. Desarrollar un pensamiento crítico, analítico, lógico, con criterio ético, con apego a la verdad (por medio de la escuela, la universidad, el periodismo o los medios), presupone un esfuerzo por encontrar verdades que vale la pena decir, so pena de contribuir a la confusión, la desorientación, la distracción, la diversión.
La conocida advertencia del doctor Samuel Johnson –El amor a la verdad es la primera víctima mortal de toda guerra– resulta hoy más verídica y reveladora, pues vivimos muchas guerras simultáneas. En primer lugar están las guerras económicas: las rivalidades entre los grandes capitales del mundo, origen de conflagraciones armadas criminales, con millones de víctimas humanas mortales; también está la competencia de muchos negocios de menor tamaño, legales o ilegales, que contribuyen, a veces sin quererlo ni saberlo, a la mentira, al engaño, e incluso a la generación de violencia.
En las guerras comerciales –las grandes y las pequeñas– el asesinato de la verdad parece menos cruento que las muertes en los campos de batalla convencionales, y en esta sociedad sus engañifas pasan por aceptables, incluso meritorias. La publicidad mercantil no tiene ética y ha generado las técnicas más sofisticadas para manipular las voluntades y engatusar a viejos, adultos y niños. La ausencia de sangre no disminuye el carácter criminal de esta mercadotecnia, que abusa especialmente de los indefensos induciéndolos a consumir venenos, por ejemplo alimentos chatarra, comida contaminada con aditivos dañinos, y bebidas azucaradas promovidas hoy por el propio presidente Peña. Han generado toda una cultura corruptora, el consumismo, la posesión como sinónimo de felicidad, veneno también para todo esfuerzo educativo auténtico.
No es de extrañar, pues, que el ámbito de la política, hoy totalmente al servicio del dinero, se haya convertido en otro espacio belicoso inundado de mentiras y falsificaciones; la mal llamada política es, como dijo el filósofo alemán C. von Clausewitz, la continuación de las guerras armadas y comerciales por otros medios. Incluso este medio de la política ha sido colonizado por la ideología comercial y su lenguaje: hoy los partidos y los candidatos se juzgan por su competitividad, en las universidades se dan cursos de mercadotecnia política, y con multimillonarias carretadas de dinero se ponen en marcha las campañas políticas carentes por completo de ideas políticas, pero sustentadas en imágenes manipuladoras y cancioncitas estúpidas compuestas por creativos de agencias comerciales nacionales y extranjeras, muy diestras para la manipulación y el engaño.
La administración de la educación pública, como parte de la vida política del país, por supuesto ha sucumbido a esta tragedia. En su guerra contra el magisterio, la SEP y su secretario nos recetan cínicas mentiras todos los días: es mentira que se haya dado una reforma educativa, el mismo secretario dice que ésta se dará con el nuevo modelo en discusión; es mentira que las reformas legales hayan sido apegadas a derecho, en su aprobación se violó la Constitución; es mentira que las evaluaciones no sean punitivas, la amenaza está explícita en la misma ley; es mentira que la oposición se origine en la defensa de intereses ilegítimos de un reducido grupo de dirigentes corruptos, la oposición a esa reforma ha generado un amplio movimiento social, e incluye a muchos académicos de excelencia; es mentira que lo que ahora se presenta es un nuevo modelo educativo, ni es modelo, ni es nuevo; es mentira que todo lo que se propone en esos farragosos documentos haya sido elaborado por la SEP, está lleno de plagios; es mentira que se estén realizando foros en los que se dialoga y se recogen puntos de vista críticos, vean los testimonios de algunos asistentes; es mentira que los intereses de los niños estén por encima de los intereses políticos de Nuño y Peña, el apresurado calendario de la reforma está sujeto al calendario político que a éstos conviene; es mentira que las propuestas de la SEP vayan a generar un pensamiento crítico, todo lo contrario, dos ejemplos: una iniciativa central de ese proyecto es adoctrinar a los niños con la ideología económica (y política) dominante disfrazada de educación financiera, y se les regalan gadgets tecnológicos (tabletas) que se han convertido en fetiches enajenantes.
Estamos en guerra, en diversas guerras, una la educativa, y tenemos que esforzarnos por estar del lado de la verdad. El estado capitalista no impulsará el pensamiento crítico, no busca la verdad, porque, como hace tiempo advirtió el educador francés George Snyders: “Nuestra sociedad… no puede confesar sus objetivos reales, reconocer, descubrir, ni permitir el descubrimiento de lo que realmente es. Está condenada a camuflar lo que hace, bajo fórmulas tan vanas que no pueden adquirir realidad a los ojos de los maestros ni de los alumnos”. Snyders recupera un párrafo del político y filósofo Jean Jaurés, leído en la Cámara de Diputados de Francia en febrero 1905, tan cierto hoy como entonces: Lo que caracteriza a la sociedad presente, lo que hace que sea incapaz de enseñarse ella misma, de formularse ella misma una regla moral, es que hay en ella por doquier una contradicción esencial entre los hechos y las palabras. Hoy no existe una sola palabra que tenga su verdadero sentido pleno, leal; fraternidad, y por doquier es combate; igualdad, y todas las desproporciones se van ampliando; libertad, y los débiles están abandonados a todos azares de la fuerza.
Creo que es necesario recordar hoy estas verdades, para combatir las mentiras que en el campo de batalla han cobrado varias vidas humanas, entre ellas, 43 en Ayotzinapa y nueve en Nochixtlán.
emer@unam.mx
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