Gabriela Rodríguez
Wirikuta y la sierra de Catorce se encuentran actualmente amenazadas por la actividad tóxica y devastadora de los yacimientos que proyecta explotar la compañía canadiense First Majestic Silver. En vez de que el Estado proteja los derechos de los pueblos originarios, reconocidos en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), permite concesiones que violan el Programa de Manejo del Área Natural Protegida de Wirikuta, así como la Ley General del Equilibrio Ecológico y Protección al Ambiente.
Corren el riesgo de contaminación por cianuro y desecamiento los manantiales sagrados del pueblo wixárica o huichol que se encuentran dentro de las cuencas de las venas de plata a explotarse en Real de Catorce, el acuífero podría quedar expuesto a una sobrexplotación cuya capacidad de recuperarse es muy baja. Además de los sitios sagrados, 16 centros de población sufrirían los efectos negativos de las fuentes de agua.
Tratan de recrear la producción de las minas que hace 200 años enriquecieron a la Nueva España, en donde los palacios, murallas e iglesias dieciochescos de Real de Catorce son ahora esqueletos de piedra cubiertos de nopales. Un espacio en que conviven peregrinos huicholes en camino al Cerro del Quemado, o Leunar, con grupos mestizos y descendientes de los mineros, quienes prefieren adorar a San Francisco y a la Virgencita, que plagan sus túnicas con milagritos de plata, que es el valor de uso del producto de las excavaciones que otrora florecieron en la zona.
El proyecto actual no sólo arruinaría el ecosistema sino un patrimonio espiritual que sostiene la sacralización en un mundo que se desacraliza. Leunar es el lugar donde cada año y desde hace 2 mil años nace el Sol. Una puerta sagrada que nos enseña, a quienes estamos privados de las claves místicas, que la civilización nos ha llevado a perder la condición humana y a olvidar que el equilibrio del planeta depende de la conducta de todos y de todas: los huicholes saben que es el hombre el que piensa el Sol y el que lo alimenta. A diferencia de otros grupos indígenas, el pueblo wixárica huyó de la dominación colonial refugiándose en lugares inaccesibles para conservar su libertad y su herencia cultural, para sostener un sentimiento religioso que abarca todo el ámbito de la vida. El culto al venado-maíz-peyote es una manera de conservar una actitud vital ante la segregación y el genocidio que se inició con la conquista española.
En ese paisaje rodeado de cactáceas, dice Fernando Benítez que son como milagros naturales por el mayor volumen de agua que tienen en comparación con otras plantas. Se trata de criaturas vegetales vivas, frescas y húmedas que crecen sobre el piso árido y seco del desierto. Montes dorados que no sabemos si reflejan los rayos solares o el oro del subsuelo, yucas que parecen figuras humanas se transforman en familias con atuendo huichol. Venados de tamaño normal y sobrenatural pueden aparecerse a los iniciados.
Debajo de Leunar, en los llanos bajos crece el peyote, cacto sagrado que tiene el poder de relacionarnos de manera directa con la naturaleza y al mismo tiempo llevarnos a explorar el mundo interior, un viaje que nos aleja y acerca a lo más propio y que deja la debilidad al descubierto. El paso de lo profano a lo sagrado es un espacio mágico que se vive cuando al caminar desaparecen las obras del hombre, cuando se transita de la tensa emoción espiritual al juego y la alegría, y de la risa al buen humor. En la fiesta del peyote, el abuelo fuego ocupa el lugar central y observa con sus mil ojos luminosos cómo sus hijos se pierden en el delirio mezcaliniano. En el corazón del fuego se proyectan las fantasías y los temas personales, porque cuando el fuego se apodera de los leños puede ilustrar nuestras ideas, un recurso anterior al tiempo de los libros, de esa expresión escrita que da continuidad a nuestro pensamiento. El fuego, en cambio, es lenguaje originario que da continuidad directa a nuestras fantasías. Su flama nos revela los múltiples sonidos de la tierra, el contorno de plata que tienen las plantas y la luz propia de las piedras, una luz que mata a la propia muerte y saca vida de la muerte.
Se trata de un culto que inhibe y libera, que al pasar de lo ceremonial a lo lúdico hace posible alcanzar la cúspide de Leunar y así lograr que vuelva a nacer el Sol. La urgencia de defender el sitio ha forzado de manera violenta el regreso de lo sagrado a lo profano, hasta que nuevamente puedan los huicholes retomar sus prácticas rituales, algo que deseamos logren en el próximo año. Hay una paradoja que confirma las buenas razones de quienes se rebelan contra el nuevo proyecto de explotación minera: en las zonas de Real de Minas que dieron origen a grandes riquezas del país se asientan hoy los pueblos más pobres.
grodriguez@afluentes.org - http://twitter.com/@Gabrielarodr108
Corren el riesgo de contaminación por cianuro y desecamiento los manantiales sagrados del pueblo wixárica o huichol que se encuentran dentro de las cuencas de las venas de plata a explotarse en Real de Catorce, el acuífero podría quedar expuesto a una sobrexplotación cuya capacidad de recuperarse es muy baja. Además de los sitios sagrados, 16 centros de población sufrirían los efectos negativos de las fuentes de agua.
Tratan de recrear la producción de las minas que hace 200 años enriquecieron a la Nueva España, en donde los palacios, murallas e iglesias dieciochescos de Real de Catorce son ahora esqueletos de piedra cubiertos de nopales. Un espacio en que conviven peregrinos huicholes en camino al Cerro del Quemado, o Leunar, con grupos mestizos y descendientes de los mineros, quienes prefieren adorar a San Francisco y a la Virgencita, que plagan sus túnicas con milagritos de plata, que es el valor de uso del producto de las excavaciones que otrora florecieron en la zona.
El proyecto actual no sólo arruinaría el ecosistema sino un patrimonio espiritual que sostiene la sacralización en un mundo que se desacraliza. Leunar es el lugar donde cada año y desde hace 2 mil años nace el Sol. Una puerta sagrada que nos enseña, a quienes estamos privados de las claves místicas, que la civilización nos ha llevado a perder la condición humana y a olvidar que el equilibrio del planeta depende de la conducta de todos y de todas: los huicholes saben que es el hombre el que piensa el Sol y el que lo alimenta. A diferencia de otros grupos indígenas, el pueblo wixárica huyó de la dominación colonial refugiándose en lugares inaccesibles para conservar su libertad y su herencia cultural, para sostener un sentimiento religioso que abarca todo el ámbito de la vida. El culto al venado-maíz-peyote es una manera de conservar una actitud vital ante la segregación y el genocidio que se inició con la conquista española.
En ese paisaje rodeado de cactáceas, dice Fernando Benítez que son como milagros naturales por el mayor volumen de agua que tienen en comparación con otras plantas. Se trata de criaturas vegetales vivas, frescas y húmedas que crecen sobre el piso árido y seco del desierto. Montes dorados que no sabemos si reflejan los rayos solares o el oro del subsuelo, yucas que parecen figuras humanas se transforman en familias con atuendo huichol. Venados de tamaño normal y sobrenatural pueden aparecerse a los iniciados.
Debajo de Leunar, en los llanos bajos crece el peyote, cacto sagrado que tiene el poder de relacionarnos de manera directa con la naturaleza y al mismo tiempo llevarnos a explorar el mundo interior, un viaje que nos aleja y acerca a lo más propio y que deja la debilidad al descubierto. El paso de lo profano a lo sagrado es un espacio mágico que se vive cuando al caminar desaparecen las obras del hombre, cuando se transita de la tensa emoción espiritual al juego y la alegría, y de la risa al buen humor. En la fiesta del peyote, el abuelo fuego ocupa el lugar central y observa con sus mil ojos luminosos cómo sus hijos se pierden en el delirio mezcaliniano. En el corazón del fuego se proyectan las fantasías y los temas personales, porque cuando el fuego se apodera de los leños puede ilustrar nuestras ideas, un recurso anterior al tiempo de los libros, de esa expresión escrita que da continuidad a nuestro pensamiento. El fuego, en cambio, es lenguaje originario que da continuidad directa a nuestras fantasías. Su flama nos revela los múltiples sonidos de la tierra, el contorno de plata que tienen las plantas y la luz propia de las piedras, una luz que mata a la propia muerte y saca vida de la muerte.
Se trata de un culto que inhibe y libera, que al pasar de lo ceremonial a lo lúdico hace posible alcanzar la cúspide de Leunar y así lograr que vuelva a nacer el Sol. La urgencia de defender el sitio ha forzado de manera violenta el regreso de lo sagrado a lo profano, hasta que nuevamente puedan los huicholes retomar sus prácticas rituales, algo que deseamos logren en el próximo año. Hay una paradoja que confirma las buenas razones de quienes se rebelan contra el nuevo proyecto de explotación minera: en las zonas de Real de Minas que dieron origen a grandes riquezas del país se asientan hoy los pueblos más pobres.
grodriguez@afluentes.org - http://twitter.com/@Gabrielarodr108
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