Si los 22 países miembros de la Liga Árabe se encuentran en plena efervescencia revolucionaria –con una tendencia cada vez más diáfana hacia la islamización de sus sociedades que nunca dejaron de ser mahometanas, al contrario de la narrativa fantasiosa de la trivial propaganda occidentaloide que pretende imponer su insustentable modelo exógeno por la vía militar, cuando no por la vía subversiva–, la vibrante Latinoamérica (LA) vive el mejor posicionamiento geoeconómico de su historia (lo cual reconoce hasta la revista neoliberal británica The Economist, lo cual ya es mucho decir): desde el milagroso auge de Argentina –el óptimo crecimiento económico de la región, quizá por haber roto los amarres asfixiantes de los caducos FMI, BM y el BID–, pasando por el paradigma del lulismo en Brasil –flamante polo del incipiente nuevo orden multipolar–, hasta la inverosímil revaluación de las divisas de Colombia y Perú frente al dólar gracias a la prosperidad de las materias primas –en contraste patético con la devaluación integral del itamita México neoliberal calderonista.
La semana que transcurrió tuve el honor y la fortuna de haber sido convocado de nuevo como ponente al tercer Foro Internacional Árabe-Latinoamericano, en Cartagena (Colombia), bajo el liderazgo del presidente de República Dominicana, Lionel Fernández. La reunión, cuyo objetivo explícito es construir una alianza (sic) para el desarrollo y la paz, se celebró bajo los auspicios de la Fundación Global Democracia y Desarrollo (Funglode) y dos universidades de gran calibre de Colombia: El Rosario y la Pontificia Javeriana.
No pudo ser mejor seleccionada la sede de Cartagena –que en la lingüística semítico-fenicia significa La Nueva Ciudad/La Nueva Cartago (Qart Hadasht)– como puente semiótico cultural entre las dos regiones.
Al unísono de la mayoría de los grandes estadistas que han florecido gratamente en LA a inicios del siglo XXI –con sus conocidas minúsculas excepciones y decepciones–, Lionel Fernández, desde la trinchera caribeña de República Dominicana, pese a su exigüidad territorial y poblacional, ha osado en forma antigravitatoria tomar el timón de un proyecto bidireccional de gran envergadura geoeconómica, geopolítica y cultural, por lo que me atreví a bautizarlo como nuevo Colón del siglo XXI: por descubrir desde la antigua Hispaniola, en forma inversa al descubridor genovés, la potencialidad bidireccional de la sinergia geoeconómica y civilizatoria entre las dos regiones donde las comunidades árabes de LA –que se calculan en más de 20 millones (cifra que dudo, cuando solamente en Brasil existen 12 millones de origen árabe)– están llamadas a desplegar toda su capacidad, aún en hibernación, como bisagra transregional frente a las insólitas oportunidades que presenta la incipiente multipolaridad.
La patológica propaganda israelí-anglosajona ha colocado a ambas regiones en los avernos, mediante su consabida estigmatización exorcista gracias al exagerado poder de sus mendaces multimedia oligopólicos que han degenerado al árabe como sinónimo de terrorista y degradado al latinoamericano a narcotraficante. De manera jocosa expresé que alguien como yo, árabe-latinoamericano, pues, entonces, en forma determinista es doblemente narco-terrorista.
Justamente tales son los patrones de la estereotipia que publicitan sus promotores para avanzar su aviesa agenda oculta de control global.
¿Cómo combatir tal ponzoña? Pues con sus antídotos especializados: en general, mediante la simbiosis cultural (diálogo de civilizaciones en lugar del huntingtoniano choque de civilizaciones) y, en forma particular, con la creación de multimedia transregionales y bidireccionales, así como a través de puentes universitarios.
Dividí mi ponencia en dos partes: el enorme potencial transregional (territorial, poblacional y geoeconómico) y sus enormes vulnerabilidades (en geofinanzas y las nuevas tecnologías, incluyendo las supercomputadoras).
Los 33 países de LA y los 22 de la Liga Árabe suman 55 miembros: casi la tercera parte de los 193 países de la ONU.
La suma transregional de sus poblaciones –600 millones de LA y los alrededor 400 millones de la Liga Árabe– constituye mil millones: la tercera población mundial detrás de China e India.
La sumatoria geoeconómica de ambos, medido por el PIB (en poder adquisitivo de paridad de compra) con datos de 2010, alcanza asombrosamente más de 11 billones de dólares (trillones en anglosajón). LA (6.4 billones de dólares) y la Liga Árabe (4.76 billones de dólares) ocupan juntos el tercer lugar mundial, detrás de la Unión Europea (15.2 billones de dólares) y Estados Unidos (14.53 billones) y un lugar antes que China (10.12 billones de dólares).
El PIB transregional representa 15 por ciento del total mundial, con la salvedad de que, según proyecciones de los próximos 10 años, tanto la UE, hoy alicaída, como Estados Unidos, en franca decadencia, proseguirán su declinación, mientras las dos regiones de LA y la Liga Árabe tienden al alza, debido a la consolidación de las materias primas.
Ambas regiones, solas o sumadas, se encuentran en los primeros sitiales de extensión territorial: LA (21.06 millones de kilómetros cuadrados) y la Liga Árabe (13.3 millones de kilómetros cuadrados) cuando se comparan con los cinco primeros lugares mundiales: Rusia (17 millones de km2), Canadá (9.98 millones de km2), Estados Unidos (9.82 millones de km2), China (9.59 millones de km2) y la UE (4.32 km2). La suma territorial de ambas regiones alcanza 34 millones de km2.
Asiento de miríficas culturas y de grandiosas civilizaciones (sumerios, fenicios, egipcios, olmecas, aztecas, mayas, incas etcétera), que los hace más proclives a distanciarse de la imperante barbarie nor-transatlántica de corte financierista, ambas regiones exhiben perturbadoras vulnerabilidades tanto en las geofinanzas como en las nuevas tecnologías (nanotecnología, biotecnología, robótica, genoma y células madre), ya no se diga las añejas (nuclear, satelital y cibernética), donde impera la mediocridad, con sus justas excepciones (Brasil y Argentina; el caso del itamita México neoliberal es patético).
Con excepción de Brasil, que ocupa dos lugares distantes en la clasificación de las primeras 500 supercomputadoras, prácticamente LA y la Liga Árabe no tienen presencia en las nuevas tecnologías, por lo que abogué por la creación de un banco tecnológico de sinergia bidireccional, además de alianzas estratégicas (en el sentido de joint ventures).
El más reciente índice de desarrollo financiero, del Foro Económico Mundial de Davos, revela el (pre)dominio anglosajón –EU, primer lugar, y Gran Bretaña, segundo sitial, pese a sus debacles financieristas–, mientras LA y la Liga Árabe, cuando aparecen, ocupan los peores puestos.
El control financierista global del G-7 es reflejo del caduco orden unipolar, por lo que tanto LA como la Liga Árabe, además de la creación de bancos transregionales propios (sobran los capitales; falta saber colocarlos), necesitan urgentemente fundar centros financieros creíbles que prohíjen e irradien la multipolaridad del incipiente nuevo orden global. La coyuntura es favorable; ahora falta pasar a la acción creativa.
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