La lealtad, la doblez, la palabra
Adolfo Gilly*
Soldados sublevados bajo el mando de Manuel Mondragón y Félix Díaz defienden la Ciudadela, durante el cuartelazo contra Francisco I. Madero, el 9 de febrero de 1913Foto tomada de Wikipedia
El 24 de abril de 1901 el coronel Victoriano Huerta, desde la Hacienda de Mazatlán, enviaba al Ministro de la Guerra, general de división Bernardo Reyes, un informe manuscrito con letra firme y clara redacción. Comenzaba así: Mi querido general de todo mi respeto: Lo saludo y permítame que le dé a usted un abrazo”.
En el texto de su mensaje, el coronel daba información detallada de los movimientos de tropa en la región en persecución del “enemigo”: “Los que merodeaban por la sierra de Mochitlán, muchos de ellos venían en la noche a sus casas. Se preparó el golpe y anoche fueron aprehendidos treinta y tantos, todos ellos pronunciados. Ordené que los más culpables fueran castigados y el resto lo mandaré a ésa para que pasen a Yucatán”. “Castigados”, escrito con letra grande y cargada, quería decir fusilados.
El 16 de mayo de 1901 Huerta informaba a Reyes: “la campaña en rigor ha concluido”. [...] “Me faltan algunos por castigar y otros por remitir a usted. Todo se hará de la manera más expedita aunque digan, como dicen que dicen, que soy animal carnicero”.
En el Colegio Militar (promoción 1872-1879) Huerta había descollado en matemáticas y astronomía. El coronel era un jefe cruel, pero no uno cualquiera.
2. A lo largo del año 1899 el capitán 1º de artillería Felipe Ángeles, profesor en el Colegio Militar, publicó en El Arte y la Ciencia, “revista mensual de Bellas Artes e Ingeniería”, una serie de once artículos de “Ingeniería Militar”: los cinco primeros sobre “Fórmulas relativas a las velocidades y presiones en las armas de fuego”; los restantes sobre “Principios del arreglo del tiro de la artillería”. En 1901 el capitán Ángeles fue enviado a Francia para inspeccionar el material de artillería de las fábricas militares Schneider-Canet y St. Chaumond contratado por el gobierno mexicano. Allá recibió su ascenso a mayor.
Ambos militares, Huerta (Jalisco, 1845) y Ángeles (Hidalgo, 1868), encarnaban dos almas y dos culturas del Ejército Mexicano durante la presidencia larga del general Porfirio Díaz, quien para la jerarquía militar era figura paterna y árbitro indiscutido. Retirado don Porfirio, sus destinos se cruzarían en la presidencia breve de Francisco I. Madero y en la tragedia de febrero de 1913.
3. Madero fue electo presidente en octubre de 1911 y tomó posesión en noviembre. Entonces, contra la palabra dada a Zapata, rompió tratativas y acuerdos y le soltó la jauría militar de Juvencio Robles. Hacia junio de 1912 su gobierno estaba cercado por una feroz campaña de prensa; una derrota militar en el norte ante Pascual Orozco que había llevado al suicidio a su secretario de Guerra, el general José González Salas; una fronda de los hacendados, los industriales y los comerciantes, con altavoces en la prensa y en la universidad; y la rebelión zapatista en el sur. Cuatro guerras: una de papel, otra del gran dinero y otras dos de fuego verdadero, en el norte y en el sur, asediaban a Madero.
Crecía entretanto el prestigio de Victoriano Huerta, quien después del fracaso de González Salas había derrotado a la rebelión orozquista en Bachimba, Rellano y Conejos. Era el general que en la segunda mitad de 1911 había tenido una polémica pública con Madero, cuando moviendo tropas buscaba romper sus contactos con los rebeldes zapatistas.
4. Era el presidente un hacendado liberal, un hombre valiente en cuyo carácter se cruzaban la terquedad, las dudas y los golpes de audacia. Cercado por la prensa, la saña de los acaudalados y de la sociedad bienpensante, las intrigas diplomáticas, las divergencias entre los militares y la guerra zapatista, a inicios de agosto de 1912, dio un repentino viraje. En sustitución del viejo general Juvencio Robles, empeñado en una campaña de exterminio en Morelos, envió al apenas ascendido general Felipe Ángeles, director del Colegio Militar y soldado de su confianza. Era un cambio de jefes federales en busca de acercamientos y entendimientos con los de la revolución del sur.
Como resultado, en los meses siguientes se desencadenó en la prensa una áspera polémica contra esta política y una confrontación pública entre Victoriano Huerta y los mandos del norte, y Felipe Ángeles, general de la guerra del sur, hecho insólito en cualquier cuerpo armado.
El cuartelazo del 9 de febrero de 1913 ya estaba inscripto en esta crisis militar, fuera del control del presidente y atizada por la alta sociedad nostálgica del Antiguo Régimen, temerosa de la guerra del sur y enemiga hasta el odio de Madero.
5. A fines de 1912 contra el gobierno conspiraban abiertamente el general Bernardo Reyes, preso en Santiago Tlatelolco desde su frustrada rebelión en diciembre de 1911, y el general Félix Díaz, preso en Lecumberri por su rebelión en Veracruz. Por otro lado, muy en secreto, conspiraba Victoriano Huerta, en desacuerdo con el rumbo de Madero. En torno a ellos, un enmarañado grupo de civiles de buena familia jugaba a los noveles conspiradores sin recordar que las armas son cosa seria y las carga el diablo. Rafael de Zayas dejó un testimonio único de esos afanes. Según Martín Luis Guzmán, en esos días “seguían celebrándose casi abiertamente los conciliábulos de los conspiradores”.
El 9 de febrero estalló la primera de esas conspiraciones, la de Bernardo Reyes y Félix Díaz. Su fuerza principal vino de la Escuela Militar de Aspirantes, fundada bajo la protección de Reyes como implícita rival del Colegio Militar, y de la cual en 1908, en un extenso artículo público que le valió un arresto y un destierro a Francia, Felipe Ángeles había dicho que no servía para nada.
Los aspirantes tomaron Palacio Nacional en las primeras horas de ese 9 de febrero. Horas después, en una épica irrupción por sorpresa con pocos soldados y mucha audacia, el general Lauro Villar retomó la plaza sin disparar un tiro, nomás a gritos y sombrerazos, y encerró bajo arresto a los aspirantes que, en efecto, probaron que no servían para nada. Al rato llegó la columna rebelde encabezada por Bernardo Reyes, Félix Díaz y Manuel Mondragón, confiados en que la plaza estaba tomada. Fueron recibidos a balazos por las tropas de Lauro Villar. Reyes murió en la refriega, Villar resultó seriamente herido y Díaz y Mondragón, desconcertados, se replegaron y buscaron refugio en la Ciudadela.
6. A diferencia de la Escuela de Aspirantes, el Colegio Militar –cuyo director titular era el general Ángeles y su sustituto interino el teniente coronel Víctor Hernández– respondió al presidente y desde hora temprana avanzó desde Chapultepec hacia Palacio Nacional con Madero cabalgando a la cabeza, según aparece en las célebres fotos. Cuando llegaron a Palacio el cuartelazo reyista ya había sido derrotado por el Ejército con jefes como Lauro Villar y Juan Manuel Torrea. El desfile del Colegio Militar pasó a la iconografía histórica como la Marcha de la Lealtad.
Era verdad, salvo un detalle. A esa marcha se incorporó el general Victoriano Huerta, que aparece junto a Madero en la conocida foto del balcón de la Fotografía Daguerre. Ese jefe que desde diciembre conspiraba, avanzaba cubierto por el manto simbólico de la lealtad de los cadetes del Colegio. Como en una tragedia clásica en ese desfile, oculta, también marchaba la traición.
Llegados a Palacio Nacional y fuera de acción Lauro Villar, Madero designó jefe de la plaza a ese destacado general. Era cuestión de días, más precisamente de una decena de días cuyo relato es de sobra conocido, para que Victoriano Huerta apresara a Francisco I. Madero, José María Pino Suárez y Felipe Ángeles y después mandara matar al presidente y su vicepresidente, cuyas vidas les había jurado respetar.
7. Confiado a Huerta el mando militar de la ciudad, Madero tomó una iniciativa sorprendente. En secreto, diciendo que iba a Toluca, subió a su automóvil y con dos ayudantes militares, sus secretarios y el chofer se fue a Cuernavaca en busca de Felipe Ángeles. Presidente y general discutieron allá la situación y a la mañana siguiente, el 10 de febrero, regresaron a la capital con dos mil soldados de la guarnición de Cuernavaca. El viaje y el regreso contaron con la pasividad cómplice de los zapatistas, negociada por Ángeles, y sus movimientos no fueron hostilizados. Los insurgentes del sur protegieron el paso de aquel presidente que con ellos no había tenido palabra y ni siquiera parecía recordarlo.
Poca atención ha merecido este golpe de audacia de Madero, típico de su carácter: confianza en sí mismo, en su misión y en su estrella; incomprensión ante la doblez y la maldad; distancia e incumplimiento hacia los pobres; terquedad e indecisión entrelazadas.
Al regreso, el viaje audaz se disuelve en la confianza de Madero en la jerarquía militar, la cual relega al general brigadier Ángeles a comandar una batería en la avenida Reforma –“la insignificante batería”, como la llamaría con sorna el embajador Wilson– y deja el mando supremo en manos del general de división Victoriano Huerta.
8. Felipe Ángeles, el general leal al presidente, quedó prisionero en la jaula de la subordinación al orden militar, contra el cual no podía sublevarse. Este dilema con color de tragedia suele acosar vez tras vez, en los momentos críticos, a ciertos hombres militares. ¿La subordinación al mando superior es sinónimo y forma concreta de la lealtad? ¿O la lealtad es sentimiento y conducta de un orden superior, aquel que toca al honor militar? ¿La palabra dada es sólo un compromiso con el otro o es ante todo uno consigo mismo y con el propio sentimiento del honor? La doblez entre el decir y el hacer, cuyo ejemplo exquisito es Huerta en esos días, ¿es lícita astucia ante el enemigo o es envoltura de la traición frente al amigo?
Estos dilemas pueblan la vida militar y la literatura desde Homero, Julio César y Hernán Cortés hasta Shakespeare, Tolstoi y De Gaulle.
Una historia militar es lo que pasa en el alma, la mente y la moral de combate de los ejércitos y sus jefes, y no sólo un recuento y un relato de las armas ofensivas y las posiciones defensivas en el orden de las batallas.
El cuerpo de oficiales del Ejército federal se subordinó a Victoriano Huerta. Pero también, en la trágica crisis de aquel febrero, las varias almas de ese ejército se escindieron y se enfrentaron después en los campos de batalla. Su historia se cerró en la batalla de Zacatecas el 23 de junio de 1914, derrotado y destruido por la División del Norte conducida por Francisco Villa y Felipe Ángeles, dos generales leales a Madero, y en la huida sin honor de Victoriano Huerta. Este, empero, es ya otro relato.
*Presentado en el Coloquio A cien años de la Decena Trágica-Crónica de un cuartelazo anunciado, Colmex-UNAM-INAH-INEHRM, 21 y 22 de febrero de 2013.