Praxis y teoría revolucionaria, ¿para qué?
jueves, 1 de noviembre de 2012
Homar Garcés
Desde el momento que Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, diera a conocer su célebre frase “No hay teoría revolucionaria sin práctica revolucionaria y viceversa”, es mucho lo que se ha dicho y hecho al respecto. En algunas situaciones, la teoría revolucionaria ha prefigurado la práctica revolucionaria mientras que en otras ésta ha antecedido a la teoría, llegándose a cumplir lo que afirmara Salvador Allende respecto a que “la revolución no pasa por la universidad, y esto hay que entenderlo, la revolución pasa por las grandes masas, la revolución la hacen los pueblos, la revolución la hacen, esencialmente, los trabajadores”.
No obstante, en ambos casos es innegable la importancia de cada uno de estos elementos, sin los cuales sería difícil definir cualquier proceso revolucionario en el mundo. A pesar de ello, existen los pragmáticos que niegan el valor de la teoría revolucionaria, esgrimiendo como argumento que ella no es necesaria si todo se cumple o se hace con eficiencia. En el lado opuesto, existen los teóricos que no dan su brazo a torcer, desconociendo muchas veces las condiciones específicas que presenta la lucha revolucionaria en determinada coyuntura histórica, lo cual ha traído como consecuencia que se pierdan oportunidades para garantizar y acelerar el avance revolucionario de los sectores populares. Todavía hoy se discute para qué sirven la praxis y la teoría revolucionarias, haciéndose inexcusable la formación de una conciencia revolucionaria que facilite no sólo su comprensión sino las condiciones favorables para que ambas se desarrollen a plenitud.
No obstante, en ambos casos es innegable la importancia de cada uno de estos elementos, sin los cuales sería difícil definir cualquier proceso revolucionario en el mundo. A pesar de ello, existen los pragmáticos que niegan el valor de la teoría revolucionaria, esgrimiendo como argumento que ella no es necesaria si todo se cumple o se hace con eficiencia. En el lado opuesto, existen los teóricos que no dan su brazo a torcer, desconociendo muchas veces las condiciones específicas que presenta la lucha revolucionaria en determinada coyuntura histórica, lo cual ha traído como consecuencia que se pierdan oportunidades para garantizar y acelerar el avance revolucionario de los sectores populares. Todavía hoy se discute para qué sirven la praxis y la teoría revolucionarias, haciéndose inexcusable la formación de una conciencia revolucionaria que facilite no sólo su comprensión sino las condiciones favorables para que ambas se desarrollen a plenitud.
Por ello mismo, la praxis y la teoría revolucionarias deben marchar a la par, por lo que una no puede excluirse sin perjuicio de la otra. De ahí que sea necesario entre los revolucionarios impulsar la revisión, la rectificación y el reimpulso de ambas, a medida que los objetivos revolucionarios se vayan alcanzando, permitiendo que el pueblo asuma su participación y protagonismo en la orientación y profundización de la revolución socialista. Además de ello, es preciso que los revolucionarios comprendan que tales objetivos pueden obtenerse desde diversas trincheras de lucha, incluso a través de diferentes partidos políticos que, sin anular sus diferencias doctrinales, podrían complementarse, conservando cada quien su autonomía, pero todos concentrados en conquistar definitivamente el camino del socialismo revolucionario. Para ello es imprescindible también despojarse de cualquier actitud sectaria o personalista que entorpezca la construcción de una efectiva unidad revolucionaria, probada en la práctica y en el debate constante que debe existir entre las diversas fuerzas revolucionarias, buscando crear las condiciones subjetivas y objetivas que hagan posible tal unidad. No se trata, por lo tanto, de imponer criterios en base al poder detentado y al hecho de contar con un mayor número de militantes, silenciando cualquier opción contraria, a pesar de ser la más idónea y la mejor sustentada.
Demás está resaltar que la praxis y la teoría revolucionarias contribuyen a evitar el enquistamiento de cualquier proceso revolucionario socialista, preservándolo de lo que llamaríamos inercia histórica al agotarse la acción revolucionaria en la cotidianidad, sobre todo si se está ya ejerciendo el poder, sin trascenderla ni apuntar a metas de largo plazo que impliquen el ejercicio pleno de la soberanía popular y, por supuesto, el cuestionamiento radical del orden establecido. Sólo quienes resulten ser ideológicamente contrarrevolucionarios (pese a autoproclamarse revolucionarios) podrían negarse a admitir lo acertado de la frase antes citada de Lenin. En contrapartida, los verdaderos revolucionarios siempre estarán dispuestos a demostrar cada día, al lado del pueblo, la veracidad de la misma.
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