Bajo la Lupa
El Memorándum Crowe: la inevitabilidad de la guerra entre EU y China, según Kissinger
Alfredo Jalife-Rahme
Militares chinos se preparan para una ceremonia oficial en el Gran Salón del Pueblo, en Pekín, la semana pasadaFoto Reuters
En su polémico libro Sobre China, Heinz Alfred ( Henry) Kissinger consagra su epílogo (“¿Se volverá a repetir la historia?”) al célebre Memorándum Crowe–inevitabilidad de la Guerra entre Gran Bretaña y Alemania–para sopesar los alcances de la confrontación entre Estados Unidos y China.
El diplomático británico sir Eyre Alexander Barby Wichart Crowe –quien curiosamente nació en Leipzig de madre alemana y fue educado en Düsseldorf y Berlín– publicó siete años antes del estallido de la I Guerra Mundial el histórico memorándum sobre el estado presente de las relaciones británicas con Francia y Alemania, en el que resaltó que Alemania deseaba la “hegemonía” en “Europa, y eventualmente en el mundo”, lo cual constituía una amenaza al equilibrio del poder en Europa similar al de Felipe II de España y la Francia borbónica y napoleónica, por lo que se pronunció en contra del “apaciguamiento” de Alemania.
Llama la atención que el controvertido “premio Nobel de la Paz” Kissinger –con el estigma de su participación en el golpe de Estado de Pinochet, la Operación Cóndor en Sudamérica y el genocidio de Indochina– desarchive el célebre Memorándum Crowe, que ejemplifica “la rivalidad anglo-alemana como un augurio (sic) de lo que le puede esperar a Estados Unidos y a China en el siglo XXI”.
Estados Unidos, como Gran Bretaña, es “primariamente una potencia naval”, mientras China, “a través de su historia, ha sido más poderosa que cualquiera de la plétora de sus vecinos”. Aquí va una corrección a Kissinger: nunca China superó el poderío de la URSS.
Kissinger revive sus conceptos sobre el “equilibrio del poder” desde el Tratado de Westfalia de 1648, que se basa en el “equilibrio de las amenazas” y los sistemas establecidos por “estados soberanos” que desembocó en la alianza transatlántica del siglo XX, la cual desea aplicar a las relaciones del transpacífico del siglo XXI.
Juzga que “un sistema internacional es relativamente estable si el nivel de garantías requerido por sus miembros es alcanzable por la diplomacia” que, cuando no funciona, se concentra más en la “estrategia militar”, primero en forma de carreras armamentistas, luego en las maniobras para ventajas estratégicas, a riesgo de confrontación y, finalmente, en la guerra misma.
A mi juicio, si se extrapola esta fase a la delicada situación en el noreste de Asia ( v. gr. escalada en la península coreana y la confrontación entre China y Japón por la posesión de las islas Diaoyu), exacerbada por el “pivote” de la doctrina Obama dirigida para “contener” a China, se pudiera inducir que la relación de Estados Unidos y China, muy contradictoria (con traslapes de cooperación/confrontación), se ha encaminado a un estadio peligroso de preguerra, muy ominoso debido a la ausencia de un sistema de seguridad en toda Asia, en donde Estados Unidos sentó sus reales con el lanzamiento de dos bombas nucleares en Hiroshima/Nagasaki, cuando Japón se encontraba totalmente derrotado, con el objetivo de detener a la URSS (ver La decisión de usar la bomba atómica, Gar Alperovitz, 1995; ver Bajo la Lupa, 10/4/11 y 5/8/12).
Pese a haber nacido en Fürth (Alemania), Kissinger es proclive a la decisión de Gran Bretaña de haber librado su guerra en contra de la Confederación Alemana, a quien no le duró mucho el gusto unificador (43 años).
En retrospectiva, el Memorándum Crowe es muy perturbador, porque prejuicia las “intenciones” (sic) de Alemania cuando cualquier acto desfavorable a Gran Bretaña era considerado bélico.
En la óptica de Kissinger –quien no le concede mucha importancia a Francia ni a Rusia–, resalta la “bipolaridad” imperante en ese momento en Europa, donde alguien tenía que triunfar entre Gran Bretaña y Alemania, situación que parece extrapolar, a mi juicio, la nueva bipolaridad que no se atreve a decir su nombre, entre Estados Unidos y China, donde también destaca la ausencia de la “nueva” Rusia, ya no se diga de los BRICS, en el incipiente nuevo orden multipolar.
“¿Se volverá a repetir la historia?”, pregunta Kissinger, quien se contesta: “Sin duda (¡supersic!), si Estados Unidos y China caen en un conflicto estratégico, una situación comparable a la estructura de Europa previa a la I Guerra Mundial que se puede desarrollar en Asia, con la conformación de bloques puestos uno contra el otro y con cada uno buscando socavar o por lo menos limitar la influencia y alcance del otro”.
Se desprende del análisis del diplomático británico Crowe, a quien Kissinger enaltece en forma ditirámbica, que el conflicto era inevitable debido al ascenso vertiginoso de Alemania y su nuevo poderío naval.
Juzga Kissinger que “una vez que Alemania consiguiera la supremacía naval, esto solo en sí mismo –sin miramientos a sus intenciones– sería una amenaza objetiva (sic) a Gran Bretaña, e “incompatible con la existencia del imperio británico”, y aduce que “si Crowe analizara la escena contemporánea pudiera emerger con un juicio similar al reporte de 1907”: el “exitoso ascenso de China es incompatible con la posición de Estados Unidos en el océano Pacífico y, por extensión, en el mundo”.
Kissinger expone el “desafío ideológico” de sus rivales neoconservadores straussianos en Estados Unidos, para quienes “el cambio de régimen es el objetivo final para la política exterior de Estados Unidos al tratar con sociedades no democráticas”, cuando “la paz con China es menos un asunto de estrategia que de cambio (sic) en la gobernación de China”.
Para “equilibrar”, Kissinger cita a los “triunfalistas chinos” como el coronel Liu Mingfu y su “sueño chino”, quien vislumbra la relación entre China y Estados Unidos como una “competencia maratón” y “el duelo del siglo”.
Para Kissinger, “Estados Unidos está más enfocado en un poder militar apabullante”, mientras China opta por el “impacto sicológico decisivo” y aduce que “una guerra fría entre los dos países detendría el progreso durante una generación a ambos lados del océano Pacífico”, por lo que la relación entre ambos no debe convertirse en un “juego de suma cero”.
Más allá de las vulnerabilidades domésticas de China y del tema polémico de los “derechos humanos”, Kissinger arguye que “un proyecto estadunidense explícito, para organizar a Asia con base en contener a China o crear un bloque de estados democráticos para una cruzada ideológica, es improbable (sic) que tenga éxito”.
¿No es acaso la “base” tanto del “pivote” de la doctrina Obama y de la Alianza del Pacífico (TPP, por sus siglas en inglés), del que forma parte el “México neoliberal itamita” en forma masoquista?
La salida a la compleja relación entre dos imperios con aspiraciones universales es para Kissinger la “coevolución”: continuación “de sus imperativos domésticos, cooperación cuando sea posible, y ajuste a sus relaciones para minimizar conflictos”, que desemboque en la “comunidad transpacífica”, en imitación a la alianza del Atlántico, con esferas de influencia muy bien delimitadas.
A mi juicio, el epílogo del polémico libro de Kissinger era tan fatalista que le valió una “recapitulación”, donde diluye la concentración del vino bélico del Memorándum Crowe para favorecer un codominio entre Estados Unidos y China en la cuenca del Pacífico, donde no aparece Rusia.
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