La masacre de Boston, integración y multiculturalismo.
29 de abril de 2013 Dejar un comentario
Lo que ocurrió en Boston hace pocos días ya se ha olvidado. Desaparecidas, obscurecidas, las tremendas y horribles imágenes de la pequeña pantalla, también se ha eliminado la atención, la reflexión sobre los acontecimientos.
Es el resultado inevitable de esta civilización de la imagen, emocional y superficial, que en el amontonarse de noticias, en el sobreponerse de emociones, no deja espacio para la reflexión, la profundización, el análisis.
Pero no es sólo esto. Al natural deseo de alejar las amarguras (aparta de mí esta copa -Marcos 14:36), hay que sumar también la indiferencia, la ignavia, el miedo que todos tenemos en el enfrentar lo que no entendemos o mejor, la defensa que actuamos cuando no queremos entender.
El verdadero problema a propósito de Boston es que nosotros los occidentales no queremos ver más allá de la punta la nariz y practicamos la política del avestruz, la de poner la cabeza en la arena.
Siempre harán en el mundo luchas, agresiones, asesinatos, como desastres y calamidades: son parte de nuestra imperfecta vida. Pero también hace parte de nuestra vida el compromiso, el esfuerzo de oponerse a éstos, por cuanto sea posible, sobre todo cuando originados de la voluntad, de la acción de los hombres.
Y el primer paso en el intentarlo es de llamar a las cosas con su nombre, no esconderse atrás de un dedo, no fijarse en el árbol y olvidar a la foresta.
Me parece, pero, que esto es lo que está pasando: hemos creado el término “lobos solitarios” para calificar de esporádico, sin conexión, sin lógica no más la de unos “normales” extremistas, los acontecimientos del otro día y de casi todos lo que se sucedieron después del 11-sep.
En la realidad, por mucho que se quiera “relativizar” y “justificar” a los homicidas con peregrinas teorías de inadaptación, pobreza o ignorancia, nunca estos eran inadaptados o pobres o analfabetos.
Esta “cobertura” podría ser aceptable si fuera sólo para no crear miedo, alarma, desasosiego en la gente pero me temo que sea también una actitud de los gobiernos y de la prensa “asociada” que intentan enmascarar la ideología islámica, que siempre ha inspirado a los terroristas, con subterfugios de falta de integración y de arraigo en la sociedad.
Lo que no entienden, que no quieren entender por un malentendido y estúpido irenismo, es que hay una guerra en curso, entre dos mundos, dos conceptos opuestos de vida, de religión, de estado y de individuos. Esto es.
El Islam es la única religión que exige a sus seguidores matar a los que no creen en Alá, a los infieles, y tomar venganza en su nombre.
Más que una religión es una ideología.
En el Corán, la venganza y la represalia santas son ordenadas a los musulmanes: “¡Oh vosotros que creéis. La venganza es prescripta para vosotros. El que transgreda esto tendrá un doloroso castigo!” [Corán 2:178]. O: “Tomaremos venganza sobre los pecadores” [id. 32:22].
Y nosotros somos los “infieles”, nosotros somos los pecadores:
“¿Quién considera usted que es infiel?” Murgan Salem: “A cualquiera que no acepte el Islam. O bien son infieles de origen, al igual que los judíos y los cristianos, o los apóstatas, tales como los laicos, liberales, comunistas o socialistas. El que no acepte el Islam es un infiel. Alá lo dijo, no yo”.
Extracto de una entrevista con el clérigo salafista egipcio Jeque Murgan Salem, transmitida en el canal de televisión Tahrir TV el 16 de abril, 2013
El Islam ha demostrado a lo largo de sus catorce siglos de vida no sólo que es inasimilable, sino que es agresivo e intolerante; no todos los musulmanes son terroristas, esto es cierto, pero es un hecho indiscutible que cuando ocurre un atentado terrorista en un marco religioso, hay un 99% de probabilidades de que los asesinos sean musulmanes.
La prueba es que en los países islamistas la masacre produjo un gran júbilo, con danzas y alegría en las calles, como al tiempo de la estrategia de las “mil heridas” de Al-Qaeda.
Al final tenemos que considerar, sin bobos histerismos y sin baratos pacifismos que el bagaje cultural de las células “durmientes”, o “lobos solitarios” si nos gusta más, es la crisis, el fracaso del multiculturalismo, generoso aunque irrazonable y masoquista arranque que se refleja en la asignación de derechos colectivos diferentes a comunidades étnicas o religiosas.
La así llamada “buena sociedad”, aquella sociedad abierta fundada en el pluralismo de las ideas, es decir la tolerancia y el reconocimiento de las diversidades, nada tiene a que ver con el multiculturalismo, que nos lleva a una desintegración multiétnica.
Es importante a este punto distinguir entre dos palabras que a menudo (y mal) se utilizan como fueran sinónimos: multiétnico y multicultural. De hecho, existe la sociedad multiétnica antes de cualquier sociedad multicultural. La diversidad étnica es un hecho, el multiculturalismo es una de sus consecuencias.
Hoy en día, hablamos de sociedades multiétnicas y / o multiculturales en cuanto a la inmigración, pero históricamente el concepto se inició durante el período colonial. La sociedad multiétnica nació después de una conquista: así fue la perspectiva de los pueblos indígenas que han sido conquistados por los extranjeros.
La “solución” del problema multiétnico era, como es bien conocido, bastante expeditiva: los indígenas a veces convertidos, por las buenas o por las malas, a la cultura de los conquistadores (el caso del mestizaje en Latinoamérica); a veces matados o relegados a las reservas (el caso de los EE.UU.) donde pudieron preservar su cultura (en una forma de muerte civil) sin “mezclarla” con la de los conquistadores.
En las primeras décadas del siglo XX los EE.UU. fue el primer país para abordar la cuestión de las minorías étnicas o creadas por la inmigración que llegaba de todas partes, o derivadas de los descendientes de los esclavos: se tenía la intención de fundir, literalmente, las diferentes culturas para formar una nueva que no existía antes. El objetivo era la igualdad final.
El modelo del melting pot no tuvo éxito: de la igualdad final se ha puesto el énfasis en la protección de las diferencias de base: es el llamado pluralismo cultural.
Pero no conduciría a un discurso más largo pues este pluralismo o multiculturalismo es, de hecho, uno de los muchos frutos del relativismo cultural, la idea de que todas las tradiciones culturales, incluso aquellas que, por ejemplo, niegan los principios de la libertad individual y la igualdad ante la ley (y en el nuestro caso la libertad de religión), deben encontrar respeto y protección legal como la de nosotros.
En nuestro tiempo, averiguado que los inmigrados no son todos iguales, aún más los que vienen de una cultura teocrática, muy diferentes de los que aceptan la separación entre política y religión, las cosas se ponen más difíciles.
El islam occidental es muchas cosas diferentes, pero el rasgo emergente es la re-islamización de la generación más joven -a menudo nacida en occidente-; el comando cada vez más cercano de la ortodoxia de la mezquita sobre la comunidad; la militancia religiosa que tiene como sencillo y único programa que la sociedad debe basarse en los principios del Islam.
Esto es lo que hemos visto en los años pasados en Francia, en las afueras de París; en los Países Bajos; en Inglaterra, en la Londres que han llamado Londonistan.
A este teoconservadurismo recio y a menudo armado no podemos oponerle las grotescas polémicas laicistas, el rechazo ideológico de unas palabras como “cristianismo”, “catolicismo”, “civilización”; oscurecer imágenes del Cristo, cubrir con lienzos el Santo Caliz, para no estropear el sueño pacifista.
En esto, terrorismo islamista, dictaduras neocomunistas, pensamiento “liberal-izquierdista”, tienen un marco común que los asocia.
No entenderlo puede ser peligroso. También en Latinoamérica.
No pasará mucho tiempo antes de que nos demos cuenta.